Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Mahmud Abbas está harto. Anteayer retiró su candidatura para las próximas elecciones presidenciales de la Autoridad Palestina.
Le entiendo.
Se siente traicionado. Y el traidor es Barack Obama.
Hace un año, Obama, cuando fue elegido, despertó grandes esperanzas en el mundo musulmán, entre el pueblo palestino, así como en el campo de la paz israelí.
Por fin un presidente estadounidense que entendía que tenía que poner fin al conflicto israelí-palestino, no sólo por el bien de ambos pueblos, sino principalmente por los intereses nacionales de EE.UU. Este conflicto es en gran parte responsable de la gran ola de odio antiestadounidense que recorre las masas musulmanas de océano a océano.
Todo el mundo pensó que había empezado una nueva era. En lugar del choque de civilizaciones, los ejes del mal y todos los demás lemas estúpidos pero nefastos de la era Bush, se vislumbraba un nuevo enfoque de entendimiento y reconciliación, respeto mutuo y soluciones prácticas.
Nadie esperaba que Obama cambiara la incondicional línea pro israelí por una actitud unilateral pro palestina. Pero todo el mundo pensaba que EE.UU., a partir de entonces, adoptaría un enfoque más imparcial e impulsaría a ambas partes hacia la solución de los dos Estados. Y, no menos importante, que la corriente continua de charlatanería hipócrita y santurrona sería desplazada por una política resuelta, vigorosa y de no provocación pero decidida.
Tan altas como fueron entonces las esperanzas son ahora de profundas las decepciones. Nada de todo eso ha sucedido. Peor todavía: la administración Obama ha demostrado con sus acciones y omisiones que en realidad no es diferente de la administración de George W. Bush.
Desde el primer momento quedó claro que la prueba decisiva sería la batalla de las colonias.
Puede parecer que es una cuestión marginal. Si se tiene que alcanzar la paz en dos años, como asegura la gente de Obama, ¿por qué preocuparse por otras pocas casas más en las colonias que de cualquier forma se desmantelarán? Tonterías.
Pero la congelación de las colonias tiene una importancia mucho más allá de su efecto práctico. Volviendo a la metáfora del abogado palestino: «Estamos negociando la división de una pizza y mientras tanto Israel se está comiendo la pizza».
La insistencia estadounidense en la congelación de las colonias en toda Cisjordania y Jerusalén oriental era la bandera de la nueva política de Obama. Como en una película del Oeste, Obama trazó una raya en la arena y declaró: «¡hasta aquí y nada más!» Un auténtico cowboy no puede retirarse sin aparecer como un cobarde.
Eso es precisamente lo que ha sucedido. Obama ha borrado la raya que él mismo trazó en la arena. Ha renunciado a la clara exigencia de una congelación total. Benjamín Netanyahu y su gente anunciaron con orgullo -y ruidosamente- que se había llegado a un compromiso, no, Dios nos libre, con los palestinos (¿Quiénes son ellos?), sino con los estadounidenses. Éstos han autorizado a Netanyahu a que construya aquí y allá en aras de la «vida normal», el «crecimiento natural» para «completar proyectos inacabados» y otros pretextos transparentes de este tipo. No habrá, por supuesto, ninguna restricción en Jerusalén, la capital indivisible de Israel. En resumen, la actividad colonizadora continuará a todo ritmo.
Para echar sal en la herida, Hillary Clinton se tomo la molestia de ir a Jerusalén personalmente a bañar a Netanyahu en una adulación repugnante. No hay ningún precedente de los sacrificios que él está haciendo por la paz, le alabó.
Esto fue demasiado incluso para Abbas, cuya paciencia y autocontrol son legendarios. Han salido las consecuencias.
«Entender todo es perdonarlo todo», dicen los franceses: Pero en este caso, algunas cosas son difíciles de perdonar.
Ciertamente, uno puede entender a Obama. Está ocupado en una lucha por su vida política en el frente social, la batalla por la seguridad social. El desempleo sigue creciendo. Las noticias de Iraq son malas. Afganistán se está convirtiendo rápidamente en un nuevo Vietnam. Incluso antes de la ceremonia de entrega, el Premio Nobel de la Paz parece una broma.
Quizás siente que no es el momento oportuno para provocar al todopoderoso lobby pro israelí. Obama es un político, y la política es el arte de lo posible. Sería posible perdonarle por esto si admitiera con franqueza que es incapaz de llevar a cabo sus buenas intenciones en este terreno por el momento.
Pero es imposible perdonar lo que en realidad está pasando. No se puede perdonar el escandaloso tratamiento estadounidense al informe Goldstone. Ni la detestable conducta de Hillary en Jerusalén. Ni la mentira de la «moderación» de la actividad colonial. Sobre todo cuando todo esto continúa con un desprecio total hacia los palestinos, como si fueran simples figurantes en un musical.
Obama no sólo ha renunciado a su pretensión de un cambio total en la política estadounidense, sino que en realidad está siguiendo la política de Bush. Y puesto que Obama pretende ser lo contrario de Bush, ésta es una doble traición.
