Recomiendo:
0

Un Nuremberg para el sionismo

Fuentes: Gara

Recientemente un editorial del diario israelí »Haaretz» decía lo siguiente a propósito de la agresión militar sobre Gaza: «Un Estado que ataca indiscriminadamente a la población civil, deja a 700.000 personas sin electricidad, desaloja a más de 20.000 de sus casas y destruye hospitales, ¿en qué se diferencia de una organización terrorista?». Desde la publicación […]

Recientemente un editorial del diario israelí »Haaretz» decía lo siguiente a propósito de la agresión militar sobre Gaza: «Un Estado que ataca indiscriminadamente a la población civil, deja a 700.000 personas sin electricidad, desaloja a más de 20.000 de sus casas y destruye hospitales, ¿en qué se diferencia de una organización terrorista?». Desde la publicación de dicho editorial, el Gobierno israelí y sus generales se han superado con creces: han extendido la matanza a observadores de Naciones Unidas y sobre todo a la población infantil tanto en Líbano como en Gaza. Por cierto, la opinión pública mundial debería saber que en los últimos cincuenta años el Ejército de Israel ha matado a centenares de menores de edad, sobre todo palestinos. Es una extraña obsesión que tal vez se explique por el testimonio que daba hace unos días un periodista español, miembro de la ONG Vacaciones en Paz, por Radio Nacional de España: «En la frontera con Jordania los militares israelíes se han afanado en revisar los equipajes de los niños y niñas que vienen de vacaciones a España. Cuando les he dicho que son sólo niños un oficial me ha respondido que son futuros terroristas». El periodista, experto en la región, estaba vivamente impresionado. La bomba que ha matado a más de veinte niños que ocupaban un edificio en el sur de el Líbano, siendo terrible, no es sino una manifestación más de un estado terrorista que desafía al mundo.

Los crímenes de Israel son justificados por su Gobierno y por Estados Unidos, y atenuados por la Unión Europea bajo el pretexto de la legítima defensa. Es posible que la población israelí no entienda que entre las matanzas que comete su Ejército en Gaza y la reacción de Hizbulá en la frontera del sur del Líbano hay una relación total. Del mismo modo, el rapto de un soldado israelí en el puesto militar de Kerem Shalom por milicianos de la franja de Gaza no es sino la respuesta a una fuerza ocupante. Pero Ehud Olmert, como Washington y Bruselas, saben perfectamente cuál es la causa de esta terrible crisis: la ocupación de los territorios palestinos por una fuerza militar y por más de doscientas colonias de judíos. Esta es la herida abierta en Oriente Medio que la manipulación de los hechos pretende que olvidemos. Se nos dice que Israel se defiende del terrorismo cuando en realidad es una potencia colonizadora que aplica la limpieza étnica para su objetivo de construir el «Gran Israel» utilizando métodos de castigo colectivo contra población civil del más puro estilo nazi.

El objetivo del sionismo es la sustitución de un pueblo por otro en un territorio mediante la inversión de la demografía a través de tres mecanismos: la expulsión de población palestina; la prohibición de su retorno mediante leyes; la importación de población judía de todo el mundo para colonizar nuevos territorios en Judea, Samaria y Jerusalén. No es de extrañar que el primer ministro Olmert esté dispuesto a negociar la presencia de una fuerza de interposición en el sur del Líbano una vez que su Ejército se haya apropiado del terreno, mientras que niega esta posibilidad para el caso de Cisjordania y Gaza. La respuesta es clara: el sionismo no renuncia a conquistar más territorio en la Palestina ocupada, pues en su agenda oculta se contempla dominar toda la Palestina histórica, desde el río Jordán hasta el Mediterráneo, por lo menos. En su particular hoja de ruta el Estado de Israel no contempla someterse al derecho internacional y al derecho humanitario. Para seguir siendo un Estado díscolo cuenta con el apoyo incondicional de Estados Unidos, donde el sionismo y la Nueva Derecha Cristiana mantienen una alianza teológica y militar.

Israel hoy por hoy representa un peligro para la paz mundial. Más aún cuando sus dirigentes y parte de su población, en palabras del intelectual judío Michael Warschawski, «ha asumido el concepto de choque de civilizaciones y ve la necesidad de una guerra de anticipación permanente». El árabe, lo musulmán, enemigo histórico en la lucha por la sobrevivencia del Estado de Israel, se convierte ahora en un enemigo aún mayor que lucha por derrotar al mundo civilizado. Esta tesis hecha paranoia justifica absolutamente toda la violencia que se pueda desplegar contra la barbarie musulmana. Sin embargo, ni Israel ni EEUU ni Europa, deberían olvidar que un joven llamado Osama Bin Laden contempló la invasión israelí del Líbano en los años ochenta y que hoy muchos otros jóvenes están contemplando idéntico escenario. No, realmente, por mucho que se diga ésta no es una batalla contra el terrorismo: es una guerra que pretende cambiar el mapa político de la región, de estados debilitados y gobiernos títeres, con Israel como gran gendarme. Esta locura no puede quedar impune, por más que Israel, aspirando al estatuto de víctima del holocausto, culpe a sus adversarios de sus propios estragos. La invocación a los males sufridos por el pueblo judío constituye la base de un discurso que pretende un pasaporte de inmunidad perpetua con el fin de ejercer una violencia despiadada. Es, siguiendo esta lógica, que el primer ministro Olmert ha culpado a las autoridades libanesas de no haber desalojado el edificio bombardeado en el que han sido asesinados dos docenas de niñas y niños. Lo mismo dijo ETA a propósito de su bomba en Hipercor.

Ehud Olmert, como Ariel Sharon, sus ministros y sus generales merecen un juicio internacional por crímenes contra la humanidad. Los asesinatos en masa de que son culpables no son comparables siquiera con los de Al Qaeda y mucho menos con los de Hamas o Hizbula, por la sencilla razón de que un estado está sujeto a la ley. Cuando un estado comete actos de terrorismo, ­Israel aterroriza sistemáticamente a población civil de Gaza, Cisjordania y ahora el Líbano,­ su culpabilidad es mucho mayor, pues al quebrar el derecho y violar los convenios humanitarios está poniendo en grave peligro a la sociedad mundial y las relaciones internacionales y sus normas. Si algunos verdugos, ­no desgraciadamente todos­ de los judíos fueron juzgados; si generales asesinos serbios están siendo sometidos a un tribunal internacional, ¿cómo se podrá justificar para la historia el no enjuiciamiento de líderes sionistas culpables demostrados de matanzas horribles? Es evidente que no habrá ningún gobierno ni organismo internacional dispuesto a un Nuremberg para el sionismo. Al contrario, parece que EEUU y la Unión Europea seguirán permitiendo que el monstruo sea cada vez más grande, llevándonos de esta manera al borde de una conflagración mundial; pero la sociedad civil, las organizaciones de derechos humanos, las ONGs, deberíamos hacer algo, aunque sea simbólico, exigiendo al Tribunal de Justicia de la Haya la apertura de un juicio al sionismo. Entonces se les podrá pedir explicaciones sobre por qué en la estación de autobuses de Jerusalén ha lucido tanto tiempo un graffiti que dice: «¡Holocausto para los árabes!». –