El libro del escritor afroecuatoriano Juan García Salazar (1944-2017) concibe la historia como construcción comunitaria narrada desde la existencia al filo de la muerte, desde la resistencia anticolonialista y antiesclavista.
El maestro Juan García Salazar solía preferir los detalles de la Historia, de la nuestra; debemos considerarla mayor, por eso mismo con ‘H’. No por capricho cimarrón o por veleidad intelectual, por algo tan simple como esto: nuestra historia es la Historia. La fragmentación de la palabra es artificio para inutilizar el continente de lo pensado y con real posibilidad de ser activado. Y quienes empequeñecen su historia se devuelven exactamente a ese tamaño. Es como una operación matemática de factores nulos que consagra, en el tiempo, un deplorable producto final. Las vidas que nos hacen falta[1] están en los fragmentos, pequeñitos o grandes, de la memoria colectiva y de la documentación repartida por diferentes países. Cimarronaje en el Pacífico Sur: historia y tradición. El caso de Esmeraldas, Ecuador, es el producto, no final aún, de la historia como construcción comunitaria, con sus liderazgos inevitables, pero narrada desde la existencia al filo de la muerte, de la no-humanidad; desde la persistencia humana más allá de la negación “científica” a sus diferentes continuidades en la temporalidad; y por fin desde la resistencia anticolonialista, antiesclavista, y ya en esta temporalidad contrariar la colonialidad de saberes. Y también de los seres con saberes. Otra vez nuestra alta Historia, escrita y contada por el Bambero mayor de la palabra liberada. O el Cimarrón mayor. Cualquiera de los dos apelativos lo retratan muy bien.
“La razón principal de este documento está en la necesidad de encontrar una forma que ayude al pueblo negro de Esmeraldas en la recuperación de su propia historia quebrando el olvido histórico centenario que lo ha segregado de la historia nacional ecuatoriana”, dice el maestro J. García, en la justificación de este libro. La Historia de los leones, contada desde sus cotidianidades de dificultades, por ellos mismos sin menoscabo de sus metáforas para redondear verdades. Otra vez por el caminar y andar de mujeres y hombres cimarrones atravesando tramos épicos para que no faltaran metas triunfales. Y después el volver a empezar desde ese alcance a otros designios. Ya sabemos que si la sociedad dominadora, en plan dominante, se adueña de nuestra mainstream o de nuestra tawala[2] seremos su dibujo cultural y social. O su caricatura.
La Región de las Esmeraldas no fue el estreno de los cimarrones, mujeres y hombres, Panamá debió ser la academia de resistencia antiesclavista. El obligado paso por el istmo panameño debió prestarles cuotas de optimismo a miles de esclavizados, las rebeliones eran constantes y un nombre iba de boca en boca: Bayamo. No era el único, pero lideraba el mayor contingente de cimarrones.
Frente a las costas esmeraldeñas ocurrió una importante cantidad de naufragios, causados por impericias y desconocimiento de las condiciones de navegación, esos eventos devolvieron la libertad a decenas de africanos en estos territorios. También debieron incrementarse por las fugas de otros lugares eligiendo, por las razones que fueran, parecido destino. Desde Panamá hasta la Región de las Esmeraldas debieron conformarse decenas de palenkes, en una sutil república de palenkes.
Aquello que unos (los opresores) vieron como dificultades en las tareas colonizadoras y colonialistas a superar; otros (el principio organizativo cimarrón) observaron como una inesperada mabelé ya bankoko na biso[3] o sea la oportunidad de liberarse. Eran los manglares costeros con sus enredadas estructuras vegetales de protección y convivencia biológicas.
El maestro J. García narra: “Al explorar las tierras los españoles debieron darse cuenta muy pronto que en estas costas de inmensos manglares y de pantanosas desembocaduras, sus aderezos resultaban una carga inútil, porque aquí las lluvias eran tan frecuentes que la ropa “se les podría y se les caían a pedazos los sombrero y botones”. Todo aquí era desencuentro”. La libertad individual y comunitaria es una eterna tentación y en los procesos civilizatorios de las naciones africanas está implícito en sus pensamientos, narraciones y actos. En el traslado forzado de decenas de millones de personas esclavizadas a las sobre-nombradas ‘Américas’, ellas tenía dos oposiciones perentorias: vida o muerte. El algo incuestionable de ambas decisiones era (y es) la libertad. Al costear los territorios noroccidentales del océano Pacífico, “nos pone frente a la interesante posibilidad de que algunos de los negros que se quedaron en las costas de Esmeraldas, por causa de los naufragios, provinieran de los palenques que se destruían en la región de Panamá”[4]. Está colocada como hipótesis, por el maestro J. García, por las circunstancias históricas debe ser más bien una certeza. Las conexiones están ahí: el temor de los colonizadores de una rebelión desde el territorio de la región de las Esmeraldas hasta Panamá. Puesta a circular de boca en boca y llegada a los oídos de las autoridades colonialistas españolas, no se la tomaron como bravuconada. Las derrotas de las expediciones de ‘exterminio y castigo’ eran lecciones trágicas aprendidas.
Cuando ocurre el desembarco liberador de las seis mujeres y los diecisiete hombres, africanos todos, además de Alonso de Illescas, en Portete (actual provincia de Esmeraldas), ya se tenían noticias de los resultados de La controversia sobre los derechos en las Leyes de Indias: el debate entre Las Casas y Sepúlveda (1549-1551)[5], en el Colegio de San Gregorio de Valladolid, sobre la humanidad de los “naturales de las Indias Occidentales”, con el resultado favorable a fray Bartolomé de Las Casas, al menos en intención. El territorio cambió de ser refugio a geocimarronismo. De geografía para el escondite a espacio emancipador de cuerpos y ánimas. El maestro J. García explica así: Cuando analizamos de cerca las circunstancias de este caso nos damos cuenta que en muchas formas contradecía las ordenanzas de la época no solo en lo que tiene que ver con el cimarronaje sino que bajo esa relación que los negros tenían sobre los grupos indígenas encontramos también una relación de alianza donde cada uno de los grupos puso lo mejor que tenía en una lucha contra el enemigo común.
La consolidación del cimarronaje en el Pacífico Sur no fue un episodio casual, jamás sería aquello, hay que valorarlo como el encuentro anticolonialista más efectivo para sostener la existencia de africanos e indígenas.
Notas:
[1] Verso de Antonio Preciado: “Un hueso de cada muerto, el largo de tu pisada, y aquí yo te resucito las vidas que te hacen falta. Del poema Matábara del hombre bueno, del libro Tal como somos.
[2] Tanto en inglés como en swahili (o suajili) significa ‘corriente principal’. Para nuestro caso cambiamos las ubicaciones y revalidamos el término a nuestro favor.
[3] ‘La tierra de nuestros ancestros’, literalmente en lingala. Tomado del Diccionario lingala-español, español-lingala, de Jean Kapenda, UNESCO, Quito, Ecuador, editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, 2001.
[4] Juan García Salazar.
[5] Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, Nº 5, enero 2005, pp-68-103, autor Héctor Grenni.