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Promocionando la liberación colectiva

Yad Vashem, el poder y la política de la historia

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.

Mientras mi amigo y yo nos dirigíamos a Yad Vashem, el mundialmente famoso Museo del Holocausto de Jerusalén Oeste, no pude evitar sentir una sensación de inquietud. Estaba llegando al final de un periodo de dos meses de trabajo con el Movimiento de Solidaridad Internacional (ISM) en Cisjordania, y la experiencia me había dejado -con razón- sensible al carácter eminentemente político de todas las decisiones tomadas en la historia. Después de casi dos meses de haber estado expuesto una y otra vez a las formas en que el sionismo maneja una versión particular de la historia como un arma contra los palestinos, las preguntas que desfilaban por mi mente eran poco menos que esperanzadoras: ¿Qué tipo de política debería esperar que sostenga el encuadre de este museo que muestra una de las mayores tragedias del siglo XX? ¿Será este marco un digno homenaje a los millones de personas cuyas vidas fueron extinguidas, o sería deshonrar cínicamente su memoria explotándolo con fines políticos? La representación de la historia, ¿nos ayuda a profundizar nuestra comprensión sobre las fuerzas que generaron el genocidio nazi (las fuerzas que difícilmente pueden considerarse con seguridad relegadas a un pasado fosilizado, sino que más bien están vivas y brotan en las relaciones que constituyen nuestro mundo actual) o en cambio la historia se vuelve contra nosotros construyendo un retrato del pasado que nos ciega a las atrocidades y los peligros de la actualidad?

Las respuestas a estas preguntas, como se vio después, era ambigua, tal vez no sea tan ambigua como yo hubiera deseado. Para ser justos, el museo sin duda tenía cualidades de desagravio. Yad Vashem se empeñó en capturar la humanidad -y me refiero al contexto de sensibilidad y sensualidad afectiva de la experiencia humana que a menudo se revela sólo en el carácter más mundano y particular de la historia- de esos millones de judíos que fueron sacrificados con el tipo de cálculo desapasionado que la modernidad sólo podría haber producido (3), mientras que da un cierto sentido a las grandes fuerzas históricas aún vigentes. Y garantizo esto. Pero, por desgracia, en muchos otros aspectos el museo estaba a la altura de mis peores expectativas.

En primer lugar, mientras que las exposiciones de Yad Vashem no estaban del todo carente de historicidad, el museo estaba conformado en gran medida para la comprensión del antisemitismo y el genocidio nazi, que lo ve no sólo como un fenómeno histórico único, sino además excepcional. Desde esta perspectiva, el antisemitismo se considera un fenómeno que atraviesa la historia y la esencia inexplicable e inherente de un odio gentil, ya que puede haber tenido reiteraciones diferentes, pero siempre ha sido y seguirá siendo el eje irracional que girará entre las relaciones de los judíos y no judíos. De manera similar, el genocidio nazi se trata como la caracterización del rostro del mal, un evento así de colosal (cuantitativamente) y tan monstruoso (cualitativamente) que ningún otro episodio de la historia se puede comparar razonablemente con él. En segundo lugar, el museo daba la impresión de que las víctimas del genocidio nazi eran casi exclusivamente judías, a pesar del hecho de que millones de personas no judías perecieron en la maquinaria de exterminio nazi.

