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Zapatero improvisa la política exterior del PSOE

Fuentes: La Jornada

Nos encontramos ante un problema político cuya solución no se halla en el corto plazo. Desde el primer gobierno de la Monarquía, España busca un lugar en el espacio europeo y mundial que olvide los 40 años de tiranía franquista. Sólo que para desarrollar una política exterior coherente debe proponer principios, exponer sus objetivos y […]

Nos encontramos ante un problema político cuya solución no se halla en el corto plazo. Desde el primer gobierno de la Monarquía, España busca un lugar en el espacio europeo y mundial que olvide los 40 años de tiranía franquista. Sólo que para desarrollar una política exterior coherente debe proponer principios, exponer sus objetivos y definir sus áreas y dimensiones de actuación. El único ministro de Exteriores que ha entendido dicho proceso fue Fernando Morán, nombrado al producirse el triunfo del PSOE, en 1982.

En tiempos de la guerra fría, y dado el marcado anticomunismo de Felipe González, no es difícil comprender su compromiso con la política exterior dibujada por Estados Unidos y la nueva derecha. El lenguaje radical de los años setenta dejó lugar a un pragmático discurso acerca del papel que podría jugar España como interlocutor de Estados Unidos en América Latina. Las palabras de González fueron claras: «Hay que ayudar a los Estados Unidos a encontrar su liderazgo positivo en América Latina». Esta sentencia tenía su corolario: «Existe una implicación de la URSS y de Cuba en la situación centroamericana». Había que impedir el triunfo del comunismo internacional y en esta tarea González se siente cómodo.

La salida de Morán provocó el colapso de una política soberana y alineó definitivamente a España con Estados Unidos. No debe extrañar que el gobierno de José María Aznar fuese tan beligerante en recordarle al PSOE cómo actuó durante sus mandatos, y no le faltaba razón. La incorporación en la OTAN y el apoyo a las políticas de Reagan y Bush padre sirvieron para avalar la invasión a Granada, en 1983; subvencionar la contra nicaragüense y colaborar con la invasión de Panamá, el 20 de diciembre de 1989. Sin olvidar la venta de material bélico a las dictaduras.

Por La Moncloa pasaron George Schultz, con quien se pacto la incorporación a la OTAN; Thomas Enders, encargado de la Casa Blanca para temas de América Latina y posterior embajador de ante el Rey. Tampoco pasó desapercibida la presencia para temas militares de Caspar Weinberger y de manera menos pública de Henry Kissinger, Jeanne Kirkpatrick, Ray Cline y Roger Fontaine. Eran años de fuerte amorío. Después de tanto ir y venir de Washington a Madrid, González pudo declarar satisfecho: «se trataría siempre de no sorprender a la administración Reagan en las decisiones que tomase el Ejecutivo», refiriéndose a su gobierno.

Por ello el debate de 2003 en el Parlamento, durante la invasión de Irak por parte del trío de las Azores, era continuación del guión escrito durante la administración de Felipe González. Cuestión de táctica marcar la distancia. El Partido Popular nunca dejó de señalar la confluencia entre las acciones de su presidente y el anterior mandatario del PSOE a la hora de increparlos por su incongruencia. Aunque las diferencias existen entre uno y otro mandatario.

Más allá del oportunismo político mostrado por algunos partidos, la respuesta ciudadana de no aceptar una guerra bastarda trajo como resultado la movilización de millones de personas en el mundo. Madrid no fue una excepción. Aunque las razones de unos y otros no eran las mismas, y se notaba en los esloganes.

El no a la guerra no era una declaración antimilitarista o antibelicista. Algunos, entre ellos los dirigentes del PSOE, apelaban a la falta de legitimidad de la invasión. No era ésta su guerra, aunque se mostraban dispuestos para apoyar otras incursiones militares si el papel protagonista recae en la ONU y su Consejo de Seguridad.

Esta fue la razón por la cual se decide apoyar el movimiento por la paz y salir a la calle. No cabe duda, la fuerte crítica a la presencia española en Irak produjo un debate de coyuntura en el cual las alianzas y las definiciones se dieron en el corto plazo. Sin quitar importancia a la decisión de Rodríguez Zapatero de retirar las tropas estacionadas en Irak, merito de gallardía, lo cierto es que su lectura responde a la necesidad de minar al Partido Popular en su capacidad de ganar las elecciones de marzo de 2004.

Los atentados del 11 de marzo en la estación de Atocha son el punto de inflexión en una campaña electoral en la cual el PSOE sabía que perdería, aunque desde luego acortando las diferencias. En este sentido, la mala gestión del partido en el gobierno, siendo incapaz de reconocer la autoría de Al-Qaeda, llevó a una crisis sin precedentes de legitimidad a una ciudadanía incrédula y maltrecha.

Un malestar generalizado en quienes ya no votaban y un espontáneo distanciamiento del Partido Popular por parte de algunos de sus votantes explica el resultado final. El triunfo de la decencia, más que un apoyo al PSOE. Era un problema de dignidad, de mirar el espejo y ver reflejado el cuerpo doliente de las víctimas.

Nada hacia presagiar el cambio. No olvidemos que más de 9 millones de españoles siguieron aceptando las declaraciones de los ministros de Interior del Partido Popular. Los resultados suponen un vuelco, aunque no una derrota estratégica. Sus dirigentes, atónitos, no logran entender por qué se les castiga si económicamente España va bien. Frase tópica de Aznar para expresar su tiempo de gloria. Sin embargo, una vez derrotado en las urnas, su discurso se llenó de odio y frustración. Se sintieron engañados y optan por no aceptar la legitimidad del PSOE en el poder. Un desliz que incluso lleva a pensar en estrategias de golpe blando.

Por suerte, en el plazo de dos meses las elecciones europeas despejan las dudas. El PSOE mantiene su ventaja, aunque no debemos olvidar que la abstención desdibuja todo el proceso electoral. Lo único positivo es el abandono de las tesis de ilegitimidad levantadas por Rajoy, Aznar y Oreja. Ya no caben dudas. La oposición del Partido Popular deberá encauzarse por otras vías mucho mas creativas, algo difícil de apuntalar en cuanto sus ideólogos y tanques de pensamiento han perdido credibilidad en el interior de las estructuras del partido.

Pero el PSOE se encuentra en una situación no menos tragicómica. Deseosos de recuperar el poder central, no preveían en el corto plazo su triunfo. Ahora deben armar un cuadro administrativo y político consistente. Para ello Zapatero hecha mano de los antiguos colaboradores de González. Casi dos tercios del gobierno están compuesto por ex ministros y altos cargos afines a Felipe González.

En política exterior Moratinos significa fidelidad y confianza. Sin embargo, el tiempo apremia. Muchos embajadores nombrados por el Partido Popular siguen en sus puestos y el PSOE no tiene recambio para ellos. Debe improvisar y con ello asumir una acción exterior en la cual se piense en una siguiente legislatura. Es lamentable que el Partido Socialista Obrero Español, que este año cumple 125 años de vida, muestre una debilidad en la formación de cuadros políticos. Felipe González vuelve a gobernar, esta vez en la sombra y con más poder que el que muchos le asignan.