Recomiendo:
0

Villas en Cuba y el principio del fin de nuestra población nativa

Fuentes: Rebelión

A partir del 15 de agosto del 20011 empezarán, hasta el 2015, las conmemoraciones sucesivas de la fundación de las primeras villas fundadas por los españoles en Cuba, iniciándose las mismas por Baracoa, la primera, y por donde comenzó el proceso de colonización que tuvo un saldo nefasto para la existencia natural de la población […]

A partir del 15 de agosto del 20011 empezarán, hasta el 2015, las conmemoraciones sucesivas de la fundación de las primeras villas fundadas por los españoles en Cuba, iniciándose las mismas por Baracoa, la primera, y por donde comenzó el proceso de colonización que tuvo un saldo nefasto para la existencia natural de la población nativa.

Pienso, por lo tanto, que estos festejos deben estar presididos por un equilibrio difícil en que se reivindique la verdad histórica por encima de todo, y sea un momento para recordar y hacer justicia a nuestra población autóctona que fue destruida hasta en sus cimientos por una cultura avasalladora, resistiendo o soportando el holocausto más exterminador de la historia.

Se trata de encarar la realidad de un pasado, el primigenio, que cuando se le sigue sus huellas en el tiempo, hasta el hoy inmediato de nuestros días, sigue presente con sus manifestaciones en la forma de mirar y analizar e inmiscuirse en los asuntos propios de nuestro pueblo. Quienes necesiten ejemplos actuales o no quieran reconocerlos, olvidan las huellas añejas y recientes, cambiantes por supuesto, pero que tienen en común una horma distintiva y distinguible.

Así que pensemos en aquel primer Almirante que puso los pies en tierra cubana procedente de la Española, y que un día 27 de octubre de 1492 empezó a encontrar la realidad de una geografía y de un grupo humano autóctono, los indios, desde Bariay a Baracoa, dónde llegó hasta aquí el martes 27 de noviembre, pues «viniendo así por la costa a la parte del Sudeste del dicho postrero río halló una grande población, la mayor que hasta hoy haya hallado y vido venir infinita gente a la ribera de la mar dando voces, todos desnudos, con sus azagayas en la mano. Deseó hablar con ellos y amainó las velas, y surgió y envió las barcas de la nao y de la carabela por manera ordenados que no hiciesen daño alguno a los indios ni los rescibiesen, mandando que les diesen algunas cosillas de aquellos resgates.. Los indios hicieron ademanes de no los dejar saltar en tierra y resistillos. Y viendo que las barcas se allegaban más a tierra, y que no les habían miedo, se apartaron de la mar. Y creyendo que saliendo dos o tres hombres de las barcas no temieran, salieron tres cristianos diciendo que no hubiesen miedo en su lengua… En fin dieron todos a huir que ni grande ni chico quedó. Fueron los tres cristianos a las casas, que son de paja y de la hechura de las otras que habían visto, y no hallaron a nadie ni cosa en alguna de ellas.»

«Dice el Almirante aquí estas palabras: «cuánto será el beneficio que de aquí se puede haber, yo no lo escribo.» «… más yo no me detengo en ningún puerto, porque querría ver todas las más tierras que yo pudiese para hacer relación dellas a vuestras Altezas, y también no sé la lengua, y la gente destas tierras no me entienden ni yo ni otro que yo tenga a ellos, y estos indios que yo traigo muchas veces le entiendo una cosa por otra al contrario, ni fío mucho dellos porque muchas veces han probado a fugir (huir)»

«Así que placerá a Dios que vuestras Altezas enviarán acá o vendrán hombres doctos, y verán después la verdad de todo. Y porque atrás tengo hablado del sitio de una villa o ciudad o fortaleza por el buen puerto de buenas aguas, buenas tierras, buenas comarcas y mucha leña.»

«Y digo que vuestras Altezas no deben consentir que aquí trate ni faga pie ningún extranjero, salvo católicos cristianos, pues esto fue el fin y el comienzo del propósito por acrecentamiento y gloria de la Religión cristiana, ni venir a estas partes ninguno que no sea buen cristiano.»