La tercera preocupación respecto a Yad Vashem es que, en algunos aspectos, el centro de gravedad alrededor del cual giran las problemáticas del museo, a saber, su representación teleológica de las relaciones entre la larga historia del antisemitismo, el genocidio nazi y la formación del Estado-nación israelí, de lo cual se desprende que el genocidio nazi aparece como la inevitable culminación del odio gentil hacia los supuestos «apátridas» judíos, y la creación de Israel parece el único medio de salvación de los judíos. El museo va tan lejos como para que los visitantes caminen literalmente a través de una secuencia histórica, paso a paso, donde cada exposición de un determinado lugar y tiempo, en un movimiento sinuoso como una serpiente, conduce hacia el siguiente y culmina con la creación de Israel y la restauración de la dignidad putativa judía. La experiencia alcanza su clímax con un despliegue de poder incuestionable en una pantalla, sin duda de gran alcance: las fotos de las víctimas que miran hacia abajo desde el centro de una habitación circular, suspendidas sobre un abismo cónico oscuro que se siente como un pozo de la desesperación. A lo largo de las paredes de la sala se pueden ver carpetas desplegadas con los nombres de los que fueron asesinados (nombres que aún se están recogiendo). El consuelo sólo se encuentran al salir del museo, cuando se pisa fuera y se encuentra un mirador que muestra una pintoresca Jerusalén, en toda su grandeza, un símbolo no tan sutil de la salvación judía en la Tierra.

De esta manera, Yad Vashem demuestra que es un ejemplo por excelencia de lo que el crítico social judío Norman Finkelstein ha llamado «la industria del Holocausto», una caracterización de los agentes e instituciones que hicieron una representación ideológica hegemónica del genocidio nazi al servicio de sus estrechos intereses. Para Finkelstein, el desarrollo de esta industria es esencialmente un fenómeno post-1967, que está estrechamente ligada a la alianza geopolítica EE.UU. con Israel, que desarrolló vigor una vez que Israel salió en poco tiempo victorioso en la guerra de 1967 (guerra en la que Israel desempeña el papel de un crucial y aún subordinado socio de los EE.UU.). Los intereses coincidentes se probason esencialmente tres veces. Primero EE.UU. y las agencias capitalistas reconocieron a Israel como una base extranjera vital para la proyección y reproducción del poder político y económico de Estados Unidos en el suroeste de Asia y el norte de África (sobre todo como un baluarte contra el nacionalismo árabe secular), y el apoyo a la representación del genocidio nazi como un símbolo de los peligros siempre presentes de antisemitismo en un esfuerzo por reducir el apoyo prácticamente incondicional del Estado israelí a una especie de obligación moral absoluta. En segundo lugar, en los EE.UU.,las élites judías (cada grupo étnico tiene sus élites y los judíos no somos una excepción), vieron la oportunidad de avanzar en sus aspiraciones de asimilación y movilidad social ascendente al abrazar a Israel y al sionismo con renovado vigor, ahora racionalizado por que representa a Israel como el único medio de escapar a una eterna e incomparable victimización (aunque, en realidad, pocos tenían planes de emigrar). Por último, Israel estaba en condiciones de invocar repetidamente el genocidio nazi como justificación de la constitución violenta de su Estado de asentamientos coloniales, de su limpieza étnica original y permanente y del sometimiento del pueblo palestino (4).

La industria del Holocausto produjo una narrativa histórica seductora pero que, en mi opinión, degrada la memoria de los que perecieron en el genocidio nazi y nos deja incapaces de sacar lecciones éticas, analíticas y políticas significativas de esta trascendental tragedia. Hacer justicia de verdad a todos los que perdieron la vida en el genocidio nazi significaría recordar a todas las víctimas (no solo las judías) sin instrumentalizar cínicamente su sufrimiento, así como la construcción de un análisis histórico que sirva para iluminar las dificultades y oportunidades para avanzar en la lucha por la liberación colectiva en el presente. Con el fin de ser éticamente viable, entonces, un museo en memoria del Holocausto debería, como mínimo, diferir de Yad Vashem, en los siguientes aspectos:

1) Más que representar el genocidio nazi como algo excepcional, como una aberración histórica que desafía la comparación, como museo debería buscar puntos en común entre el holocausto nazi con y entre otros acontecimientos y procesos históricos. Indignado con tal excepcionalidad de los hechos del holocausto nazi, y en especial por la forma en que ignora los crímenes europeos comparables en el mundo colonial, el poeta y crítico social de Martinica, Aimé Césaire exclamó:

