Debemos lamentar el fallecimiento el pasado 1 de abril del escritor y ensayista Rafael Sánchez Ferlosio (RSF, 1927-2019), a los 91 años de edad. Hijo de la italiana Liliana Ferlosio y del arribista escritor falangista Rafael Sánchez Mazas, se alejó pronto de las inclinaciones ideológicas de su padre [1] y destacó inicialmente como novelista, siendo […]
Debemos lamentar el fallecimiento el pasado 1 de abril del escritor y ensayista Rafael Sánchez Ferlosio (RSF, 1927-2019), a los 91 años de edad. Hijo de la italiana Liliana Ferlosio y del arribista escritor falangista Rafael Sánchez Mazas, se alejó pronto de las inclinaciones ideológicas de su padre [1] y destacó inicialmente como novelista, siendo autor de dos obras cumbre de la generación literaria de posguerra, Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951) y El Jarama (1955). Aunque esta última le valió el Premio Nadal y el de la Crítica, renunció en adelante a la narrativa -o, más bien, como confesaría él mismo, huyó del «grotesco papelón del literato»- y se recluyó durante quince años para dedicarse al estudio de la gramática y la significación funcional del lenguaje, hasta el punto de que no volvió al terreno de la ficción hasta la publicación en 1986 de la novela El testimonio de Yarfoz.
A finales de los años setenta, sin embargo, ya había dejado atrás su periodo de enclaustramiento voluntario y se había sumado al debate público cultivando un género bien diferente, el ensayístico, que sería el que le granjearía la mayor parte de su fama durante esa segunda etapa de su itinerario intelectual. RSF empezó su prolífica trayectoria como polemista escribiendo artículos de opinión en el entonces recién creado diario El País, en el que su cuñado Javier Pradera -casado por entonces con su hermana Gabriela- ejercía de responsable de dicha sección, y no la abandonó hasta hace apenas un lustro (entre 2000 y 2005 lo hizo como columnista del diario ABC). Fruto de este desempeño se publicaron diversas recopilaciones de sus aforismos, ensayos (algunos de ellos inéditos) y artículos en prensa, entre las que cabe destacar Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado (1986), Campo de Marte 1. El ejército nacional (1986), La homilía del ratón (1986) -un año singularmente prolífico, como puede apreciarse, desde el punto de vista de la publicación de sus escritos-, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos (1993), Esas Indias equivocadas y malditas (1994), El alma y la vergüenza (2000), La hija de la guerra y la madre de la patria (2002), Non olet (2003) o God & Gun (2008), sin olvidar el más reciente Campo de retamas. Pecios reunidos (2015), una primorosa colección de aforismos y apuntes breves [2]. Así, aunque a diferencia de su padre y sus hermanos no se había involucrado nunca en el activismo político, había dedicado los primeros cincuenta años de su vida a la narrativa y la lingüística -los «altos estudios eclesiásticos», como se referiría irónicamente a ellos- y había dicho en cierta ocasión de sí mismo que «nunca he sido, ni de lejos, un alma rebelde» [3], RSF se forjó rápidamente una merecida reputación como comentarista y crítico implacable e insobornable de la deriva política y sociocultural de la España surgida de la Transición (abordó, entre otros muchos, temas como el encumbramiento de la «razón de Estado» por parte del Gobierno del PSOE, la política antiterrorista y la «guerra sucia», el papel del Ejército y la Iglesia en la vida nacional, la promoción y subvención de un mandarinato afín a las altas esferas -léase la memorable columna « La cultura, ese invento del Gobierno «-, las crecientes corruptelas del felipismo, el triunfalismo exhibido en los fastos para conmemorar el Quinto Centenario, el auge de los nacionalismos periféricos y de las pasiones identitarias, la implicación de España en las dos guerras del Golfo o la gestión por parte del PP del desastre del Prestige) [4], así como de otros asuntos de índole más general que abordó a lo largo de esos años: la belicista política exterior estadounidense, el «estado de guerra permanente de la humanidad», el capitalismo globalizador y su desmedido furor por el lucro, el inexorable avance de la sociedad de consumo y de la figura del Homo emptor, la idolatría del progreso y el avance tecnológico en todas sus variantes, la manipulación y el embrutecimiento intrínsecos a la mercadotecnia y los medios de comunicación, el «fetiche de la identidad», el deporte y su culto a la eficacia y la competición, y un largo etcétera.
