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Un "Cesar" a cargo de la cultura en el Reino de España

Un ministro con encargo

Fuentes: Rebelión

Asistí hace no mucho tiempo a unas «jornadas» o «encuentro», ¿¡quién recuerda ahora el título de aquello!?, jornadas, encuentro, congreso, sobre la crítica literaria y los críticos. Como si la hubiese y los críticos existiesen. Hoy, que en general son más divulgadores, voceros para animar las ventas en prolongación de las empresas periodísticas-editoras, no se […]

Asistí hace no mucho tiempo a unas «jornadas» o «encuentro», ¿¡quién recuerda ahora el título de aquello!?, jornadas, encuentro, congreso, sobre la crítica literaria y los críticos. Como si la hubiese y los críticos existiesen. Hoy, que en general son más divulgadores, voceros para animar las ventas en prolongación de las empresas periodísticas-editoras, no se puede hablar de críticos. Su labor, la de la mayoría de los que se titulan críticos, es otra, como todo lector no inocente sabe. Pero volvamos a esas jornadas; quienes pedían la palabra debían indicar primero en qué medio de difusión escribían; yo era otro asistente, pero que llamó la atención, más que por los medios donde publico mis comentarios, por que hice una exposición fuera de la norma establecida para el acto, y así fue que conforme la desarrollaba pude observar los cambios de cara, de la disposición formal para escuchar hasta la acritud en quienes presidían la mesa del encuentro. Tras señalar la extrañeza que me producía el que después de tres días tan solo hubiese habido elogios para la profesión y sus pagadores, y no se hubiese tendido ninguna mirada que fuese más allá del circulo que puede considerarse institucional, hablé del mal trato que dan en algunas editoriales a los trabajadores del equipo de lectura: subempleo, empleo basura, pago a los tres meses de haber realizado el trabajo, pago miserable por el libro leído, sin contrato,…En una de esas editoriales se habían estado pagando mil doscientas pesetas, en euros son siete con veinte, por lectura e informe; cuando dejé el trabajo de esclavo, no me gusta emplear el término «negro» por las connotaciones racistas, habían subido a doce euros. ¿Se puede ir a peor?: sí. La editorial puso en marcha cursos de Edición, cogió un buen número de alumnos y además de cobrar por el curso que daban miembros de la editorial, les daban a los asistentes, como trabajo práctico, como ejercicio, las lecturas que antes hacía el departamento de lectura, cuyos trabajadores se quedaron sin el trabajo que hacían, ya no habría trabajo para ellos. Y les explicaba a los asistentes a aquellas jornadas, y a los señores de la mesa, que me miraban como un bicho colado entre los elegidos, que una lectura, por la que habían pagado hasta siete euros con veinte, podía llevar un día entero, dos días,…como si ellos no lo supiesen. Cierto es que no me interrumpieron, tan obnubilados estaban. Continué hablando de otros ámbitos literarios, revistas subvencionadas que no pagan, porque como argumentaba un director decía que escribir en la suya «da prestigio», menos a él que le da dinero; también hice referencia a periódicos que utilizan becarios y colaboradores que escriben gratis por apego a su profesión, por solidaridad con los lectores interesados en los temas que el alcanza a desarrollar, autores voluntarios que no reciben nada y que si un día se pusiesen de acuerdo y dejasen de escribir habría periódicos y revistas que se morirían solas. Para todos esos trabajadores anónimos hay que pedir remuneración como el resto de los trabajadores reciben, respeto. De lo contrario hay que empezar por preguntarse en que clase de mundo laboral estamos, a qué clase de estado pertenece ese trato. Yo me reduje a denunciar estos dos casos, editoriales de libros y publicaciones periódicas. No hubo respuesta. Los que presidían la mesa miraban con ninguna consideración. Entre quienes habíamos sido invitados y asistíamos tan solo Constantino Bértolo, director de la editorial Caballo de Troya, lanzó una granizada contra las editoriales y demás que vivían de la explotación esclavista y exigió que se hiciesen públicos sus nombres. Cuando salió algún nombre los señores de la mesa se removieron nerviosos, pero no hubo por su parte una sola palabra. Se escuchó a un director de periódico, también de los asistentes, jurando que a quienes escribían en sus páginas se les pagaba, y éste golpe de orgullo se vio demolido inmediatamente por un periodista que, casualidad de las casualidades, estaba sentado justo a su lado y como un resorte se levantó para negarlo: «He trabajado durante ocho años en su periódico y nunca me han pagado nada».

Trabajo esclavo, eso es lo que hay en el mundo del periodismo y de las editoriales.