«La gente se sorprende, se indigna. Dice: «¡Qué extraño! Pero no importa, es el nazismo, pasará! Y esperan, tienen esperanzas y ocultan la verdad de sí mismos, que es la barbarie, pero la barbarie suprema, la barbarie suprema que resume todas las barbaridades diarias; eso es el nazismo, sí, pero antes de que ellos fueran sus víctimas, ellos fueron sus cómplices, que toleraron antes lo que el nazismo luego les hizo a ellos, que lo absolvieron, cerraron los ojos, lo legitimaron, porque hasta entonces se había aplicado sólo a los pueblos no europeos, ellos cultivaron ese nazismo, son responsables de eso y antes de engullirse todo lo de la civilización occidental y cristiana en sus aguas enrojecidas, se destila, se filtra y se escurre de cada grieta» (5).

Y, como señala Finkelstein, los EE.UU. no están exentos de paralelos históricos sobre los que se fundó la acusación moral de Césaire a Europa:

«De hecho, Hitler modeló su conquista del Este en la conquista americana del Oeste… Durante la primera mitad de este siglo, la mayoría de los estados de EE.UU. promulgaron leyes de esterilización y decenas de miles de estadounidenses fueron esterilizadas contra su voluntad. Los nazis explícitamente invocaron el precedente de los EE.UU. cuando promulgaron sus propias leyes de esterilización… Las famosas Leyes de Nuremberg de 1935 despojabana los judíos de sus derechos y prohibieron el mestizaje entre judíos y no judíos. Los negros en el sur de los estados Unidos sufrieron discapacidades jurídicas idénticas y fueron objeto de mayor violencia popular espontánea y aprobada que los judios en la Alemania de pre guerra (6)».

Más aún, el legado racial nazi delineó el trabajo forzoso y la eliminación sistemática que recuerda inmediatamente la historia de la esclavitud y el genocidio de la población indígena americana. Y mientras los simpatizantes de Israel se apresuran a descartar cualquier comparación del Estado de Israel con la Alemania nazi como desvaríos antisemitas, se necesitan considerables acrobacias intelectuales para evitar el trazado de algún paralelismo: lo mismo que la Alemania nazi, directa e indirectamente, obligó a los judíos a emigrar o huir de sus países, lo mismo hizo la fundación del Estado de Israel con respecto al expolio permanente de los palestinos de su tierra natal; como la Alemania nazi hacinó en guetos a los judíos, también lo ha hecho el Estado israelí construyendo enclaves militarizados en los que los palestinos están confinados (relativa o absolutamente), explotados y controlados, y así como la Alemania nazi construyó un Estado racista que formalmente subordinó a los judíos, también Israel relegó a sus ciudadanos palestinos a ciudadanos de tercera clase y los calificó de «amenaza demográfica», llegando incluso a aprobar una ley que prohíbe a miles de palestinos vivir con sus cónyuges ciudadanos en Israel propiamente dicho, una decisión política que en cierto modo se asemeja a la introducción de las leyes de mestizaje nazis (7).

No es en absoluto mi intención equiparar el Estado nazi con el israelí, que no sería más que un ejercicio de deshonestidad intelectual, sino más bien decir que tienen algunas semejanzas inquietantes, como la segregación geográfica militarizada de las poblaciones, el despojo masivo de las comunidades de sus hogares y la subordinación racista de ciertos grupos no sólo por medio de las fuerzas armadas y la policía, sino a través del aparato político-jurídico que tiene a su vez derivaciones específicas de los procesos inherentes en el mundo moderno. Tenemos que hacer un balance de estas comparaciones y asegurar que nuestra indignación por el genocidio nazi no pasa por los actuales crímenes tan dignos de condena. Un enfoque comparativo semejante tampoco serviría para hacer excepciones en la historia del antisemitismo y en consecuencia desautorizar la lucha específica contra el racismo antijudío en la lucha más general contra el racismo en todas sus formas.

