Recomiendo:
0

Reseña de Jorge Riechmann, "Moderar Extremistán. Sobre el futuro del capitalismo en la crisis civilizatoria", Madrid, Díaz&Pons, 2014, 164 páginas

Una llamada urgente y documentada a favor de (un más necesario que nunca) Mesuristán

Fuentes: El Viejo Topo

Más de treinta breves capítulos (cinco páginas de promedio), y una selección de textos recomendados para «un pensamiento en marcha», componen el nuevo libro del poeta, matemático, traductor, ecosocialista y activista Jorge Riechmann [JR]. Como todo lo suyo, interesante, documentado, original, pletórico de reflexiones y necesario. Los hilos conductores de este nuevo libro: 1. El […]

Más de treinta breves capítulos (cinco páginas de promedio), y una selección de textos recomendados para «un pensamiento en marcha», componen el nuevo libro del poeta, matemático, traductor, ecosocialista y activista Jorge Riechmann [JR].

Como todo lo suyo, interesante, documentado, original, pletórico de reflexiones y necesario. Los hilos conductores de este nuevo libro:

1. El peligro de que la ética si no es ética social, en continuidad con la política (en la misma senda que sus maestros Manuel Sacristán y Francisco Fernández Buey, y también de Cornelius Castoriadis), puede funcionar como un falaz y peligroso dispositivo ideológico (de falsa consciencia).

2. La exposición de más argumentos críticos contra el capitalismo (Extremistán), contra un modo de producción y de fuerte destrucción y modelo alocado e irracional de vida (la crisis ecológico-social siempre presente) junto con ideas y sugerencias a favor de su control urgente, de la apuesta justa y necesaria por Mesuristán: redistribución económica, sustentabilidad ecológica, justicia social y control democrático de la tecnociencia. Y con ello, política comprometida, política en sentido fuerte. «Todo lo que nos oriente fuera del capitalismo y el patriarcado serían líneas esenciales de avance» (p. 130), consciente, por supuesto, de que decirlo resulta «infinitamente más fácil que hacerlo».

3. La vinculación estrecha entre crisis ecológica (energética, climática, de biodiversidad) y capitalismo. La fuerza motriz que «impulsa la artificialidad de la Tierra y la mercantilización de todos los bienes naturales es la acumulación de capital». Sin ponerla en entredicho, todo nuestro hermoso discurso sobre sostenibilidad es cháchara vacía, huera, inadmisible bla-bla-bla. La magnífica ocurrencia terminológica que JR recoge de Robert Engelman: sosteniblablá. «Seguir adelante por la senda de la guerra contra la naturaleza, la devastación del futuro, la competencia destructiva de los grupos y los seres humanos entre sí, nos conduce al colapso» (p. 29).

4. La existencia de una tendencia en la humanidad, «generada por la evolución y anclada en nuestra biología», a alejarnos, a disociarnos de experiencias demasiado duras o expectativas demasiado desagradables. Somos los humanos animales disociativos (Kathinka Evers): cerramos los ojos ante realidades duras, tendencia potenciada «hasta el infinito por una cultura que, particularmente en la fase neoliberal del capitalismo, estimula la denegación, el engaño y el keep smiling como prácticas sistémicas».

5. El capitalismo (Owen, 1837: «El capital crea una desigualdad tal como nunca se había presentado en la historia de la humanidad») y la democracia son procesos sociales antagónicos. La tesis, en opinión del autor, no debería resultar polémica a poco que se examinen los hechos con mínima objetividad. Tomando pie en Castoriadis, JR sostiene que en los últimos siglos han surgido dos proyectos básicos, «significaciones sociales imaginarias» en terminología del filósofo greco-francés, que no solamente son opuestas a la religión cristiana hegemónica durante la época feudal sino que son también opuestas entre sí. De hecho, sostiene JR, paradoja entre paradojas, sin las luchas sociales que han contenido su destrucción, el capitalismo, probablemente, ya se había eliminado a sí mismo, se habría autodestruido. Por ejemplo, la civilización capitalista sólo ha podido funcionar porque ha heredado una serie de tipos antropológicos que ella no ha creado y que no puede crear: jueces incorruptibles, médicos y maestros consagrados a su función, trabajadores con conciencia profesional a pesar de sus condiciones laborales no siempre correctas, etc.

El escenario de fondo en el que interviene Jorge Riechmann descrito con sus propias palabras: «Nos da miedo intuir que las ‘ventanas de oportunidad’ para evitar lo peor, que estuvieron abiertas durante cierto tiempo en el siglo XX, se han cerrado ya, y que asistimos a una terrible dinámica de inversión temporal: tiempos muy rápidos para la degradación ecológica, tiempos muy lentos para los cambios sociales que podrían ayudarnos…»

Sin tiempo, sin espacio para la pasividad. Con la urgencia de cambios sociales imprescindibles.

