Si el lector toma en sus manos «La otra historia de los Estados Unidos», de Howard Zinn, encontrará un completo ensayo de las luchas de los explotados en este país desde 1492 hasta la presidencia de Clinton. Heredero de esta monografía, «Insurgencias invisibles. Resistencias y militancias en Estados Unidos» (La Oveja Roja), de Luis Martín […]
Si el lector toma en sus manos «La otra historia de los Estados Unidos», de Howard Zinn, encontrará un completo ensayo de las luchas de los explotados en este país desde 1492 hasta la presidencia de Clinton. Heredero de esta monografía, «Insurgencias invisibles. Resistencias y militancias en Estados Unidos» (La Oveja Roja), de Luis Martín Cabrera, es otra cosa. Aporta otra mirada. O, más bien, miradas. Porque tan importante como el contenido del libro (que el título expresa con nitidez) es la pluralidad de perspectivas, la originalidad en el método y en el punto de vista del autor, los desdobles y repliegues en la narración, y la polifonía en la aproximación a las luchas sociales. En «Insurgencias invisibles» tan importante es el fondo como la forma, fundidas en un todo global e indisociable.
La metodología, que en ningún caso el autor esconde, condiciona el contenido. «Mirar y contar desde dentro: entre la historia oral y la crónica» titula Luis Martín Cabrera uno de los epígrafes de la introducción. Se trata, por tanto, de un libro no escrito desde la erudición ni desde los archivos; tampoco desde la distancia académica ni la asepsia complaciente, ni siquiera desde el pensamiento crítico. «Aspiro a escribir desde dentro, desde el interior mismo de las luchas, codo a codo, como un participante más, sin borrar mis privilegios letrados, pero sin ceder a las tentaciones antropológicas de quienes pretenden saber más que los propios oprimidos», apunta el autor. Tampoco oculta que escribe desde la universidad (desde los 18 años ha permanecido en los campus universitarios). El libro es, por tanto, una tensión sostenida por escribir desde adentro y desde la praxis.
El resultado es un texto vivencial, directo, muy bien escrito y que mezcla géneros (entrevista, crónica, reportaje, ensayo) con un fin bien claro: que sean los protagonistas de las insurgencias opacadas en Estados Unidos quienes cuenten su historia. No se trata de ser objetivo, ni de cuadrar cifras, como Luis Martín Cabrera aclara en el capítulo sobre «Fronteras y militancias migrantes»: «La contemplación de la frontera produce una especie de vértigo que los científicos sociales tratan de conjurar a golpe de números, como si la frontera pudiera devenir ontología entre las cuatro paredes de una ecuación, pero su venganza es justamente no dejarse atrapar por los números».
Luis Martín Cabrera se define como «republicano errante», «comunista sin partido», «chicano por solidaridad internacionalista» y «gringo por necesidad». Ha recorrido diferentes universidades en Estados Unidos, donde también ha militado en diferentes organizaciones sociales y sindicales. En «Insurgencias Invisibles» se desdobla en reportero. Las crónicas de las luchas en las que participa (no se queda el autor en mero testigo) trascienden la anécdota y el hecho episódico para componer el fresco de las militancias y resistencias en Estados Unidos. Hope, una estudiante afroamericana, pasea en un viejo automóvil con Luis Martín Cabrera por el lado oscuro de Atlanta (una licorería de la que salen tipos golpeados por la vida o un policía blanco registrando a un adolescente, entre otras imágenes, muestran mucho mejor que la estadística las sentinas de la primera potencia del planeta).
Durante su estancia en Oakland, donde Martín Cabrera preparaba un libro sobre violencia política y memoria en las post-dictaduras de España y el Cono Sur, el autor participa (y describe en una excelente crónica) las protestas contra el asesinato del joven afroamericano Óscar Grant y los ataques de Israel sobre la franja de Gaza. Y se suma a la movilización, en lo que constituye una constante del libro, tras abandonar una discusión intelectual, «hueca» y «bizantina». Son crónicas que reparan en el detalle, morosas, descriptivas, literarias, con trazos gruesos que perfilan la gran trama de la Historia, pero también con los oportunos antecedentes (la crónica del asesinato de Óscar Grant empieza con una discusión en una cena de vecinos que destapa todos los prejuicios raciales del norteamericano de clase media). Otro ejemplo de anécdota cotidiana, ni siquiera buscada, que sirve de ingrediente para los reportajes del libro, se produce unos días después del 11-S: un cliente de un supermercado le tiraba las bolsas al suelo a una mujer con «hijab», al tiempo que ladraba: «¡perra infiel, terrorista, vuélvete a tu país a vivir en una cueva!».
