Los acontecimientos de las últimas semanas en Yemen no abren la puerta a una solución a medio plazo en el país. La corrupción estructural, el desigual desarrollo social, la compleja red de etnias, tribus y familias que componente el tejido social, las diferencias religiosas, la debilidad de las instituciones del estado, la intromisión de actores […]
Los acontecimientos de las últimas semanas en Yemen no abren la puerta a una solución a medio plazo en el país. La corrupción estructural, el desigual desarrollo social, la compleja red de etnias, tribus y familias que componente el tejido social, las diferencias religiosas, la debilidad de las instituciones del estado, la intromisión de actores extranjeros han contribuido a la sucesión de crisis y rebeliones que vive Yemen en los últimos años.
La fotografía actual nos muestra a la mayor parte de la población empobrecida; con continuos cortes de electricidad en las ciudades, y en gran parte de las zonas rurales sin acceso a la misma; un alza de precios generalizado; el desempleo aumentado sin freno; con serios problemas estructurales en la agricultura (falta de agua, dependencia hacia la producción del qat); con una economía destrozada… Como apuntan algunas fuentes, «una situación triste y un futuro sombrío», o lo que algunos, salvando las distancias, han querido definir como «el nuevo Afganistán».
Al hilo de las protestas que sacudieron algunos países hace algunos años, en Yemen también se puso en marcha un movimiento social que intentó acabar con el régimen de Ali Abdullah Saleh, el entonces presidente yemení. La juventud y los aires de cambio sacudieron el país, forzando una salida de Saleh y abriendo la puerta a posibles cambios. Sin embargo, las dificultades no tardaron en aparecer, y todos los esfuerzos por apartar a Saleh de la enorme influencia que poseía han sido infructuosos, y a día de hoy sigue siendo uno de los actores más poderoso en Yemen.
Su sustituto, Hadi, intentó liderar una transición y alejarse de su antecesor, con el que había colaborado en el pasado. Sin embargo, no ha logrado impulsar los cambios, y la compleja coyuntura yemení ha terminado por sobrepasarlo también.
En este complicado puzle surge una fuerza por encima del resto, el movimiento protagonizado por los llamados Houtis. Este fenómeno que tiene sus raíces en la década de los noventa y que se articula en torno a una familia del norte de Yemen y que hace una lectura revivalista del islam que procesan (chiismo zaydí), rompe sus lazos con el entonces presidente Saleh, al optar éste por impulsar a otros personajes en la región.
En 2004 los enfrentamientos armados entre el régimen de Saleh y los Houtisd comienzan a aumentar, y a pesar de la represión del gobierno central y la pérdida de algunos de sus dirigentes, mantiene el pulso a Saleh.
Al hilo de la llamada «primavera árabe», los Houtis lanzan una ofernsiva contra dos de sus enemigos más acérrimos, Ali Mohsen al Ahmar, el militar que ha dirigido las operaciones contra ellos y contra el partido al-Islah (la rama yemení de los Hermanos Musulmanes). Desde entonces, el movimiento ha protagonizado una transformación interna, que se ha materializado el pasado septiembre con la creación de Ansarollah (los partisanos de Dios), convirtiéndose además en la fuerza política y militar dominante en buena parte del país.
Una clave para entender este rápido auge puede ser la capacidad de atraer a diferentes sectores yemeníes, fruto de sus oposición a las medidas del FMI, su apuesta por combatir la corrupción, y sobre todo por la visión realista de la compleja situación en Yemen, tomando en cuenta los factores y actores presenten en dicho escenario a la hora de dar pasos.
Por eso, se presenta como un movimiento revolucionario y no sectario y que al mismo pueda ser la alternativa del desacreditado sistema actual. Y al mismo tiempo, ante la comunidad internacional se muestra como un actor a tener en cuenta y con el que se puede negociar, aunque para ello modere sus discursos iniciales. Conscientes de las complejidades citadas, a corto plazo busca consolidar su influencia política, y poco a poco asentarse como un estado dentro del propio estado.
En este sentido también podría encajar el supuesto pacto que habría materializado con su antiguo enemigo, el ex presidente Saleh, y sobre todo con las fuerzas de seguridad y militares fieles al mismo. Lo que sin duda ayudaría a entender el rápido avance militar del movimiento houti y su facilidad para hacerse con el control de capital.
Uno de los obstáculos que deberán afrontar en el futuro inmediato en el gran abanico de enemigos que a día de hoy tienen los Houtis. En los últimos meses se han sucedido graves enfrentamientos con importantes familias del país (los al-Ahmar), con tribus influyentes (la tribu Bayt Hanash) o movimientos como el de Tihami. Además no conviene olvidar su lucha contra al Qaeda de la Península Arábiga (AQAP), quien no dudará en acentuar la misma en clave sectaria, como lo hace en Iraq o Siria.
También se cuenta entre sus poderosos enemigos el partido al-Islah, con fuertes lazos con la citada familia al-Ahmar. Y finalmente, tampoco se presenta fácil su situación en el sur del país, donde un movimiento secesionista muy dividido, con muchas alianzas e intereses hace difícil la materialización de un frente unitario que abriese a corto plazo la puerta para la reedición de una experiencia como la extinta República Democrática Popular de Yemen. Y donde además, los grupos de AQAP intentarán desestabilizar aún más la situación.
Ante este panorama, la estrategia del movimiento Houti estaría buscando saldar viejas deudas con viejos enemigos, evitar que las élites desplazadas del poder retomen su influencia y su postura contra los houtis, y finalmente, evitar el auge de futuras posibles disidencias.
Algunos actores internacionales también juegan sus bazas en Yemen, a pesar de que la mal llamada «comunidad internacional» hace tiempo que prefiere olvidarse de la cruel situación del país. Así, EEUU estaría jugando sus bazas de manera multidimensional, buscando aliados contra al Qaeda y en ocasiones contra Irán. Por su parte, Arabia saudita, aliado estratégico de Washington, se muestra preocupado por los cambios que pueden producirse en Yemen, sobre todo si éstos influyen en su pulso geoestratégico con Teherán, así como la posible desestabilización interna que pueda sufrir el propio reino en el futuro.
Por ello no debería extrañar que el uso de organizaciones como AQAP sean la baza elegida por los dirigentes saudíes, como ya lo han hecho en el pasado. Al tiempo que intentará reducir el conflicto a un enfrentamiento meramente sectario, obviando la compleja realidad yemení.
La figura de Irán también asoma en este conflicto. Algunas fuentes sostienen que el movimiento Houti, a través de Ansarollah podía integrarse en el eje que a día de hoy forman Irán, Siria e Hezbollah, y para ello se apoyan en declaraciones de algunos protagonistas, a los que otras fuentes encuadran más en un movimiento propagandístico que real. Esos analistas sostienen que las diferencias entre los citados actores no permiten anticipar una alianza de ese tipo.
El futuro incierto y sombrío planea sobre Yemen. Mientras que la mayoría de su población apuesta por un nuevo sistema federal que dote de mayor poder a las autoridades locales, otros actores no verían mal la partición norte-sur del pasado, o incluso una reorganización nueva en clave regional.
Cualquier paso que se pretenda dar deberá tener en cuenta la organización social, política y religiosa del país, así como las maniobras e intervenciones que procedan de esos actores extranjeros dispuestos a sacrificar cualquier solución si ésta no es acorde con sus propios intereses.
Txente Rekondo.- Analista Internacional
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