BIR EL-BASHA, Palestina, feb (IPS) – Hace apenas unos días, abrir el grifo en esta localidad del territorio palestino de Cisjordania era motivo de angustia, ¿saldrá agua? Ahora es motivo de celebración.«¡Gracias a Dios funciona!», se regocijó Mohammad Dakka, el imán del pueblo. «Por primera vez en la vida tenemos agua corriente», exclamó su madre, […]
BIR EL-BASHA, Palestina, feb (IPS) – Hace apenas unos días, abrir el grifo en esta localidad del territorio palestino de Cisjordania era motivo de angustia, ¿saldrá agua? Ahora es motivo de celebración.«¡Gracias a Dios funciona!», se regocijó Mohammad Dakka, el imán del pueblo.
«Por primera vez en la vida tenemos agua corriente», exclamó su madre, Rasmiyeh, de 71 años, mientras servía té de salvia y dátiles rellenos de nuez a representantes de la Autoridad del Agua de Palestina y del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
En asociación con ambas entidades, la población local inauguró hace poco el proyecto que trajo agua potable.
El ingeniero del CICR, Abed al-Jalil Rimawi, explicó que el pueblo «no estaba conectado a ninguna red. Nuestro objetivo fue tender un sistema que llegara a cada vivienda para que todos recibieran agua potable».
La pintura de un jarro adorna la puerta de la familia Dakka. Los símbolos suelen ser la medida de lo que falta y más se necesita. Para la gente de Bir el-Basha, hay un «antes» y un «después» del agua corriente.
Antes, el agua era distribuida en camiones cisterna. Se extraía con bombas eléctricas de pozos privados y se transportaba hasta tanques en los techos de las viviendas. «Había que hacer el pedido con dos o tres días de antelación y era caro», relató Abdullah Qawadri.
«Pagábamos 4,20 dólares por metro cúbico. Con la red de cañerías, el costo se redujo a la cuarta parte», indicó Hosni al-Qadri, jefe del consejo del pueblo.
El agua es un bien preciado en todas partes, pero aquí es precioso. La estación de lluvias dura tres meses, si no hay sequía. En un campo vecino, algunos jóvenes perforan láminas de plástico que cubren brotes de calabacín y que asemejan zanjas de agua brillando al sol.
Esos cultivos dependen «solo de la lluvia», exclama un agricultor observando a sus hijos. Los campesinos no son dueños de las tierras en las que trabajan, las arriendan a hacendados más ricos.
El agua no es solo vital. Su uso y acceso son motivo de presiones. Hace poco, un comité parlamentario francés calificó de «apartheid» la política israelí de gestión del recurso en los territorios palestinos porque discrimina a la población árabe en beneficio de los colonos judíos.
Los hermanos Kifar y Hussein Ghawadri solían pelearse por el agua y por cuánto le correspondía pagar a cada familia. «Siempre había tensión familiar», recordó Kifah. «Ahora se terminó. Cada casa tiene su contador», apuntó Hussein.
Bir el-Basha fue fundado por beduinos palestinos. Eran refugiados de la guerra de 1948, cuando se creó Israel, y pertenecientes a la misma familia extensa. Se asentaron aquí, donde vivieron en tiendas de campaña durante una década.
Su única fuente de agua era el pozo de Hafira, ahora seco. La tradición indica que fue allí donde los hijos de Jacobo, el patriarca bíblico, arrojaron a su hermano José.
«La vida era dura», recordó Jihad Ghawadri. «Caminábamos dos kilómetros hasta el pueblo llevando el agua en los asnos», apuntó.
Los aldeanos son pobres, pero no era esa la causa por la que no tenían agua, sino quién posee la tierra y controla sus recursos naturales y fuentes hídricas.
A principios de los años 60, la familia Ghawadri construyó las viviendas sin plan director ni permisos. El pueblo parece eterno, pese a que fue construido de forma temporal.
Los acuerdos territoriales de los años 90 dividieron a Cisjordania en tres zonas, Área A, bajo el control de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Área B, gestionada por una autoridad municipal palestina y con la seguridad a cargo de Israel, y Área C, totalmente dominada por el Estado judío.
El pozo de Arrabeh, que llega hasta el acuífero y fue perforado por Israel en los años 70, es gestionado por la Autoridad de Agua de Palestina. Conectado a la red de distribución regional, abastece a 20.000 personas de tres pueblos del Área A.
A 11 kilómetros del pozo y vecinos de la cañería, los 1.700 residentes de Bir el-Basha quedaron sin agua corriente, encerrados en el limbo del Área C.
Hace siete años, el pueblo solicitó a las autoridades israelíes conectarse a la red. Luego se puso en contacto con la Autoridad de Agua de Palestina y presentó un proyecto al primer ministro palestino, Salaam Fayyad. «Todo el mundo ayudó», relató Al-Qadri, el jefe del consejo del pueblo.
«La Autoridad del Agua estudió las necesidades del pueblo y creó un punto de carga operado por el consejo, y luego contactó al CICR», explicó el responsable del proyecto, Ziad Drameh.
«Ofrecer servicios como agua, electricidad y recolección de residuos, es una forma en que la ANP asume su responsabilidad por la vida de la gente», señaló el geólogo del CICR, Jean-Marc Burri.
Pero el proyecto se demoró. «Tuvimos que obtener un permiso de Israel para instalar la cañería», indicó Drameh.
«Nuestro papel fue comprender por qué el plan no se implementaba. Había una autorización. No había un problema político. Pero nadie realmente lo empujaba, tuvimos que reunir a todo el mundo», remarcó Burri. «Fuimos catalizadores».
La colaboración fue clave para el éxito del proyecto. La Autoridad del Agua contribuyó con pericia y el diseño de la obra. El CICR donó 40.000 dólares. Los propios beneficiarios mostraron una pertenencia a la iniciativa poco común.
«Por lo general le explicamos a la gente cómo implementar un proyecto. Pero en este caso, fue el consejo del pueblo el que nos comunicó sus necesidades. Si la población local está involucrada, funciona. Si no, se estanca en un proceso legal. Aquí, todas las decisiones fueron tomadas por los interesados», observó Burri.
Cada residente debía aportar 130 dólares a la Autoridad del Agua. Todo el mundo pagó. Se juntaron más de 25.000 dólares.
Una vez que Israel dio su aprobación, llevó cuatro meses abastecer de agua a la gente.
El punto de carga local conecta las 257 casas a 11 kilómetros de cañería. Bir el-Basha recibe tres metros cúbicos de agua corriente por hora, durante 12 horas, tres días a la semana. Ningún milagro. Aun así, mejoró drásticamente la vida de la gente.
«El modelo puede aplicarse a otros pueblos», pronosticó el ingeniero de la Autoridad del Agua, Ala el-Masri.
Los proyectos de infraestructura hídrica de la Autoridad del Agua de Palestina que financió el CICR en 2011 favorecieron a 775.000 personas de Cisjordania y Gaza. Solo 72.000 se beneficiaron de las iniciativas en el primero de los territorios, entre ellos los residentes de Bir el-Basha.