Las conclusiones a las que solía llegar RSF no solían invitar al optimismo; el ya citado Manuel Sacristán dijo en cierta ocasión de él: «Rafael es un pesimista histórico y radical que piensa que la historia es una larga evolución de mal en peor. Es un antiprogresista al pie de la letra, que piensa que la historia acabará el día que ya no haya peor, en el supuesto de que tenga fin, y si no será una carrera hacia el mal infinito». Y si a este dictamen se le añade que la comprensión de los textos ferlosianos resulta cuando menos dificultosa -célebres eran sus hipotaxis, párrafos interminables repletos de subordinadas-, quizá todo sume para disuadir a quienes aún no le hayan leído, aunque con ello se estará perdiendo a un autor considerado unánimemente uno de los mejores prosistas y a buen seguro el mejor ensayista de la segunda mitad del siglo XX y la primera década del XXI (en 1994 recibió el Premio Nacional de Ensayo y en 2004 se le concedió el Premio Cervantes). La pérdida de Rafael Sánchez Ferlosio, caracterizado siempre por su independencia, su heterodoxia y su rechazo de todo academicismo, ha dejado un vacío que se antoja muy difícil de llenar.
Notas
[1] Lo mismo hicieron sus hermanos Chicho, conocido cantautor que primero militaría en el PCE y más tarde en diversas organizaciones de la extrema izquierda, Miguel, filósofo analítico y matemático que tuvo que exiliarse tras ser detenido en 1956 a raíz de la protesta de los estudiantes universitarios, y Gabriela, traductora y librera que en mayo de 1962 participó en la organización, junto con otras mujeres del entorno del PCE, de una manifestación en Madrid en protesta por las torturas a que habían sido sometidas varias esposas de los mineros asturianos en huelga (la primera, por tanto, con cierto enfoque de género que tuvo lugar bajo el franquismo).
[2] Todos los ensayos de RSF han sido reunidos recientemente en cuatro volúmenes publicados por la editorial Debate (2015-2017), de los que existe una edición en rústica más asequible (Debolsillo, 2018). También es útil, con fines introductorios, la lectura de la antología publicada bajo el título Páginas escogidas (2017).
[3] RSF y Manuel Sacristán, por ejemplo, coincidieron con cierta frecuencia a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta (este último solía alojarse en casa de Javier Pradera cuando se trasladaba a Madrid con motivo de las reuniones de la cúpula del PCE) e incluso mantuvieron una prolongada relación epistolar, pero, según se desprende de dichas cartas y del testimonio de alguno de los presentes, sus conversaciones se circunscribían a la lingüística y la filosofía del lenguaje, cuestiones estas últimas en las que RSF andaba por entonces inmerso. Para profundizar en la relación y las semejanzas entre RSF y Sacristán, véase el capítulo que Francisco Fernández Buey dedicó al tema, «Ferlosio-Sacristán en el jardín trágico», en Sobre Manuel Sacristán, El Viejo Topo, 2016 (pp. 433-486).
[4] Aun así RSF, la antítesis del intelectual orgánico y del plumífero apesebrado, no se libró en momentos puntuales de verse atrapado en la misma telaraña de intereses urdida por el poder que tanto criticó en sus textos: incapaz de ceder a las presiones de Javier Pradera y Juan Benet, al que le unía una sólida amistad, firmó una carta colectiva en apoyo de la permanencia de España en la OTAN (entre cuyos firmantes figuraban Jaime Gil de Biedma, Juan Marsé, Santos Juliá o Ángel Viñas, una cincuentena en total), publicada en El País en febrero de 1986. Fue algo de lo que no tardaría en arrepentirse: apenas dos años después declaró, en unas jornadas tituladas «Realidad y miseria del Quinto Centenario», que con ello «perdió el honor e hizo el imbécil para nada», y, según afirma Gregorio Morán en El cura y los mandarines, le confesó al editor Xavier Folch que no se habría atrevido a hacerlo en caso de que Sacristán, fallecido medio año antes y por el que sentía un profundo respeto, hubiera seguido con vida.
Fuente: http://www.mientrastanto.org/boletin-179/notas/obituario-rafael-sanchez-ferlosio