El miércoles 28 de noviembre el relato sobre la estancia de Colón en Baracoa, refiere que «salieron a la tierra la gente de los navíos a lavar su ropa, entraron algunos de ellos un rato por la tierra adentro, hallaron grandes poblaciones y las casas vacías, porque se habían huido todos.»

Otros aspectos significativos del relato de Colón son estos: «Hízolos dar el Almirante cascabeles y sortijas de latón y contezuelas de vidrio verdes y amarillas, con que fueron muy contentos. Visto que no tenían oro ni otra cosa preciosa, y que bastaba dejarlos seguros y que toda la comarca era poblada y huidos los demás de miedo; y certifica el Almirante que diez hombres hagan huir a diez mil: tan cobardes y medrosos son que ni traen armas salvo unas varas, y en el cabo dellas un palillo agudo tostado, acordó volverse.»

«Ellos son gente como los otros que he hallado (dice el Almirante), y de la misma creencia, y creían que veníamos del cielo, y de lo que tienen luego lo dan por cualquier cosa que les den, sin decir ques poco, y creo que así harían de especiería y de oro si lo tuviesen.»

He ahí en síntesis todos los elementos esenciales recogidos en este encuentro entre las tropas comandadas por Colón y los indios que habitaban nuestras tierras vírgenes. Observen la visión de apoderamiento de los territorios por parte de los españoles; la opinión sobre la naturaleza noble y la actitud temerosa de los indios ante la visita inesperada de los expedicionarios, que llegan a concebir como venidos del cielo; el engaño temprano en el intercambio de objetos; los planes de asentamientos futuros ante las riquezas posibles, para lo cual no se debía permitir que extranjeros de otros países pusieran sus plantas en los nuevos territorios «descubiertos».

Se conoce que la conquista de América, de las islas y las tierras firmes, fue un proceso que incluyó la exploración, invasión, ocupación y colonización y que en determinado momento participaron España, Portugal, Inglaterra, Francia y Holanda. La conquista, tal como fue practicada, con uno u otros tintes, fue un genocidio físico y cultural.

Téngase presente que las dos principales potencias colonizadores, España y Portugal, tenían juntas en 1492 una población de apenas 10 millones de personas, y se impusieron sobre una población que los superaba en varias veces.

Para que se tome conciencia de lo ocurrido en América, sólo con ejemplos, baste señalar que aproximadamente entre 80 y 90 % de la población nativa murió en el primer siglo de la conquista, y que prácticamente los 100 mil habitantes indígenas que poblaban Cuba al iniciarse la conquista fueron exterminados en ese período, y que México, cuya población se estimaba en 25,2 millones en 1518, disminuyó a 700 mil en 1623. ¿Quieren un saldo más atroz del exterminio de una raza? ¿Cuánto sumaría el holocausto si incluimos los territorios de todos los territorios que hoy conforman los países de América del Norte, Central y del Sur, y del Caribe?

Como la síntesis de la humanidad quizá sea la lucha del bien contra el mal, o del mal contra el bien, según de qué lado empiecen las cosas; desde los mismos orígenes se conoce que hay guerras justas e injustas. Fray Bartolomé de las Casas relata en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, publicado en 1552, todo el espectro de tragedias vividos por la población nativa a partir del mismo inicio de la conquista y colonización. Sobre las confrontaciones entre españoles e indios, cuando la resistencia de los últimos fue legítima, señala que «… sé por cierta e infalible ciencia, que los indios tuvieron siempre justísima guerra contra los cristianos, y los cristianos una ni ninguna nunca tuvieron justa contra los indios, antes fueron todas diabólicas e injustísimas, y mucho más que de ningún tirano se puede decir del mundo, y lo mismo afirmo de cuantas han hecho en todas las Indias.»

