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Culpar a los otros

Una historia sobre la violencia en Líbano

Fuentes: Jadaliya

Traducción para Rebelión de Loles Oliván.

Por encima de todo, debemos recordar que los libaneses no necesitábamos un levantamiento en Siria para empezar a matarnos unos a otros ni para matar a los refugiados palestinos o a los trabajadores sirios. Lo hemos estado haciendo con bastante éxito desde hace décadas ante el aplauso de nuestros, a veces, políticos, a veces, dirigentes de milicias.

La violencia ha definido los siete años transcurridos desde el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri en 2005. Pero hay rupturas en ese paisaje ya familiar de neumáticos en llamas; el secuestro por Israel de ciudadanos libaneses, la invasión del espacio aéreo del país, el aumento de víctimas por minas terrestres y bombas de racimo israelíes, el abuso y los asesinatos de trabajadores migrantes, y el sonido aislado de armas de fuego en algún lugar de la noche. Es sólo un inventario de la violencia más perceptible en Líbano durante la última década

En 2006, una guerra con Israel dejó miles de civiles muertos y desplazó a casi un millón de personas. En 2007, el ejército libanés, con el fragoroso apoyo de muchos ciudadanos libaneses, hizo escombros un campamento de refugiados palestinos. El objetivo del ejército era «erradicar» a los islamistas salafistas que se habían infiltrado en el campamento, hogar para cuatro generaciones de refugiados palestinos. En 2008 se desató una «mini guerra civil» entre el Estado libanés dominado por el [Movimiento] 14 de Marzo y fuerzas de la [Coalición] 8 de Marzo. Centenares de personas resultaron muertas y heridas en escaramuzas armadas en Beirut y en las montañas. Esos enfrentamientos se juzgaron menores en la ya recurrente comparación con la guerra civil libanesa de 1975-1990, el referente obligado con el que se mide toda violencia. En 2011, la violencia volvió a las calles de Beirut cuando cayó el gobierno de Saad Hariri y Nayib Mikati llegó al poder. Este año ha estado marcada por violentos enfrentamientos entre libaneses que apoyan al régimen sirio y los que se oponen a él.

Toda esta violencia no puede atribuirse únicamente al sectarismo. Después de todo, fueron libaneses de todas las sectas, géneros, regiones y clases los que animaron a la destrucción de un campo de refugiados y al asesinato y desplazamiento de sus habitantes. En 2008 ciudadanos y ciudadanas libaneses de todas las sectas apoyaron las acciones de Hizbolá, y ciudadanos y ciudadanas libaneses de todas las sectas se posicionaron en su contra. En 2011, libaneses de todas las sectas se hartaron de las deficiencias multifacéticas de Saad Hariri, y libaneses de todas las sectas lo apoyaron. El término «sectarismo» no acierta a captar la naturaleza de estos conflictos sobre el futuro de Líbano y sus alianzas geopolíticas. Además de un sistema político que produce de las identidades sectarias identidades políticas, Líbano se define por el subdesarrollo y por una estructura de clases que se hunde en los extremos. Por otra parte, los dirigentes políticos, muchos de los cuales fueron dirigentes de milicias durante la guerra civil de 1975-1990, practican la corrupción e incitan a la violencia con impunidad. Esa impunidad descansa en la dolorosa realidad de que una mayoría de ciudadanos y ciudadanas libaneses depende de esos dirigentes y de su patrocinio para hacer que la vida de sus familias sea más vivible. Más doloroso resulta aún la dura circunstancia de que a partir del ejercicio de Rafik Hariri tras la guerra civil, todos los partidos políticos principales sin excepción han adoptado la economía neoliberal que asola a las clases medias y trabajadoras. Sólo las élites que disponen de capital han podido sacar provecho de esas políticas, exacerbando aún más la división de clases.