Abbas ha reaccionado con la única arma que tiene a su alcance: el anuncio de que dejará la vida política.
La política estadounidense en el «Gran Oriente Próximo» se puede comparar con una receta de un libro de cocina: «Tome cinco huevos, mézclelos con harina y azúcar…»
En la vida real: Tome una celebridad local, dele la parafernalia de gobierno, celebre «elecciones libres», entrene a sus fuerzas de seguridad, conviértalo en un subcontratista.
No es una receta original. Muchos regímenes coloniales y de ocupación la han empleado en el pasado. Lo que es tan especial en su uso por los estadounidenses son los accesorios «democráticos» del juego. Incluso si un mundo cínico no creyera una sola palabra, está el público, de regreso a casa, para pensar en ello.
Así se hizo en Vietnam en el pasado. Como se eligió a Hamid Karzai en Afganistán y Nouri Maliki en Iraq. Como se ha mantenido a Fouad Siniora en Líbano. Como se pretendió instalar a Muhammad Dahlan en la Franja de Gaza (pero a quien, en el momento decisivo, se le anticipó Hamás). En la mayoría de los países árabes no es necesaria esta receta, puesto que los regímenes establecidos ya cumplen los requisitos.
Se suponía que Abbas desempeñaría ese papel. Detenta el título de presidente, fue elegido limpiamente, un general estadounidense entrena a sus fuerzas de seguridad. Bien es verdad que en las siguientes elecciones parlamentarias su partido resultó derrotado, pero los estadounidenses simplemente ignoraron el resultado y los israelíes encarcelaron a los parlamentarios indeseables. El espectáculo debe continuar.
Pero Abbas no está satisfecho con el papel de huevo de la receta estadounidense.
Le conocí hace 26 años. Tras la Primera Guerra de Líbano, cuando nosotros (Matti Peled, Ya’acov Arnon y yo) fuimos a Túnez para reunirnos con Yasser Arafat, vimos primero a Abbas. Este era el caso cada vez que acudimos a Túnez después de esto. La paz con Israel era el «escritorio» de Abbas.
Las conversaciones con él siempre fueron sin rodeos. No nos hicimos amigos, como con Arafat. Ambos tenían caracteres muy diferentes. Arafat era extrovertido, una persona cálida a quien le gustaban los gestos personales y el contacto físico con la gente con la que hablaba… Abbas es una persona introvertida y autocontrolada que prefiere mantener a la gente a distancia.
Desde el punto de vista político no hay una diferencia real. Abbas sigue la línea fijada por Arafat en 1974: un Estado palestino dentro de las fronteras anteriores a 1967, con Jerusalén Oriental como capital. La diferencia está en el método. Arafat creía en su capacidad para influir en la opinión pública israelí. Abbas se limita a tratar con los gobernantes. Arafat creía que tenía que guardar en su arsenal todos los medios posibles de lucha: negociaciones, actividad diplomática, lucha armada, relaciones públicas, maniobras de distracción. Abbas pone todo en la misma cesta: las negociaciones de paz.
Abbas no quiere convertirse en un «Mariscal Petain» palestino. No quiere liderar un régimen de Vichy local. Sabe que está en una pendiente resbaladiza y ha decidido parar antes de que sea demasiado tarde.
Creo, por lo tanto, que su intención de abandonar el escenario es grave. Creo su afirmación de que no es sólo una táctica de negociación. Puede cambiar su decisión, pero sólo si está convencido de que las reglas del juego han cambiado.
Obama se ha quedado totalmente sorprendido. Esto no había sucedido nunca: un cliente estadounidense, totalmente dependiente de Washington, de repente se rebela y pone condiciones. Es exactamente lo que Abbas ha hecho ahora, cuando ha reconocido que Obama no está dispuesto a cumplir la condición más básica: la congelación de las colonias.
Desde el punto de vista estadounidense, no hay sustituto. Ciertamente hay algunas personas capaces en el liderazgo palestino, así como corruptos y colaboracionistas. Pero no hay ninguno que sea capaz de aglutinar a su alrededor a toda la población de Cisjordania. El primer nombre que surge siempre es el de Marwan Barghouti, pero está en prisión y el gobierno israelí ya ha anunciado que no le liberarán ni aunque resulte elegido. Además, tampoco está claro que tenga la voluntad de desempeñar ese papel en las condiciones actuales. Sin Abbas, la receta estadounidense se desmorona.
Netanyahu también se quedó totalmente sorprendido. Desea falsas negociaciones, carentes de sustancia, como un camuflaje para profundizar la ocupación y expandir las colonias. Un «Proceso de Paz» como sustituto de la paz. Sin un líder palestino reconocido, ¿con quien va a «negociar»?
En Jerusalén, todavía hay esperanzas de que el anuncio de Abbas sea meramente una estratagema, que será suficiente con arrojarle unas migajas para hacerle cambiar de opinión. Parece que no conocen realmente a este hombre. Su amor propio no le permitirá dar marcha atrás, a menos que Obama le conceda un logro político serio.
Desde el punto de vista de Abbas, el anuncio de su retirada es el arma del Día del Juicio Final.
Fuente: http://zope.gush-shalom.org/