«Después de acabadas las guerras y muertos en ellas todos los hombres, quedando comúnmente los mancebos y mujeres y niñas, repartiéronlos entre sí, dando a uno treinta, a otro cuarenta, a otro ciento y doscientos según la gracia que cada uno alcanzaba con el tirano mayor, que decían gobernador, y así repartidos a cada cristiano…, siendo comúnmente todos ellos idiotas y hombres crueles, avarísimos y viciosos… Y la cura o cuidado que de ellos tuvieron fue enviar los hombres a las minas a sacar oro, que es trabajo intolerable; y las mujeres ponían en las estancias, que son granjas, a cavar las labranzas y cultivar la tierra, trabajo para hombres muy fuertes y recios. No daban a los unos ni a las otras de comer sino hierbas y cosas que no tenían substancias, sacábaseles la leche de las tetas a las mujeres paridas, y así murieron en breve todas las criaturas, y por estar los maridos apartados, que nunca veían a las mujeres, cesó entre ellos la generación, murieron ellos en las minas de trabajos y hambre y ellas en las estancias o granjas de los mismos; y así se acabaron tantas y tales multitudes de gentes de aquella isla, y así se pudieran haber acabado todas las del mundo »

Sobre los abusos y crímenes existen suficientes relatos para horrorizarse y no olvidar jamás lo obra inhumana y horrenda: «Decir las cargas que les echaban de tres o cuatro arrobas, y los llevaban ciento y doscientas leguas, y los mismos cristianos se hacían llevar en hamacas… a cuestas de los indios, porque siempre usaron de ellos como bestias para cargas. Decir asimismo los azotes, palos, bofetadas, puñadas, maldiciones y otros mil géneros de tormentos…»

A estos nativos mansos y de cualidades nobles, «entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos y tigres y leones crudelísimos de muchos días hambrientos. Y otras cosas no han hecho de cuarenta años a estas parte hasta hoy, y hoy en este día no hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas y varias, y nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad.»

Sobre ello escribió José Martí, en su revista para niños la Edad de Oro, lo que tal vez concibió como algo esencial para ser transmitido y estampado indeleblemente en las conciencias de los hombres de América, para impedir el engaño o el olvido en la memoria colectiva de los pueblos, que el Padre las Casas «… parecía como si tuviera un gran dolor. Era que estaba escribiendo en su libro de la Destrucción de las Indias, los horrores que vio en las Américas cuando vino de España la gente de la conquista. Se le encendían los ojos, y se volvía a sentar, de codos en la mesa, con la cara llena de lágrimas. Así pasó la vida, defendiendo a los indios.»

¿Cómo nosotros, descendientes de los indios y de nuestro Héroe Nacional, no vamos a alzar con igual lealtad la reivindicación de nuestros primigenios hermanos sacrificados ante el altar del oro y la barbarie personificada en seres despiadados?

Sobre la isla de Cuba debe señalarse que el 6 de abril de 1511 los Reyes de España autorizaron a Diego Velázquez iniciar la conquista y colonización y después de desembarcar con 300 expedicionarios en Baracoa, fundó la villa el 15 de agosto de ese año. Y estas tropas fueron tan cruelmente eficaces para el exterminio, que Fray las Casas escribe que «la isla de Cuba que es quizás tan luenga como desde Valladolid a Roma (donde había grandes provincias de gentes) comenzaron y acabaron de las maneras susodichas, y mucho más y más cruelmente, está hoy (1555) cuasi toda despoblada»

«Aquí acaecieron cosas muy señaladas. Un cacique y señor principal, que por nombre tenía Hatuey, que se había pasado desde la isla Española a Cuba con mucha de su gente, por huir de las calamidades e inhumanas obras de los cristianos.»

