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El escándalo Abramoff

Vicios privados, virtud pública

Fuentes: Rebelión

La ultra derecha que se ha apoderado del poder en Estados Unidos está compuesta de cuatreros de chaleco y corbata, de verdaderos forajidos que no solamente bombardean, asesinan y reprimen sino que atracan la propiedad pública, entran en complicidades furtivas con la empresa privada y defraudan la confianza de los electores. Un verdadero dechado de […]

La ultra derecha que se ha apoderado del poder en Estados Unidos está compuesta de cuatreros de chaleco y corbata, de verdaderos forajidos que no solamente bombardean, asesinan y reprimen sino que atracan la propiedad pública, entran en complicidades furtivas con la empresa privada y defraudan la confianza de los electores. Un verdadero dechado de primores. Esto ha salido a la luz una vez más con el escándalo en torno al cabildero Jack Abramoff, quien fue objeto de investigaciones durante dieciocho meses y, acusado, se confesó culpable de conspiración y fraude, corrupción y evasión de impuestos, con lo cual arriesga una sentencia de diez años de cárcel.

El problema es que muchos dirigentes republicanos se encuentran envueltos en las prácticas de soborno que practicaba Abramoff, entre ellos el Presidente Bush que se ha visto obligado a donar precipitadamente seis mil dólares que Abramoff le había entregado para su campaña. Al menos, es lo que se sabe hasta ahora y es probable que se callen muchas transacciones y desaparezcan las pruebas de otras fullerías. Abramoff estaba tan bien relacionado con los Bush que formó parte del equipo de transición cuando el tejano dio el golpe judicial que le llevó a la presidencia.
En Estados Unidos, el «paraíso de la democracia y la libertad», existe la costumbre de que agentes de grandes corporaciones financieras y otras naciones establezcan oficinas para influir en los resultados de la legislación. Mediante un sutil cohecho logran alterar los resultados de la votación en el Congreso y lograr que se aprueben o desaprueben leyes que convengan a sus intereses.
Jack Abramoff era uno de estos cabilderos y a menudo se le comparaba con Don Corleone. Uno de los legisladores que sufrió su contacto con él fue el representante republicano Tom DeLay quien se vio obligado en fecha reciente a dimitir temporalmente de sus funciones por su asociación con Abramoff quien representaba, entre otros, al Consejo de Intercambio Corea-Estados Unidos y en tal calidad le facilitó viajes de recreo a DeLay. Abramoff había abierto dos distinguidos restaurantes en las proximidades del Capitolio al cual los senadores y representantes acudían de gorra con frecuencia aceptando sus generosas invitaciones. Abramoff entregaba boletos para espectáculos, invitaciones a partidas de golf, viajes y dinero en efectivo a los «respetables» legisladores que practicaban esta rapacería elegante sin pestañear. Por si todo esto fuera poco Abramoff era un gran benefactor de la comunidad judía y donaba fuertes sumas para sus escuelas.
Pero hay más. Abramoff compró una flota de barcos casino, dedicados al juego, que le costó 147.5 millones de dólares transacción para la cual logró un préstamo bancario de sesenta millones de dólares. Lo más interesante es que quien le facilitó esa compra, el trapichero del juego, Konstantinos Baulis, apareció muerto en forma misteriosa poco después.

Todo un filme policiaco.

En total se considera que Abramoff ha donado 1.25 millones de dólares al Partido Republicano. Solamente el presidente de la Cámara, Dennis Hastert se ha visto obligado a devolver a obras de caridad sesenta y nueve mil dólares que le donara Abramoff. Porque en muchas ocasiones los fondos que entregan los cabilderos son supuestamente para fondos electorales o necesidades del partido pero los «honorables» congresistas logran distraídamente que esas sumas se integren a su patrimonio privado.
Un legislador necesita en Estados Unidos considerables sumas de dinero para ser electo y por ello muchos de ellos suelen ser opulentos hombres de negocios. Quienes necesitan redondear sus fondos electorales acuden a los cabilderos. Uno se preguntará qué tipo de ética puede prevalecer en un país en el cual quienes reciben la confianza del electorado para establecer regulaciones que favorezcan al bien común, utilizan el poder recibido para beneficio personal y acrecentar su nivel de vida. ¿Cómo puede llamársele democracia a una estructura integrada esencialmente por una oligarquía millonaria?
Este nuevo escándalo viene a asociarse con el de la poderosa Emron, el principal operador mundial de energía, que se declaró en bancarrota a finales del año 2000 tras haber estado fuertemente comprometida con la elección de Bush y haberle entregado ingentes sumas para su campaña electoral. El reinado del hijo idiota en la Casa Blanca no solo rezuma sangre y lágrimas, sino que está podrido hasta la raíz por su conducta desvergonzada, e inmoral de atracadores sin principios.