Así se expresaba Manuel Rodríguez Ribero en El País del pasado 1 de julio de 2017: «¿Fue usted revolucionario entre 1968 y 1978, y conserva aún el corazón de izquierda? Sé que es difícil, pero no del todo imposible. ¿Quiere usted averiguar qué se hizo de aquel entusiasmo que creía que iba a lograr asaltar […]
Así se expresaba Manuel Rodríguez Ribero en El País del pasado 1 de julio de 2017: «¿Fue usted revolucionario entre 1968 y 1978, y conserva aún el corazón de izquierda? Sé que es difícil, pero no del todo imposible. ¿Quiere usted averiguar qué se hizo de aquel entusiasmo que creía que iba a lograr asaltar los cielos? ¿Votó en algún momento por siglas de partidos malditos y poco proclives al «pacto con la burguesía?» Si es así -o si, siendo mucho más joven, está interesado por lo que pasó y por cómo hemos llegado donde estamos- no se pierdan este Culpables por la literatura. Imaginación política y contracultura en la transición española (1968-1986) de GLM, el mejor ensayo histórico-político que he leído en muchos años sobre la contracultura política y cultural de entonces, antes que la Constitución de 1978 y la movida madrileña (y sus secuelas) llegaran poniendo orden y, hala, chicos, a tranquilizarse que se acabó la grande fête y mañana madrugamos.
No entro en el asunto de la datación de la transición española: de 1968 a 1986. A mí, personalmente, me resulta extraño este primer anclaje en 1968. El segundo, el año de la derrota (victoriosa por otra parte) en el referéndum otánico me resulta más convincente (aunque entiendo que otras fechas de final de período son también posibles). Tampoco entro en el título de este magnífico libro que debe merecer nuestra atención: «Culpables por la literatura», y que a mí se me escapa por momentos.
Entiendo imaginación política en un sentido amplio, no sectario, no biyectable con tal o cual familia supuestamente más imaginativa que las demás, no identificable con ninguna familia político-cultural concreta. Lo mismo en el caso del término «contracultura». En tiempos del fascismo, los libertarios hacían contracultura, y los marxistas, más o menos dogmáticos, más o menos heterodoxos (también los libertarios eran más o menos ortodoxos), también aportaban sus numerosos granos de arena.
La estructura del libro es expuesta brevemente por el autor en las páginas 24-27. No es conveniente saltárselas y casi conviene empezar por ellas. Cito las tres grandes partes: 1. Los adoradores del volcán. 2. Hijos del fascismo y la esperanza. 3. Irrevocablemente inadaptados. En total 14 capítulos.
¿Cuál es la materia del libro? En palabras del autor: «Son las formas democráticas de la imaginación política», es decir, con sus propias palabras de nuevo, «las capacidades de las personas de imaginar un mundo de relaciones humanas cooperativas usando formas para ello (y no importa si estas son palabras, canciones, poemas, grafitis, imágenes, pronombres o sus propios cuerpos)». Palabras, entiendo, pronombres incluidos, que remiten, no es una suposición atrevida, a ensayos, novelas, materiales, etc, incluyendo, por supuesto, panfletos, octavillas, documentos de trabajo, seminarios, charlas, conferencias, mítines-relámpago no excluidos. Por ejemplo, la obra de Labordeta es parte de esa materia como lo fue también las vidas y acciones de trabajadores asesinados como Ruiz Villalba o Manuel Márquez. Habla de gentes tan concretas como las 6.872.421 personas borradas por un simple Se impersonal en una frase injusta y de otras que van apareciendo en el libro. Juntas, afirma Labrador Méndez, «forman una colectividad compleja que se expande a través de una vibrante cultura de oposición y cambio donde participaron varias generaciones de jóvenes entre mayo de 1968 y el referéndum de 1986».
Nuestro libro se ocupa, pues, de las formas de imaginar la democracia, en un sentido amplio, que se dieron entre esos dos años, casi 20 en total, a partir de un amplísimo conjunto de prácticas «creativas protagonizadas por personas y colectivos concretos, en su mayoría jóvenes antes la democracia por venir».
Es justo decir que estamos ante un libro apabullante: 18 páginas de referencias a doble columna y 36 más de bibliografía (entre libros y artículos). El autor ha leído todo (o casi todo como veremos) de casi todo y ha leído muy bien. No se le ha perdido casi nada en el viaje, hace referencia a autores y textos que muchos habíamos olvidado y enseña, mucho, a jóvenes de aquellos -como el que suscribe- que pudieron estar además inmersos en la literatura política y cultural de aquel período.