Uno de los puntales de «Insurgencias invisibles» son las entrevistas, en las que el autor deja al protagonista que se explaye largamente. Se trata de una aproximación a la realidad política, sociológica e historiográfica desde la subjetividad del entrevistado (otra vez el método, la historia oral: «Lo importante es escuchar al entrevistado y dejarlo que cuente lo que quiera contar, y que decida cómo contarlo»). Así, el lector puede adentrarse en la entraña de los Panteras Negras a través del testimonio de Roberta Alexander, quien también militó en el Partido Comunista de Estados Unidos. La organización afroamericana defendió derechos elementales: «tierra, pan, vivienda, educación, justicia y paz», y no dejó de utilizar para sus reivindicaciones un documento revolucionario: la Declaración de Independencia de Estados Unidos respecto a Gran Bretaña.
Las resistencias, insurgencias y militancias se visibilizan precisamente a través de estas conversaciones. Enrique Dávalos explica la descarnada explotación de las maquiladoras, así como la evolución de las mismas y las posibilidades de organización sindical. Rommel Díaz, Adriana Jasso y Harry Simón, militantes de Unión del Barrio, desarrollan el ideario y trayectoria de esta organización de latinos en Estados Unidos, fundada en 1981, que se define como partido (con estructura y jerarquía) inspirado en los principios del «centralismo democrático». En el diálogo surgen las diferencias y matices con movimientos asamblearios como el movimiento estudiantil Yo Soy 132, en México, o bien Occupy en Estados Unidos. También las discusiones en torno a nociones como «chicano», «raza» o «indigenismo», las afinidades políticas con Cuba y Venezuela, y la asunción del marxismo-leninismo.
El autor huye del academicismo, pero también expone abiertamente los referentes teóricos de los que parte. Uno de los tres capítulos que componen el libro («El imperialismo y sus enemigos internos») bebe absolutamente del «Discurso sobre el colonialismo», publicado en 1955 por el poeta martiniqués Aimé Césaire, quien «somete a un máximo de tensión dialéctica la relación del humanismo burgués con el despliegue de la violencia colonial en los territorios sometidos por el capitalismo occidental». A Hitler se le presenta como producto de la misma razón occidental que justificó la esclavitud y el colonialismo. También discute Luis Martín Cabrera con autores como Vicente Verdú, Jean Braudillard o Umberto Eco, pues tienen una imagen de Estados Unidos como «siniestro basurero capitalista poblado de obesos blancos e ignorantes». Subyace en estas descripciones, señala Martín Cabrera, «el goce secreto de quienes encuentran motivos para sentirse de alguna manera superiores a la potencia colonial que les domina».
Además, la subjetividad, la crónica y el testimonio directo no evitan pasajes en que la información golpee a pelo y sin rebozos. Actualmente hay (en proporción) más afroamericanos en libertad condicional o en prisión que el número total de esclavos en 1850. Otro aldabonazo sobre las buenas conciencias: «Los casos de asesinatos de personas afroamericanas o de latinos en barrios pobres son interminables y, por eso, no pueden considerarse simplemente accidentes»; «Cualquiera que se pasee por alguno de los barrios de color segregados de Detroit, Oakland o Chicago puede observar que viven en un estado policial»; En 1848, tras una campaña bélica y de ocupación, Estados Unidos se apoderó de más de la mitad del territorio de México. El epílogo es aleccionador e incluye reflexiones generales, producto de la praxis militante del autor, válidas para cualquier territorio: «Sorprendentemente, o tal vez no tanto, los pueblos y las comunidades de lucha te aceptan si vienes con voluntad de aprender y aportar, y no se enredan ni en abstracciones estériles ni en narcisismos identitarios. Y es que pese a todo, el internacionalismo solidario está vivo, incluso en Estados Unidos».
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