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[Crónicas sabatinas] Más acá y por debajo del soberanismo-secesionismo

Una boda en una Barcelona que no vol ser la millor botiga del món

Fuentes: Rebelión

Para MIS por supuesto. En nuestro día. Para los ausentes tan presentes (por supuesto también). Para Maite (¡Maite, Maite!), Irene, Laura (s), Jose, Víctor, Catalina (m), Catalina (h), Pedro, Lucía, Laura (t) y Carlos que prepararon y alimentaron la despedida de soltera-soltero más hermosa, divertida y catalano-andaluza que uno pueda imaginarse. Gracias por una tarde-noche […]

Para MIS por supuesto. En nuestro día.

Para los ausentes tan presentes (por supuesto también).

Para Maite (¡Maite, Maite!), Irene, Laura (s), Jose, Víctor, Catalina (m), Catalina (h), Pedro, Lucía, Laura (t) y Carlos que prepararon y alimentaron la despedida de soltera-soltero más hermosa, divertida y catalano-andaluza que uno pueda imaginarse. Gracias por una tarde-noche inolvidable [Goethe: «¡Detente instante, eres tan bello!» Se detuvo, sigue detenido].

Para los hombres y mujeres «sin hacer»

La mafia siciliana fue un fenómeno del campo a la ciudad. Las variantes de la delincuencia organizada en Nápoles están ligadas a la ciudad misma. Incluso la recuperación de la bandera -blanca con el emblema de las Dos Sicilias en el centro- desterrada tras la unificación de 1861. No podía faltar el fútbol. En mayo de 1995, la final entre el Nápoles y el Milan llenó el campo de miles de banderas blancas. Diego Armando Maradona, que jugó en el Nápoles, tiene hasta un museo en la ciudad. Un comentarista sarcástico escribió en septiembre de 1993, «entre pizzas y babá -postre típico napolitano usurpado por los cocineros franceses- nace el movimiento neoborbónico republicano». Según explica, y muy bien, Gigi de Fiore, carece de otra ambición que enfrentarse a la permanente humillación hacia los terroni, la gente trabajadora del sur, aquella que se convirtió en carne de emigración en los años cincuenta, seguidos por los españoles del sur en los sesenta. Similar a los que padecieron el desdén por los españoles del norte. ¿Se acuerdan de aquella definición de Jordi Pujol sobre los andaluces, «hombres sin hacer»?

Gregorio Morán (2016)

Hay que destruir la falsa inocencia de tantas personas y familias instaladas en la cultura del «qué divertido», absolutamente ciegas ante el fuego de la pobreza y la injusticia. Tenemos que asumir hoy como un objeto educativo la tarea que se propuso Bartolomé de Las Casas: «Cuán nuevo y escandaloso había de ser despertar a personas que en tan profundo y abismal suelo y tan insensiblemente dormían». Francisco Fernández Buey, uno de los intelectuales más lúcidos que hemos tenido en España, ha sabido rescatar muy bien su acción y su pensamiento y entroncarlos con los problemas centrales de nuestro tiempo en su gran libro La gran perturbación (El Viejo Topo).

Rafael Díaz-Salazar (2016)1

Curioso. Matan a Osama, cuando no era necesario y podían haberlo capturado vivo. Matan al responsable de finanzas del nuevo califato iraquí, cuando estaba previsto capturarlo vivo, dicen las agencias. Parece que la inteligencia del imperialismo ya lo sabe todo y no necesita saber más… o será que hay que evitar a toda costa que se sepa más. Obama quiere cerrar su guerra del Oriente Próximo antes de que lo releven. No acostumbro a creer en las teorías conspirativas de la historia, pero…

José Luis Martín Ramos (2016)

Me caso esta mañana. En el momento en que lean esta sabatina, si fuera el caso, probablemente ya esté casado.

Nos dejan hablar durante la celebración, brevemente. Tendremos que superar c, la velocidad de la luz. Es esto, lo que viene a continuación, lo que queremos decir. Unos nombres recordados y un poema. Así, más o menos (también para ustedes):

Buenos días. Nos gustaría recordar a familiares ausentes que están, como imagináis, muy presentes esta mañana. Al señor Francisco Iglesias en primer lugar, al padre de Mercedes, y a mis padres, también padres de Marta. Mi madre se llamaba Mercedes, como Mercedes, y mi padre Francisco, como el señor Francisco. Mercedes biyecta fácilmente con Mercedes y Francisco de igual modo con Francisco. ¿Casualidad, simple casualidad? Seguramente podréis conjeturar alguna hipótesis de mayor calado psicoanalítico. Adelante, pues, con ella.

Los tres vivieron pocos años, fallecieron los tres, digámoslo mal, antes de su hora. La fecha de la muerte suele tener también una marca de clase.

Pero queríamos recordar también a otras personas, a nuestras raíces un poco más antiguas, a otras generaciones de las que también colgamos. Muy honrados, con mucha admiración.