Y, además, Germán Labrador Méndez no es sectario, más allá de sus preferencias. Algunas de ellas manifestadas explícitamente (por ejemplo, por Eduardo Haro Ibars o Leopoldo María Panero). No tiene ningún problema en presentar un balance equilibrado, temperado, positivo en muchos momentos, de autores que, en algunos momentos, han estado muy cerca del poder o de algunos de sus tentáculos y prolongaciones. Por ejemplo, Miguel Ríos.
Ser contracultural, en el buen sentido de la palabra, no le ha empujado a ninguna idealización estúpida e indocumentada del mundo de los opiáceos en nuestro país. Tampoco a firmar, sin mirada crítica, algunas afirmaciones que muchos hemos realizado, un poco-mucho alegremente sobre el papel de la policía y la guardia civil en la introducción de la heroína en barrios obreros de algunas ciudades españolas. Las páginas 542 y siguientes son magníficas, de obligada lectura en mi opinión.
Los elogios pueden seguir acumulándose. Son muchos más de los citados. Añado unas breves notas críticas que no quitan valor de conjunto a la obra, en absoluto:
1. No se entiende fácilmente que un libro que dedica muchas páginas -y contenga muchas referencias- a una revista como Ajoblanco, a la que por supuesto no quieto ningún mérito (fui lector de ella durante años), contenga tan sólo tres referencias -¡tres, no más!- a una revista tan decisiva en esos años como fue El Viejo Topo. No vale decir que Ajobanco era más contracultural y más libertaria y el topo más marxista o más clásica. No fue el caso realmente y no vale esa demarcación a no ser que nos asalte algún variante de algún sectarismo.
2. Lo mismo puede decirse de la revista Materiales. Ni una sola referencia en todo el ensayo. Aunque se editó durante sólo un par de años, algunos de sus números, pienso en los extraordinarios por ejemplo, fueron decisivos para el conocimiento de la cultura universitaria antifascista y para el conocimiento de una revolucionaria poco estudiadas entonces, Rosa Luxemburg. Alguien tan importante con Wolfgang Harich publicó en esa revista.
3. Lo mismo puede decirse de mientras tanto, una revista que, entre otras muchas cosas, fue muy importante, en Cataluña y fuera de Cataluña, en el movimiento social y contracultural asociado a la lucha antiotánica, por no hablar de su papel en la información y formación de movimientos pacifistas, feministas, ecologistas, antimilitaristas y antinucleares.
4. No hay ninguna referencia tampoco al CANC, al comité antinuclear de Cataluña.
5. Muy pocas al movimiento de los PNN,s y a sus luchas. Son escasas las referencias al movimiento universitario estudiantil.
6. No es razonable, en mi opinión, que algunos nombres sean muy citados, merecidamente sin duda, y que no haya ni una sola referencia al papel que activistas revolucionarios, pensadores, escritores como Francisco Fernández Buey o Miguel Candel jugaron a lo largo de aquel período de fuerte represión. No sólo en Barcelona y no sólo durante aquellos años desde luego.
7. Cabe decir lo mismo, pero con más sorpresa si cabe, de alguien que si bien nació mucho antes, como Sánchez Ferlosio más o menos, al que sí se cita, fue decisivo en la formación de muchos jóvenes de aquella época. En muchos. Alguien que, entre otras muchas cosas, tradujo más de 30 mil páginas al castellano, entre ellas dos libros de Herbert Marcuse y alguno de los movimientos alternativos alemanes. ¿Qué sería de mucha contracultura de aquellos años sin el trabajo tenaz, permanente, y en muy malas condiciones, perseguido policialmente muchas veces, de un maestro tan decisivo como fue Manuel Sacristán? Alguien que por lo demás conocía profundamente la contracultura norteamericana y a la que, en absoluto, trató de forma despreciativa en sus clases de Metodología de las ciencias sociales de los cursos 1981-82 y 1983-84.
Por lo demás, él y Francisco Fernández Buey fueron los editores en la colección Hipótesis de Grijalbo de una de las primeras antologías ácratas publicadas legalmente después de la guerra civil.
Gramsci aparece una sola vez. Ginsberg, en cambio, 13 veces. No estoy seguro que en algunas generaciones de aquellos años el autor de los Quaderni tuviera una influencia menor. Para las formas democráticas de representación política de muchos de ellos fue acaso más decisivo.
Conviene finalizar con las hermosas palabras con las que el autor da fin a su texto: «La misión del poeta consiste en señalar el lugar que lo demuestra, edificando el poema sobre su radical memoria, mientras, bajo sus pies, de pronto, la ciudad del deseo se ha movido y, en su lugar, hay otra». En eso seguimos.
Fuente: El Viejo Topo, enero de 2018