El primer escrito incorporado lleva por título: «An elephant in the room». Nuestro elefante: el capitalismo, siempre presente cuando debatimos sobre asuntos de la crisis ecológico-social en nuestros espacios, en nuestras habitaciones. Nadie ignora, nadie puede y debe ignorar, sus dimensiones y su inmenso poder… y el alcance de la barbarie que sigue protagonizando. La definición de William Morris nos ofrecía en 1883, el año de la muerte de Marx, y que Riechmann nos recuerda no podía ser más oportuna: «el capitalismo es el poder más descomunal que el mundo jamás ha conocido. Descomunal en verdad, mas principalmente orientado a destruir; y, por ello, creo que efímero, ya que todo lo que es destructivo contiene el germen de su propia destrucción». El modo de producción de la hybris, de la desmesura sin freno, como señalara hace años uno de los maestros del autor, Manuel Sacristán.

Para JR, abonando una tradición en la que se reconoce explícitamente, ética y política se hallan estrechamente interconectadas. La política se concibe, debe concebirse, como ética de lo colectivo. Un tópico extendido suele afirmar que la primera debe regirse por la ética de las convicciones y la segunda por la de las responsabilidades. La perspectiva adoptada por él es diferente porque esa disyunción excluyente es peligrosa e irracionalista: «tanto convicciones como responsabilidades desempeñan un papel importante, así en la moral como en la política. El corte o salto, cuando se da, tiene más que ver con lo próximo y lo lejano.» (p. 15). Pero los contextos más amplios y lejanos resultan cada vez más determinantes para la vida de todos nosotros. La ambición de los seres humanos es ilimitada ciertamente, el apetito humano de riquezas y honores puede no tener límites (Riechmann toma pie en los primeros compases de la Política aristotélica) si no es encauzado por buenas costumbres, leyes justas y una paideia bien orientada. «Sin la construcción normativa e institucional -sin la ética que se prolonga en política- no cabe hallar salidas para el callejón donde nos encontramos» (p. 24). Este es el punto, este es el nudo esencial.

Todas las culturas, apunta JR, han sabido que necesitamos aprender a desear bien. Debemos cultivar la psique humana, «desfondada por el lenguaje, la cultura, la imaginación radical y también, dirán algunos, por la pulsión de muerte», para evitar el abismo de los deseos ilimitados e insaciables. La cultura occidental, otra de las tesis-posiciones del autor, no lo sabe o no desea saberlo. Sin embargo, sin este trabajo de autoconstrucción, «hoy casi inimaginable», viviendo como vivimos y como algunos nos empujan a vivir en un planeta finito provisto de recursos naturales limitados, como lo serían también por otra parte posibles conquistas espaciales diseñadas por mentes desarrollistas, la civilización industrial está condenada.

¿Qué política, qué poliética defiende Riechmann? Una política en sentido fuerte. ¿Qué política es esa? En dos pasos. La política que trata de la gestión como coerción, el engaño y la violencia no debería ser olvidada. Se trata de aprender el camino del infierno para tener opciones de evitarlo (Maquiavelo). Pero «lo que nos importa más, la que debería recoger lo mejor de nuestros esfuerzos», no es esa sino «la política guiada por valores de igualdad y liberación. Si nuestra moral es igualitaria, no estará divorciada de la política…» Sólo la política democrática, es decir, «la que hace frente a la dominación en todas sus dimensiones, la que busca crear y aumentar la autonomía -personal y colectiva- en esta era de desniveles prometeicos y desfases de gigantomaquia, tiene el potencial de salvar esas enormes distancias entre la ética de la persona y los problemas sociopolíticos y económico-ecológicos que van extremándose en Extremistan» (pp. 147-148). La posición central del autor.

A destacar igualmente, la interesante lectura de JR de un pensador no siempre suficientemente considerado en los ámbitos de izquierda como Cornelius Castoriadis. Un fragmento destacado por el autor, extraído de «La ética como encubrimiento», inspirador sin duda de muchas de las reflexiones de JR: «Lo que estas reacciones olvidan u ocultan es esta evidencia fundamental: todos nuestros actos tienen su condición de posibilidad efectiva, tanto por lo que se refiere a su materialidad como a su significación, en el hecho de que somos seres sociales que viven en un mundo social […] No somos «individuos» flotando libremente sobre la sociedad y la historia, ni podemos decidir soberana y absolutamente lo que haremos, cómo lo haremos, el sentido que tendrán nuestros actos una vez realizados… Si la casa está mal construida, todos los esfuerzos para vivir en ella serán, en el mejor de los casos, chapuzas insatisfactorias.»

Y, también, la tesis poliética de fondo (con el poeta colombiano William Ospina): el verdadero enemigo de los pobres no es el capitalismo (que también lo es por supuesto) sino la resignación. También, claro está, su tesis complementaria: el verdadero enemigo del socialismo no es el capitalismo sino la pasividad y la indiferencia.

Tampoco la crítica a tradiciones próximas está ausente en esta crítica al Extremistán. Véase, por ejemplo, el capítulo dedicado al amoralismo y antipersonalismo de ciertas tradiciones emancipatorias. El recuerdo de aquella conversación entre Chomsky y Foucault de los años setenta figura en el fondo de este escenario.

«Sabemos que hay algo que siempre y en todo lugar es infinitamente despreciable: la indiferencia ante el dolor del otro». Con estas palabras (en honor de Camus) finaliza el libro Jorge Riechmann. Con ellas finalizamos nosotros esta aproximación a un magnífico libro que merece nuestra atención y atenta lectura.