Estando en Cuba, según cuenta el Padre las Casas, se enteró Hatuey del desembarco de los españoles y empezó a advertir a la población nativa de lo sucedido en la Española. Hubo de enseñarle una cestilla llena de oro en joya y dijo: «Véis aquí el Dios de los cristianos que ellos adoran y quieren mucho». Luego de recomendarse hacerle aireitos (bailes y danzas mágicas), Hatuey recomendó una opción mejor. Mirad, como quiera que sea, si lo guardamos, para sacárnoslo al fin nos han de matar, echémoslo al río». Y dice las Casas «Todos votaron que así se hiciese, y así lo echaron en un río grande que allí estaba. Este cacique y señor anduvo siempre huyendo de los cristianos desde que llegaron a aquella isla de Cuba, como quien los conocía, y defendíase cuando los topaba; y al fin lo prendieron, y sólo porque huía de gente tan inicua y cruel, y se defendía de quien lo quería matar y oprimir hasta la muerte, a sí y a toda su gente y generación, lo hubieron vivo de quemar.»

Y sigue contando que cuando un cura de la orden de San Francisco trataba de convencerlo de la bondad de Dios y de la posibilidad de ir al cielo si se arrepentía y disfrutar de un eterno descanso porque si no iría al infierno a padecer perpetuo tormentos y penas, Hatuey preguntó al religioso si iban aquellos cristianos al cielo, y al responderle el religioso que sí, «dijo luego el cacique sin más pensar, que no quería él ir allá sino al infierno, por no estar donde estuviesen, y por no ver tan cruel gente.»

Así se expresó la rebeldía del cacique Hatuey, cuya resistencia fue seguida en Baracoa por el cacique Guamá desde 1514 hasta 1534 en que fue asesinado por causa intestina. Pues como afirmara el padre Las Casas: «Después de que todos los indios de la tierra de esta isla fueron puestos en la servidumbre y calamidad de los de la Española, viéndose morir y perecer sin remedio, todos comenzaron unos a huir a los montes, otros a ahorcarse de desesperados, y ahorcábanse maridos y mujeres y consigo ahorcaban a los hijos… feneció de esta manera infinita gente… En tres o cuatro meses, estando yo presente, murieron de hambre por llevarles los padres y las madres a las minas, más de siete mil niños. Otras cosas vides espantables.. Después acordaron montear los indios que estaban por los montes, donde hicieron estragos admirables, y así asolaron y despoblaron toda aquella isla, la cual vimos agora poco ha, y es una gran lástima y compasión verla yerma y hecha toda una soledad».

Esta no es toda la historia de la conquista y colonización de Cuba iniciada hace quinientos años, pero comenzada poco antes en la Española, y proseguida después en los más vastos territorios del resto de América. ¿Cómo conmemorar estos hechos fundacionales? ¿Con qué características y perspectivas legítimas, a la luz de la verdad aterradora, pero que inobjetablemente da constancia del genocidio, con la exterminación consumada de nuestra raza primitiva, enfocaremos estas conmemoraciones? ¿Abriremos un espacio reivindicador para enaltecer las virtudes de nuestras poblaciones primitivas, para hacer justicia ante su holocausto, para destacar su rebeldía a pesar de sus impotencias de sus poderíos y fuerzas comparativamente inferiores, para ofrecer cátedras que agiganten las lecciones que dieron, a pesar de su atraso relativo de desarrollo humano, para rendir homenaje a aquellos rebeldes como Hatuey y Guamá y a aquellos que fueron buenos y, en especial, a Fray Bartolomé de las Casas, que denunciara el crimen y encarnó el espíritu viril y generoso del Ingenioso Hidalgo Don Quijote?

Es hora ya de respondernos estas preguntas para que no nos cojan desprevenidos los acontecimientos, a pesar de los quinientos años transcurridos y la historia conocida, y se repita aquello que narró Cristóbal Colón «mandando que les diesen algunas cosillas de aquellos resgates:» «…»Hízolos dar el Almirante cascabeles y sortijas de latón y contezuelas de vidrio verdes y amarillas, con que fueron muy contentos.»

Es preciso que tengamos en cuenta que este asunto está relacionado con deudas infinitas que jamás las podrán pagar…aunque nuestra intención no sea cobrarlas, al menos materialmente.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.