2) En lugar de enfatizar la victimización de los judíos durante el Holocausto nazi, excluyendo a todas las demás comunidades, un museo con ese objetivo debería identificar la violencia nazi hacia los todas las comunidades,y abstenerse de situar el sufrimiento de cada grupo en una jerarquía arbitraria por mérito. Había un sinnúmero de víctimas no judías del nazismo, desde los comunistas hasta los homosexuales. Como dice Finkelstein, tanto los gitanos como los que tenían capacidades diferentes fueron seleccionadas para su eliminación sistemática. Las comunidades gitanas sufrieron números de víctimas proporcionalmente comparables a las sufridas por los judíos europeos y hay pruebas de que la maquinaria de genocidio nazi se ideó primero para eliminar a aquellos con capacidades diferentes antes que para eliminar a los judíos (8). Además de honrar a la memoria de estas comunidades que de manera similar sufrieron una profunda tragedia, este enfoque más holístico sirve, al igual que la eliminación de la excepcionalidad del antisemitismo, para abrir mayores posibilidades del uso de la historia del holocausto nazi para hacer que avance la causa de la liberación colectiva.

3) Finalmente, en lugar de situar el holocausto nazi en una teleología que conduce de la victimización de la diáspora judía de Europa bajo el antisemitismo a la redención nacional judía en la Tierra de Israel, un museo de esas características estaría en sintonía con el rol situando la contingencia histórica, tanto en el desarrollo del nazismo como en el del colonialismo israelí. Un museo de estas características también debe reconocer que el sionismo era una de las muchas respuestas judías al antisemitismo. El genocidio nazi no fue más una inevitabilidad histórica que el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, y si lo tratamos de esa manera, nos quedamos sin poder determinar sus raíces reales y dinámicas aún vigentes. Por otro lado, el sionismo de ninguna manera ha tenido desde sus inicios la lealtad de los judíos. El sionismo fue y sigue siendo controvertido. De hecho, cuando surgió por primera vez a finales del siglo XIX, pocos judíos estaban identificados con su obsesión de la construcción de la conciencia nacional y sus aspiraciones para erigir un Estado-nación territorial para que fuera la «patria judía». Otras respuestas alternativas judías al antisemitismo durante los siglos XIX y XX incluye la del Bund, una organización judía socialista que reconoce la particularidad de la lucha judía contra el racismo y la necesidad de un cierto grado de autonomía y autodeterminación judía, pero que al mismo tiempo estaba enraizado en esta lucha con aspiraciones de liberación colectiva más universales. Incluso hoy en día, a pesar de reconocer que el sionismo es hegemónico en la mayoría de las comunidades judías, también existen aquellos, como yo, que consideran el sionismo más como una empresa deplorable e irremediable, que tiene más en común con el nazismo (desde sus preceptos antisemitas a su abrazo más amplio del racismo, el militarismo, el autoritarismo y el expansionismo colonialista) que con cualquier lucha por la liberación auténtica. De vuela a la contingencia y la réplica en el análisis de las relaciones entre el antisemitismo, el nazismo y la fundación de Israel, se hace posible cuestionar fundamentalmente el proyecto de la construcción del Estado y si en este proyecto Israel ha dado una respuesta éticamente viable para la llamada «cuestión judía», o si simplemente ha desplazado esta cuestión, junto con cientos de miles de palestinos.

El peso moral del genocidio nazi no puede exagerarse, pero vamos a trabajar para asegurar que nuestro compromiso con su memoria haga que avance la causa de la liberación colectiva, en lugar de una liberación ilusoria para algunos y ganada sólo a través de la imposición de la violencia, las humillaciones y el sufrimientos de otros.

«El terror tácito que impregna nuestra memoria colectiva sobre el Holocausto (y en la contingencia más relacionado con el abrumador deseo de no mirar la memoria cara a cara) corroe la sospecha de que el Holocausto podría ser más que una aberración, más que una desviación de un camino recto de progreso, más que un tumor canceroso en el otrora cuerpo sano de la sociedad civilizada, en donde, en definitiva, el Holocausto no era la antítesis de la civilización moderna (o eso nos gusta pensar) y todo lo que ella representa. Tenemos la sospecha (aunque nos negamos a admitirlo) de que el Holocausto sólo fue otro rostro -que no queremos mirar- de la misma sociedad moderna que tanto admiramos y nos resulta más familiar. Y que las dos caras están perfecta y cómodamente unidas al cuerpo mismo. Lo que quizás más temor da, es que cada una de las dos caras no puede existir sin la otra y que ambas son como las dos caras de la misma moneda» (Zygmunt Bauman) (9).