En las últimas semanas, políticos, periodistas, blogueros y militantes han descrito los tiroteos y asesinatos de Beirut y Trípoli a la vez como sectarios y como un «desbordamiento» de Siria. Son tropos muy familiares; la violencia en Líbano se atribuye con demasiada frecuencia a un «sectarismo» fácilmente perceptible y a la negativa influencia de «intrusos» y elementos «extranjeros». Los discursos del sectarismo y de la infiltración exterior obvian los múltiples factores que contribuyen a la violencia. Los políticos utilizan estos discursos para eximirse de cualquier responsabilidad. Los utilizan para posicionarse como bálsamo de las frustraciones y agresiones de sus electores, y como figuras nacionales que protegen a Líbano de la influencia negativa de los intrusos. Cuando hablan en televisión y en los periódicos, el sistema escolar público cruje bajo el beso de la muerte de más recortes presupuestarios aún, de la electricidad que circula en el país con menos confianza que la cera de vela, y de jóvenes desempleados y subempleados que hallan un propósito, una pistola y un sueldo defendiendo sus barrios, barrios que se hacen más homogéneamente sectarios a cada espasmo de violencia.

Apuntar hacia el sectarismo y hacia el «infiltrado» permite asimismo pasar por alto otros factores importantes de este conflicto. No debemos olvidar que en nombre de una guerra nacional e internacional contra el terrorismo, salafistas del Norte de Líbano han sido detenidos y encarcelados sin juicio ni sin indicio alguno de proceso debido durante años. El trato que les ha dado «la justicia libanesa» forma parte de lo que nutre sus acciones de hoy en día. Pero no todos los que apoyan el levantamiento sirio son salafistas, porque el sectarismo siempre ha representado más una identidad política secular que una afinidad religiosa.

Lo que está sucediendo en Líbano debe verse también a través del prisma geopolítico del conflicto árabe-israelí y de la política exterior de Estados Unidos y de Arabia Saudí, parte de la cual es la guerra contra Hizbolá y contra la mera noción de resistencia armada contra Israel. Mientras la violencia continúa, Hizbolá pierde su posición de «partido nacional» y cada vez se le considera más como partido político y milicia chií. Su capacidad para mantener un alto el fuego se consigue a través de la fuerza bruta y del reconocimiento de que puede derrotar a cualquier configuración de las facciones libanesas, al menos militarmente. Se trata de un triste y peligroso capítulo de una historia que cuenta en su haber con la euforia y el orgullo nacional que envolvió a Hizbolá tras las retiradas israelíes de 2000 y 2006.

Del mismo modo, apuntar hacia el sectarismo oscurece otros hilos que tejen este paisaje de guerra. Los lazos entre las comunidades del Norte de Líbano y de Siria no pueden reducirse a «afinidad sectaria». Se trata de comunidades que han estado ligadas por matrimonio, comercio y profundos lazos sociales durante generaciones. Son lazos que llevan las cicatrices de fronteras y caminos redibujados para tratar de reorientar el comercio y la sociabilidad fuera de Siria y hacia Beirut y el resto de «Líbano». Son lazos que llevan también las cicatrices de una fracasada política económica que abandonó el Norte de Líbano al fracaso de sus escuelas, a sus líderes corruptos e irresponsables, y a sus ruinosas infraestructuras. Pero no es solo el Norte de Líbano. En todas partes, Líbano ha sido abandonado a sus delincuentes políticos, al apresurado desenterramiento de sus armas y a instituciones ineficaces. Después de todo, sólo en Líbano podría verse como algo extraordinario el despliegue del ejército para sofocar la violencia que se ha cobrado cientos de víctimas en la segunda ciudad del país. No debemos olvidar que los rostros que nos prometen una solución rápida y la paz a través de nuestras pantallas de televisión son también los rostros que amenazan o que han amenazado alguna vez nuestras vidas con la muerte tanto física como económica.

Por encima de todo, debemos recordar que los libaneses no necesitábamos un levantamiento en Siria para empezar a matarnos unos a otros ni para matar a los refugiados palestinos o a los trabajadores sirios. Lo hemos estado haciendo con bastante éxito desde hace décadas ante el aplauso de nuestros a veces políticos y a veces dirigentes de milicias.

 

Fuente original: http://www.jadaliyya.com/pages/index/5854/blaming-others_a-history-of-violence-in-lebanon-