No olvidamos, desde luego, a José Serrano, un joven campesino de 26 años, asesinado en septiembre de 1936. No hace falta que os diga por quién, quién fue el brazo criminal y ejecutor (la familia colocará una lápida en su recuerdo en el cementerio de Algámitas, 70 años después). Tampoco, desde luego, a Catalina Valle Torrejón, la mujer del campesino asesinado, que se casó de rojo con él (casi como Mercedes esta mañana, está clara su inspiración) en años republicanos, la misma mujer trabajadora que algunos años después, cuando anunció una nueva boda con su nuevo compañero, recibió la visita de unos misioneros que le comentaron que esta vez podía casarse por la Iglesia, que bastaba que firmara un papel, donde se afirmaba que su marido había fallecido en 1936. Ella, como sabéis, se negó: su marido no había fallecido, había sido asesinado. No firmó, no era fácil. Coraje, dignidad y principios. ¿No os parece? ¿Una mujer sin hacer en el decir del molt ex honorable?

Queríamos también recordar al otro abuelo, este paterno, de Mercedes. A Álvaro Iglesias o Álvaro de la Iglesia que no sólo combatió en el 5º Regimiento sino que atravesó la península de Sur a Norte, desde Cádiz a Gerona al grito de «No pasarán, no pasarán, no pasarán». Cruzó la frontera por Port Bou probablemente. Fue también un sin papeles, un refugiado, como tantos otros que hoy llaman a nuestras puertas demostrando la UE su cara más impía e inhumana.

Allí, en Francia, en el sur de Francia, Álvaro pudo rehacer su vida tras grandes, tras sobrehumanos esfuerzos. Trabajó en las minas de Carmaux y se volvió a casar. De este nuevo matrimonio nació François -Álvaro, por lo que veis, no fue muy original en asuntos nominales-. Él, como su compañera Marie Claire, representan para nosotros lo mejor de la cultura republicana y de izquierda francesa. También española. François es tan republicano como el cementerio de la ciudad donde vive. Los apellidos catalanes y españoles lo pueblan de arriba abajo, a izquierda y derecha.

Cambio de hilo familiar. Quería ahora recordar a Salvador López Campo, el hermano de mi padre, un joven campesino muerto a los 20 años en la batalla del Ebro defendiendo las libertades republicanas, las libertades de la República de todos los pueblos de Sefarad. Mi nombre a él se lo debo. No hace falta que os diga que es una de las cosas, en lo que a mí concierne y sin mérito alguno por mi parte, de las que me siento más orgulloso.

También, vamos finalizando, quiero hablaros de mi abuelo materno, José Arnal Cerezuela (figura como Josep Arnau -¿qué importa?… ¿o importa?- en el Memorial dels Immolats de Montjüic). Hoy es día 2. Hace 77 años y 7 días, el 9 de abril, fue condenado a muerte. Se confió, como muchos otros cenetistas. No le podían acusar de nada en especial pensó­. Pero pensó muy mal, se equivocó. El 10 de mayo fue asesinado por un pelotón de la Guardia Civil. Su delito: rebelión militar. Es decir, defender la II República española. Mi hermana y yo somos, pues, nietos de un delincuente. Ni que decir que el honor que sentimos por ello es inmenso.

El día de su muerte, nuestro tío, José Arnal Mur, con apenas 18 años, intentó salvar a su padre y se abalanzó contra el pelotón que iba a fusilarlo, pidiendo que lo dejaran en paz, que no había hecho nada. Un culatazo lo arrojó a tierra. Tuvo suerte, él y también la familia. Pudieron ser dos los asesinados ese día. Fue de un pelo.

A todos ellos, a los cinco que hemos citados, a todos vosotros una promesa: nunca habitará en ellos el olvido. No aspiramos a ninguna venganza. Tan sólo a un reconocimiento público tantas veces torpedeado…

Aunque tanto da por otra parte. Nos basta con el apoyo de la buena gente, que es mucha y es mucha su solidaridad.

Os hemos hablado de siete u ocho españoles. Si sumamos a García Lorca, a don Enrique Morente, recuerden el Pequeño vals vienés que ha sonado a la entrada, y también a don Alfredo Kraus y el aria mozartiana Un aura amorosa que acaba de sonar también, superamos la decena. Mercedes y yo somos barceloneses y «ens morin de calor» como cantaba Manolo García. Ella es de la Barceloneta y yo, algo más xarnego, de una zona, barrio-no barrio, de Sant Martí, al lado del Besós. Intentamos desconectarnos, eso nos dicen, de esos -u otros- españoles pero la verdad es que no podemos. ¡Nos han hecho, son parte nuestra! ¡Cómo vamos a superar-disolver una dependencia, una relación, una raíz tan hermosa y digna! ¡Somos nosotros mismos! ¿No seríamos entonces uns botiflers, y esta vez sí, en el pleno sentido de la expresión? ¿No traicionaríamos lo más esencial? ¿No nos traicionaríamos en lo más hondo?