«A pesar de que tan a menudo se enseña que Israel se convirtió en una necesidad histórica y ética para los judíos durante y después del genocidio nazi, [Hannah] Arendt y otros pensaban que la lección que debemos aprender de ese genocidio es que los Estados-nación nunca deben fundarse a partir de la desposesión de poblaciones enteras que no se adecuan a los conceptos de esa nación. Y para los refugiados que nunca más querían ver la desposesión de poblaciones en nombre de la pureza nacional o religiosa, el sionismo y sus formas de violencia estatal no eran la respuesta legítima a las urgentes necesidades de los refugiados judíos. Para los que extrapolaron los principios de la justicia de la experiencia histórica de aislamiento y despojo, el objetivo político consiste en extender la igualdad independientemente de su origen cultural o formación, a través de lenguas y religiones, a aquellos que ninguno de nosotros jamás haya elegido (o que no reconocemos que elegimos) y con los que tenemos una obligación permanente de encontrar una manera de vivir. Porque todo lo que «nosotros» somos, también somos los que no fueron elegidos, lo que emergen en esta tierra sin el consentimiento de todos, y que pertenecen, desde el principio, a una población más amplia y a una tierra sostenible. Y esta condición, paradójicamente, da el potencial radical para nuevas formas de sociabilidad y de política más allá de los lazos ávidos y miserables de un pernicioso colonialismo que se llama democracia. Todos somos, en este sentido, los no elegidos, los no elegidos en comunidad. Sobre esta base, se podría empezar a pensar en el nuevo vínculo social». (Judith Butler) (10).

Notas:

(1). Benjamin Fondane, «Preface in Prose,» Exodus [1942-43].

(2) Mahmoud Darwish, por desgracia, era el paraíso: Selected Poems (Berkeley: University of California Press, 2003).

(3) Sobre la relación entre la organización burocrática moderna y el genocidio nazi, véase Zygmunt Bauman, Modernity and the Holocaust (Ithaca: Cornell University Press, 1991).

(4) Norman Finkelstein, La industria del Holocausto: reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío (Londres: Verso, 2003 ).

(5) Aimé Césaire, Discurso sobre el colonialismo (Nueva York, Monthly Review Press, 1972), 3.

(6) Finkelstein (2003), 145.

(7) Israel también ha admitido recientemente que inoculó a las mujeres inmigrantes de origen etíope una droga anticonceptiva de larga de acción, tratamiento recibido en contra de su voluntad. Véase, por ejemplo, Talila Nesher, «Israel admite que las mujeres etíopes recibieron inyecciones anticonceptivas,» Haaretz (27 de enero de 2013).

(8) Finkelstein (2003), 75, 76.

(9) Bauman (1991), 7.

(10 ) Judith Butler, Parting Ways: el judaísmo y la crítica del sionismo. (New York: Columbia University Press, 2012), 24-25.

David Langstaff es un organizador judío-americano radical de Chapel Hill, Carolina del Norte. Recientemente se graduó de The Evergreen State College en Olympia, WA, donde estudió economía política y historia mundial. Está apasionadamente comprometido con la construcción de un mundo más justo, igualitario y democrático, y ha participado en los movimientos de transformación social liberadora una cantidad de años y más recientemente en el Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) y movimientos de ocupación. A finales de 2012 pasó dos meses trabajando con el Movimiento de Solidaridad Internacional (ISM) en la Ribera Occidental. Este artículo es una contribución a PalestineChronicle.com. Se puede visitar http://memoryagainstforgetfulness.wordpress.com.

Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/03/01/yad-vashem-power-and-the-politics-of-history/