El primer mensaje de Michael Moore a sus millones de simpatizantes fue simple: una carta con los nombres y apellidos de los más de mil soldados estadunidenses muertos en Irak y una frase final: «Que descansen en paz. Y ojalá nos perdonen algún día». Las diversas voces liberales trataron de digerir la gran derrota de […]
El primer mensaje de Michael Moore a sus millones de simpatizantes fue simple: una carta con los nombres y apellidos de los más de mil soldados estadunidenses muertos en Irak y una frase final: «Que descansen en paz. Y ojalá nos perdonen algún día».
Las diversas voces liberales trataron de digerir la gran derrota de la elección días después de lo que algunos llamaron el «martes negro». Muchos subrayaron que no fue una derrota abrumadora, que el margen del triunfo de Bush sobre Kerry fue uno de los más estrechos en la historia del país, y que es importante recordar que más de 55 millones votaron en contra del presidente.
Pero aun así, fue una derrota con implicaciones potencialmente devastadoras tanto doméstica como internacionalmente. Los sindicalistas, las feministas, los gay, las minorías, los inmigrantes, y los defensores de derechos y libertades civiles dicen que están en la mira del movimiento derechista, clave en la victoria de Bush. Para el ámbito internacional, los neoconservadores insisten en que este triunfo fue un apoyo popular a la gran guerra contra lo que ellos designaron como enemigos de la «libertad», o sea, cualquiera que se oponga a los intereses estadunidenses (incluidos Francia y Alemania, y no sólo los sospechosos de siempre).
Ante esto, hay una torrente de opinión liberal y progresista sobre lo que ocurrió con analistas, observadores e intelectuales anti-Bush tratando de explicar lo que ocurrió y qué implicaciones tiene eso para el futuro de esta sociedad.
Para Gary Wills la elección fue el día en que «se apagó la ilustración». Tras señalar que este país nació de los valores de la ilustración -que se ha convertido en lo opuesto, un país donde la mayoría cree más en la versión bíblica del nacimiento de Jesús que en la teoría de la evolución-, Wills dice que los estrategas republicanos explotaron esto para el triunfo de Bush.
Wills, en un artículo publicado en el New York Times, concluye que el electorado estadunidense se ha convertido en fundamentalista, lo que es novedoso, por lo tanto explica cómo tantos países no entienden lo que ocurre aquí políticamente.
«¿Dónde más encontramos un fervor fundamentalista, ira a la secularidad, la intolerancia religiosa y temor y odio por la modernidad? No en Francia ni en Gran Bretaña, Alemania o España. Lo encontramos en el mundo musulmán, en Al Qaeda, el de los leales sunitas de Saddam Hussein. Los estadunidenses no entienden por qué el resto del mundo nos cree tan peligrosos, tan empeñados, tan imperios a las apelaciones internacionales. Temen la jihad (guerra santa) sin importar cuál fervor es el que se está expresando», escribió Wills.
Advierte que un fenómeno «frecuentemente observado es que los enemigos tienden a parecerse cada vez más. Torturamos a los torturadores, decimos que nuestro Dios es mejor que el de ellos….», y concluye: las «jihads son de temer».
La columnista liberal Maureen Dowd, del New York Times, está de acuerdo en este punto con Wills, señala que Bush «realizó una jihad en Estados Unidos para poder luchar contra otra (jihad) en Irak» al promover el voto con sus posiciones sobre los temas de «valores» como la oposición al aborto y el matrimonio gay. Dowd acusa que el presidente ganó su relección «al dividir al país a lo largo de las líneas de fallas geológicas del temor, la intolerancia, la ignorancia y el régimen religioso», y afirma que no tiene ninguna intención de curar las divisiones, sino de someter a todos los que no están de acuerdo.
Según Dowd, Bush y su vicepresidente Dick Cheney están creando el tipo de democracia que desean: «un partido controla todo el poder en este país. Una cadena de televisión sirve como la televisión estatal. Una nación domina el mundo como un hiperpoder. Una empresa controla todos los contratos en Irak». Y aún viene lo peor, advierte.
El comentarista y analista Alexander Cockburn, en su columna en The Nation insiste en que no está sorprendido con el resultado. «El 2 de noviembre de 2004 marca una derrota terrible para la elite liberal… El Partido Demócrata está verdaderamente en crisis ahora, desde sus líderes laborales que desperdiciaron millones… a grupos de interés público que dieron luz verde a Kerry para mantenerse ambiguo respecto de todos los temas cruciales, a los ‘estrategas’ que lucraron con su parte de la publicidad de campaña y se equivocaron por completo», afirmó.
Señaló que regresarán los mismos en 2008, «tan equivocados como siempre», y recetó que «los movimientos masivos tienen que construir su ímpetu a lo largo de décadas, y no en el periodo de una campaña electoral….»
La comentarista sindicada Arianna Huffington escribió que la elección no fue perdida por fraude, sino por la campaña de Kerry. Argumentó que no es cierto que temas como el de los «valores» o el matrimonio gay hayan sido la razón de la derrota. «Fue la decisión fatal de buscar el voto de los indecisos y hacer de ello el punto medular de la estrategia de Kerry. Eso implicaba que a cada vuelta el candidato optara por la cautela en vez de por la audacia, para no ofender a los indecisos quienes, como grupo, necesitaban ser arrullados y asegurados en vez de ser retados e inspirados».
Acusó que «esta estrategia tímida, sin columna vertebral, caminando sobre cascarones -sin tema central o visión moral- jugó a las manos del equipo de Bush-Cheney que proyectaban a Kerry como un hombre titubeante y sin principios…». Esta obsesión con los indecisos, según Huffington, evitó un ataque frontal constante contra los republicanos. «A menos que el Demócrata desee convertirse en un partido minoritario permanentemente, no hay más alternativa que regresar al idealismo, audacia y generosidad de espíritu que marcaron las presidencias de Franklin D. Roosevelt y John F. Kennedy y la acortada campaña presidencial de Bobby Kennedy», subrayó.
El giro hacia la derecha
Para Robert Borosage, presidente de Campaign for America’s Future, esta elección no mostró más que una división popular. Señala que algunos concluyen que el triunfo de Bush con el apoyo masivo de bases evangélicas marca un giro hacia la derecha y la «reacción moral», Borosage, uno de los analistas más influyentes del movimiento liberal del Partido Demócrata, dice que «esto podría marcar el inicio de una reacción no de la derecha, sino del centro y la izquierda contra las fuerzas de intolerancia».
Señaló que asuntos de clase sí importaron con Bush perdiendo las mayorías de los que tienen ingresos menores de 50 mil dólares al año, y ganando mayorías de los que gozan de ingresos más altos que esos. Insiste en que las fuerzas sociales que se movilizaron para esta elección tienen el potencial para convertirse en un movimiento que pronto rescatará a este país.
Al parecer, con diversas voces que consideran el momento como «el peor de los tiempos», algunos sospechan que también podría convertirse en «el mejor de los tiempos». Esta coyuntura de Dickens sólo puede ser resultado de un gran intento de consolación mutua entre los derrotados, particularmente los que siguen pensando que sólo a través del Partido Demócrata o las organizaciones de alguna manera vinculadas a él se puede realizarse un cambio en este país. Pero igual de interesante es que otros empiezan a hablar de «movimientos sociales» como futuro. Tal vez aquí despierta una vez más el gran debate -tan conocido en México- entre la «izquierda social» y la «izquierda electoral».
Por lo pronto, liberales y progresistas tendrán que aprender a cantar blues. Tal vez si escuchan muy bien esta música tan profundamente de abajo de este país, encontrarán algunas respuestas.