Hablando de buena gente… el poema que queríamos decir esta mañana.

Habíamos pensado recitar la Loa a la dialéctica, que es como el «sí se puede» pero con hermosas -y cañeras- palabras de Brecht. Hemos pensando también en aquel poema de Borges que yo suelo decir bastante mal, desordenándolo y olvidándome de algunos versos. Lo haríamos mal de nuevo: «Un hombre, un ser humano, que cultiva su jardín como quería Voltaire / el que descubre con placer una etimología / el que agradece que en el mundo haya música y haya vivido Stevenson / el que acaricia un animal herido / el que prefiere que los otros tengan razón / etc. etc., esas personas, gentes como vosotros, están salvando el mundo».

No es este, en todo caso, el poema que hemos elegido finalmente para despedirnos. También es de Brecht y lo hemos hecho pensando en otro ausente muy presente que antes no hemos citado porque queríamos hablar de él en esta segunda parte. Hablo de un gran intelectual y ciudadano que fue profesor, maestro, camarada, compañero y amigo, también de Mercedes, hablo de Francisco Fernández Buey, alguien que un amigo que está entre vosotros cuidó, como Eloy y sus hermanas Charo y Nieves, hasta el final de sus días. Me estoy refiriendo al profesor, este sí maltratado y casi esclavizado y no por los españoles precisamente, Jordi Mir García.

(Por cierto, si miramos en línea recta y añadimos complementos perceptivos a nuestra mirada, veremos una escultura de Francesc Cambó, bien adornada cada día por el palomar barcelonés, y doscientos metros más abajo, hacia el mar, una avenida que lleva su nombre. La escultura al lado de Caixabank; la avenida a continuación de otra avenida, la de la catedral. La cosa cuadra y encuadra muy bien.

Pues bien, ahora que no nos oye el concejal de Barcelona en comú que acaba de casarnos: ¿cómo esta ciudad que algunos quisieron convertir en la millor botiga del món puede dedicar símbolo y avenida a alguien tan sospechoso de apoyar el golpe militar fascista de 1936 y no dedicar ni una calle, ni un pasaje, ni una avenida, ni una plaza, nada de nada, a alguien que tanto ha hecho, que ha sido tan importante para esta ciudad como el autor de Leyendo a Gramsci? ¿Ustedes lo entienden? Nosotros no… y además creemos que es injusto. Cerramos el paréntesis).

Queda el poema. Un poema que a Paco le gustaba, lo citó en varias ocasiones, y que él nos lo hubiera dicho con su hermosa voz palentino-barcelonesa. Para él, en su recuerdo, para Neus Porta su esposa y compañera, para Pere de la Fuente, otro amigo-filósofo que también hubiera estado aquí, para todos vosotros, para todos los ausentes tan presentes.

A la buena gente se la conoce

en que resulta mejor

cuando se la conoce. La buena gente

invita a mejorarla, porque

¿qué es lo que a uno le hace sensato?

Escuchar y que le digan algo.

Pero, al mismo tiempo,

mejoran al que los mira y a quien

miran. No sólo porque nos ayudan

a buscar comida y claridad, sino,

más aún,

nos son útiles porque sabemos

que viven y transforman el mundo.

Cuando se acude a ellos,

siempre se les encuentra.

Se acuerdan de la cara que tenían

cuando les vimos por última vez.

Por mucho que hayan cambiado

-pues ellos son los que más cambian-

aún resultan más reconocibles.

Son como una casa que ayudamos a construir.

No nos obligan a vivir en ella,

y en ocasiones no nos lo permiten.

Por poco que seamos, siempre podemos ir a ellos,

pero tenemos que elegir lo que llevemos.

Saben explicar el porqué de sus regalos,

y si después los ven arrinconados, se ríen

Y responden hasta en esto: en que,

si nos abandonamos,

les abandonamos.

Cometen errores y reímos,

pues si ponen una piedra en lugar equivocado,

vemos, al mirarla,

el lugar verdadero.

Nuestro interés se ganan cada día,

lo mismo que se ganan su pan de cada día.

Se interesan por algo que está fuera de ellos.

La buena gente nos preocupa.

parece que no pueden realizar nada solos,

proponen soluciones que exigen aún tareas.

En momentos difíciles de barcos naufragando

de pronto descubrimos fija en nosotros

su mirada inmensa.

Aunque tal como somos no les gustamos,

están de acuerdo, sin embargo,

con nosotros.

Toda este conjunto de buena gente de la que habla Brecht está lleno de buena gente como vosotros. Gracias. ¡Un honor que hayáis venido y que sigamos juntos! Hasta morir en paz, que al decir del poeta, es como suelen morir las gentes que han amado mucho.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.