La tesis de que Estados Unidos había comenzado una lenta pero irreversible declinación como superpotencia fue descalificada por los portavoces de lo «políticamente correcto».
Una de las tesis centrales que desarrollé al publicar América Latina en la Geopolítica del Imperialismo (Buenos Aires. Ediciones Luxemburg, 2012) sostenía que Estados Unidos había comenzado una lenta pero irreversible declinación como superpotencia y centro de un vasto sistema imperial. Esta afirmación era respaldada por numerosos datos estadísticos, análisis cualitativos y estudios históricos así como por múltiples referencias a los trabajos de algunos estudiosos estadounidenses quienes con indisimulable temor a ser estigmatizados por el “pensamiento único” dominante en la academia se referían oblicuamente al tema y aportaban a la tesis declinista. Pese a ello ésta tropezó por mucho tiempo con la descalificación -cuando no con el sarcasmo- de los portavoces de lo políticamente correcto en el campo de las relaciones internacionales y en el mundo académico en general. Trabajos posteriores de mi autoría profundizaron en esta línea de interpretación aportando nuevos datos que confirmaban irrefutablemente que el diagnóstico inicial del 2012 era más cierto que nunca en la actualidad.
Por eso no puedo menos que manifestar mi satisfacción ante la nota que Juan G. Tokatlian publicara el día de hoy, Jueves 12 de Marzo del 2020, en la página de opinión del diario Clarín. Por su claridad y contundencia quiero recomendarla a quienes siguen mis escritos porque en ella agrega elementos novedosos derivados de un análisis del momento actual de la Administración Trump y los peligros que entraña no sólo para Latinoamérica y el Caribe sino para la humanidad. (ver su nota en: https://www.clarin.com/opinion/trump–peligroso-declinista_0_Et_-wNxn.html)
Allí hace un llamado a los gobernantes de Nuestra América diciendo que “es tiempo de prudencia, paciencia y perspicacia de nuestros gobiernos”, lo cual es muy razonable. Nunca la imprudencia, la impaciencia o la necedad fueron buenas consejeras para los gobernantes que procuraban el bien para su país. Más controversial sin embargo es la frase con que cierra su escrito: “La provocación a Washington es hoy un acto de heroísmo pueril e insensato.” El problema de saber lo que es y lo que no es una provocación no es asunto de sencillo discernimiento cuando en la Casa Blanca hay un gobierno “prepotente y pendenciero” como el de Donald Trump y rebosante de colaboradores como Elliot Abrams, Mike Pompeo, Mauricio Claver-Carone y otros hampones de siniestros prontuarios.
El tema es particularmente sensible para la Argentina porque para salir de la debacle heredada del macrismo el actual gobierno tendrá que apelar a algunas políticas o tomar ciertas decisiones que Trump y algunos miembros de su equipo podrían interpretar como “provocaciones”. Y la arbitrariedad con que se maneja Washington en estos asuntos es absoluta. Cuando Israel bombardea escuelas y hospitales en Gaza tal cosa jamás es definida como un acto de provocación. En cambio, la profundización de las relaciones comerciales de los países latinoamericanos con Rusia y China se percibe como una flagrante provocación. El asesinato diario de líderes sociales y políticos en la Colombia de Iván Duque no inquieta a la Casa Blanca, pero la sobrevivencia de la Revolución Cubana o la permanencia en el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela de Nicolás Maduro constituyen intolerables provocaciones que son repelidas con el mortífero arsenal de las guerras de quinta generación y la comisión de crímenes de lesa humanidad. Por consiguiente, habrá que estar en guardia cuando Trump y sus compinches caractericen como una “provocación” las decisiones que puedan tomar los gobiernos que Washington considera como enemigos o simplemente no dispuestos a someterse a sus bárbaros designios.