Cuando la Guerra de los Seis Días terminó, el 10 de junio de 1967, Israel controlaba toda Palestina hasta las riberas del río Jordán, los Altos del Golán hasta la ciudad de Kuneitra (Siria) y la totalidad de la península del Sinaí (Egipto) hasta el canal de Suez. Desde entonces, el Sinaí es el único […]
Cuando la Guerra de los Seis Días terminó, el 10 de junio de 1967, Israel controlaba toda Palestina hasta las riberas del río Jordán, los Altos del Golán hasta la ciudad de Kuneitra (Siria) y la totalidad de la península del Sinaí (Egipto) hasta el canal de Suez. Desde entonces, el Sinaí es el único territorio que se devolvió a su propietario (mediante los acuerdos de Campo David de septiembre 1978). Por lo que a los otros territorios respecta, nada ha cambiado en 40 años: las tierras conquistadas siguen bajo ocupación; Jerusalén este se anexó en julio de 1980, el Golán en diciembre 1981.
Las consecuencias políticas y sociales de la guerra de 1967 no tardaron en revelarse. Debido a la centralidad del conflicto y el trauma de la derrota, los gobiernos de los países árabes del frente pudieron mantenerse en el poder, justificar sus gastos militares, desarrollar sus servicios secretos tentaculares, asfixiar el debate del pasado, sacrificar los intereses de desarrollo de largo plazo. Fue el tiro de gracia al nacionalismo árabe y el impulso del islamismo radical.En Israel, la joven generación de sionistas religiosos percibió la victoria y la posesión de las ciudades de Hebrón y Jerusalén como un acontecimiento milagroso y divino; esta percepción ideoteológica fue representada, a partir de mediados de los años 70, por el movimiento Gush Emunim, que se hizo famoso por el impulso que dio a la colonización de Gaza y Cisjordania, y para el cual toda concesión territorial se volvía una regresión insoportable.
Esta visión absolutista y fanática motivó a Baruch Golstein a disparar a 29 musulmanes dentro de una mezquita en febrero 1994 y a Ygal Amir a asesinar al primer ministro Yitzhak Rabin en noviembre 1995. Y si bien la simbiosis entre el ejército y la sociedad israelíes empezó a fracturarse con la guerra de 1973, pero sobre todo durante los años 80, no desapareció la difusión generalizada de un modo de apego a la seguridad en el que la guerra es considerada una respuesta normal a problemas políticos. En 1979 y 1994, Egipto y Jordania, respectivamente, firmaron con Israel un tratado de paz; en 2002 Arabia saudita se la ofreció en nombre de los demás países en la cumbre árabe de Beirut; Damasco ha hecho varias propuestas de retomar las negociaciones desde que perdió el apoyo soviético; Irak está destrozado; los palestinos no tienen policía efectiva, ya no se diga un ejército.
Hoy las fuerzas militares convencionales de Israel son superiores a las de sus vecinos, y es el único país con armas nucleares en la región. Si la dimensión sicológica-histórica del apego a la seguridad que tiene Israel es real, su instrumentalización para justificar toda estrategia territorial expansiva también lo es.
La colonización de los territorios ocupados en 1967 no se detiene, como tampoco la confiscación de tierras, los más de 3 millones de palestinos que viven como prisioneros en Cisjordania y Gaza, el aislamiento de la ANP, el estrangulamiento de la economía palestina por el asedio militar, la discriminación en el acceso a recursos naturales como el agua.
En 40 años la situación de los refugiados palestinos no es mejor. Los civiles en los campos de Nahar el-Bared (norte, en Trípoli) y de Ain el-Helue (sur, cerca de Sidón) se encuentran entre la represión del ejército libanés y el fanatismo islámico de Fatah al-Islam y de Jund a-Sham. Los refugiados corren el riesgo de pagar por la política de fortalecimiento del ejército nacional libanés lanzada por el gobierno de Fouad Siniora, bajo presión estadunidense y refuerzo francés, destinado a redimensionar el papel del Hezbollah.
Después de 40 años, Líbano es de gran importancia estratégica para los sirios, como para cualquier país o alianza de países o actores que busquen desestabilizar a Siria. En 1956, la CIA entrenó a cientos de hombres en las montañas de Líbano para realizar el golpe contra el régimen de Damasco. En 1957, Líbano fue terreno para una operación similar inspirada por Washington. En la década de los 80, desde Líbano después de la invasión israelí Saddam Hussein y otros actores instrumentalizaron la cofradía islamista de la Hermandad Musulmana contra el régimen Asad.
Luego de 40 años, Líbano sigue siendo el frente crucial de toda negociación sirio-israelí. Recientemente los ministros israelíes de Defensa y de Transportes confirmaron la existencia de contactos directos con Damasco. Según un diario israelí, el primer ministro Ehud Olmert dijo estar listo a evacuar el Golán a cambio de la paz con Siria. Pero ante la generosa ayuda militar que el gobierno de Fouad Siniora esté recibiendo de Washington con el fin de fortalecer la lucha del ejército libanés contra los grupos «terroristas» de la escena interna libanesa (y no contra los ataques externos israelíes), ante la cada vez más probable instalación de una base estadunidense en el País de los Cedros, ante la «guerra contra el terrorismo» encabezando la agenda internacional (a la que ciertos funcionarios árabes y la misma ANP se han alineado), así como la ausencia de un mediador efectivo, no es claro de dónde saldrán los incentivos para generar confianza mutua y terminar con la ocupación.