Pero no escribo esta nota para contar esas anécdotas, si no para ilustrar o poner el fondo a otra de las cosas que en esas jornadas sucedió. El actual ministro de Cultura, antes responsable máximo del Instituto Cervantes, estaba entre los que presidían aquel evento, por lo menos el día que yo intervine. Y Cesar Antonio Molina, «El Cesar», que ya le llama alguno por su pose no por su nombre, que era una de los que no dijo una palabra ante las denuncias y se removió en el asiento conforme miraba con desconfianza, hizo todas las máximas alabanzas del funcionamiento de la institución que dirigía, el Instituto Cervantes. Grandilocuencias que además acompañaba con la invitación a los presentes a formar parte del Instituto como profesores, pues faltaban; así, profesores, hacían falta profesores, un puesto de trabajo. Junto a esto en su discurso resaltaba la labor que él hacía recorriendo el mundo para dar a conocer la Institución. Cuando por fin dijo: «Pregunten», una sola pregunta derribo todas las alabanzas del sistema y sus explicaciones laudatorias. Un asistente indiscreto intervino: ¿Cómo dice que no sabe por qué no hay suficientes profesores en el Instituto Cervantes? ¿Nos puede decir cuanto cobra un profesor del Instituto? Don Cesar Antonio Molina hizo silencio, balbuceó, y, renegando, con la boca pequeña dijo «no». El máximo responsable dice no saber, ¿no sabía lo que vendía o no lo quería decir? Porque el sueldo apenas daba para vivir y ese era uno de los motivos por los que poca gente quería ser profesor del Instituto. Volvemos a lo mismo de antes: trabajo esclavo, y nos quieren hacer creer que es una cosa digna solo con que ellos, los responsables de la explotación, nos lo alaben. Se vio que no le sentó nada bien la pregunta, la expresión del rostro es el reflejo de lo que pasa en el cerebro, a veces. Allí se acabo todo.

Don Cesar dio la impresión de ser tan obediente con los que le mandaban, de cumplir con el encargo que llevaba, de cumplir también con las formas más superficiales de lo instituido que, si entonces quedó en ridículo y ningún periódico dijo nada, ahora que ha cumplido otro encargo de sus jefes -porque las intervenciones de un responsable están siempre medidas, no son aleatorias ni casuales, empujar a Rosa Regás descaradamente para que se vaya, Rosa Regás mujer trabajadora, republicana, defensora de la revolución antiimperialista y socialista de Venezuela, ¿qué hace una mujer así en un cargo de responsabilidad aquí? Se debieron preguntar por ahí arriba. Don Cesar ha recibido todas las alabanzas de la ultraderecha con sus periódicos y emisoras, de la derecha, también con sus periódicos y emisoras, y de los que se tapan como no de derechas, ¿entonces de qué son porque de izquierda no, se juramentan contra ella? El País y sus emisoras toma partido por Don Cesar aludiendo a que Rosa Regás ha metido la pata en diversas ocasiones. Lo más curioso es que el periódico que se difunde como el más fidedigno no aporta ningún dato, siembra en sus lectores la mirada aviesa de la demagogia, ¿pero por qué le hace esto a Rosa Regas?. Sencillamente, porque Rosa Regás es defensora de la República, es agitadora contra las guerras, ha formado parte de organizaciones de intelectuales contra la guerra de Iraq, ha protestado contra la vergüenza mundial de Guantánamo, defiende la revolución de Venezuela,…y a El País no le gusta la República, prefiere a la monarquía, no hay más que leer los artículos y editoriales en torno a lo ocurrido con la revista satírica El Jueves, y por lo que se refiere a Venezuela no hay más que el empeño que pone en entrevistar a la oposición que vive en Miami, a la ultraderecha venezolana como si fuesen demócratas de toda la vida, se alía en sus negocios con las multinacionales petrolíferas y periodísticas, con los golpistas financiados por el gobierno neonazi estadounidense, minoritarios siempre pero ruidosos por poderosos. Qué cosa más rara, tienen el ochenta por ciento de toda la prensa radio y tv y dicen que es una dictadura. Once elecciones ganadas por el partido de Chavez con interventores internacionales delante. Ya sabemos de los negocios del grupo Prisa por aquella orilla. Lea si quiere los artículos sobre Venezuela en rebelión.org Pero El País añadía un dato entre paréntesis que muestra su incapacidad para contenerse, decía que Rosa Regás había pedido públicamente que no se comprasen diarios. El «diario» no dice qué diarios, en que contexto lo dijo, por qué, qué argumento, cuándo lo dijo, … ¿qué clase de «diario» es ese que hace una afirmación así?. Con esa manera de falsificar la información queda claro que ese diario no hay por qué comprarlo. ¿Tendremos que pensar que El País esta preocupado por su venta diaria y es por eso por lo que se felicita de la dimisión de Rosa Regás? Que toda la derecha se manifieste unida permite identificarla. Pero Don Cesar ha declarado que la expulsión de Rosa Regás se debe al robo habido en la Biblioteca Nacional, dos mapas de mucho valor. La noticia corre por los diarios argentinos porque el ladrón parece que venía de allí, se le conoce y se le sigue, y Don Cesar que había corrido buscando auxilio agarrándose finalmente a ese argumento, estaba ya a la defensiva, ve cómo ahora se queda otra vez balbuceando. Tan obediente Don Cesar, el Ministro de Cultura ha llevado su encargo. El más obediente es el más atrevido. Y Rosa Regás ha hecho aparecer de nuevo esa figura oculta. ¡Qué bien lo has hecho! ¡Loado seas Cesar! Recibe los aplausos y los vítores de la derecha, desde la más recalcitrante hasta la que quiere hacerse pasar por moderna.

Mal para la cultura que debiendo tener críticos, y ser crítica su labor, mostrar lo que no se quiere ver para hacer que se avance, hacen de voceros de los enemigos de la cultura y siguen escribiendo sobre las bonanzas de sus señores, de lo impuesto, o emplean la demagogia, si no se callan.