Traducido de francés para Rebelión por Susana Merino
Son decenas, tal vez centenares de miles de mujeres que trabajan en el Líbano como empleadas domésticas. Se las ve a veces acompañando a los chicos al colegio, haciendo las compras de sus empleadores. La mayor parte del tiempo sometidas a la explotación, enfrentando el desprecio, han comenzado a organizarse frente y contra todos, especialmente contra el Gobierno, que rechaza reconocer el sindicato que han creado.
Las mujeres privadas de protección social se despiertan en nuestras casas sin que uno sepa cómo se sienten. Silenciosas y trabajadoras a lo largo del día, lavan, secan, planchan, cocinan, cuidan a los niños y responden «está bien» porque no pueden responder otra cosa, se ignora todo su pasado y su historia, todo sobre sus hijos a los que han debido abandonar para venir a trabajar al Líbano. Son más de 200.000 de diversos orígenes, Filipinas, Sri Lanka, Camerún, Etiopía, Nepal…
«Si usted abre ahora todos esos pisos» nos dice Rosa mostrándonos un enorme edificio «podrá ver cuantas muchachas hay que ni siquiera pueden abrir las ventanas para ver lo que pasa. Somos las que estamos afuera las que podemos luchar por ellas ¿Quién lo hará si no? Es por eso que me he unido a este movimiento».
Un sindicato para las empleadas domésticas
Este año, el 1° de mayo tiene para las empleadas domésticas del Líbano un sabor especial. Ha marcado la formación -inédita en el mundo árabe- de su sindicato el 25 de enero pasado, con el apoyo de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la Confederación Sindical Internacional (CSI) y la Federación Nacional de Sindicatos, Obreros y Empleados del Líbano (Fenasol). Las empleadas domésticas son, por primera vez en la historia del país, las portavoces de sus propias reivindicaciones, algo que hasta ahora hacían las ONG libanesas.
Rosa es la subsecretaria de este joven sindicato. Llegó de Camerún hace unos quince años, tiene 45, y tuvo la suerte de caer en casa de una «dama muy correcta» que le ha dado cierta libertad «Soy una privilegiada con relación a las demás y esa libertad me permite ponerme al servicio de mis compañeras y recibirlas en mi casa. Y así me he convertido en líder de la comunidad. Antes de la creación de este sindicato no sabía a quién transmitir las múltiples quejas que me llegaban. Está disponer de un espacio para escuchar, ayuda a las empleadas a contar sus sufrimientos, pero la ley es más que necesaria. Es la única garantía de nuestros derechos. Si tuviéramos una ley no estoy segura de que la gente siguiera comportándose como lo viene haciendo. La mayor parte de las mujeres llega al Líbano sin saber qué les espera. Se nos promete trabajar en el Líbano y recién aquí conocemos las condiciones y caemos en el lodo. Lo que buscamos con la creación de este sindicato es volvernos visibles, mostrar que existimos. ¡El Líbano debe ratificar la convención de la OIT (1)!»
Sin embargo debido a la ausencia del reconocimiento institucional, el sufrimiento que crea el servilismo se mantiene como una herida abierta. El ministerio de Trabajo rechaza legalizar el sindicato ignorando aún el pedido que se le hizo en enero. Farah Salka, la coordinadora general del Movimiento antirracista (ARM), que condena el desprecio del actual ministro Sejaan Azzi del cual ha dicho «nos recibe con insultos y agresiones verbales cuando como ministro debe defender los derechos de los trabajadores… ¡Los aterroriza! No comprendo su renuencia. Es de su interés responder a los reclamos, porque quieras que no el sindicato existe»
Luchar contra el aislamiento de las mayorías
Pero esta minoría de trabajadoras domésticas difícilmente pueda ocultar a la mayoría silenciosa que sufre a veces un asilamiento extremo que les arruina la salud mental. Los suicidios se multiplican. Las embajadas de los países proveedores de mano de obra no apoyan a sus emigrantes. A algunas mujeres se les priva de la comida, son golpeadas o agredidas sexualmente por su patrón durante meses (2). Una joven salvada por la asociación Kafa había sido explotada sexualmente por su patrona, que la entregaba a muchos hombres. Algunas son tratadas injustamente de ladronas para evitar pagarles un pasaje de avión a su país cuando termina su contrato. Y cuando sufren graves problemas de salud no tienen ninguna protección.
De todas las historias recogidas y sentidas lo que más las hace sufrir es la xenofobia. Algunas mujeres sufren humillaciones totalmente gratuitas y a veces sobrecargas de trabajo inútiles y agotadoras. Privadas de intimidad, sucede que a veces ni siquiera disponen de habitación propia: duermen en la cocina o en la sala de estar en camas plegables o en minúsculos balcones transformados en «habitaciones de servicio». El cuarto de baño es el único lugar con una puerta que pueden cerrar. Rosa rechazó además mi invitación a tomar un café en el bar de enfrente. Tuvimos que permanecer de pie en la vereda «¿Sabe por qué evito ir a los cafés?» me dice al terminar la entrevista, «Cuando yo oigo decir hiye chou badda, es decir ¿qué es lo que se va a servir? ¡Me irrito! El resto me importa un bledo, me pueden escupir en la calle. Me lavo y listo. Pero cuando me hablan en tercera persona me enerva. No puedo oír la palabra hiye».
Despersonalizadas y cosificadas, tienen prohibida la vida privada. El argumento que repiten a menudo las familias que impiden a sus empleadas salir solas cuando se las interroga es el miedo a que «se junten con hombres y traigan enfermedades» El desprecio social se suma al desprecio racista. Al margen de los lugares comunes más repetidos (fealdad y suciedad) se les prohíbe a las empleadas toda sexualidad con el objeto de evitar todo contacto con una clase social inferior y considerada por lo tanto malsana y portadora de enfermedades.
Otra prohibición racista y paradójica: el acceso a las piscinas de natación y a las playas privadas por miedo a que «ensucien el agua» mientras por otra parte son las que cocinan y dan de comer a los niños.
La Kafala que infantiliza y esclaviza
La Kafala (3) legaliza este sistema esclavista que deshumaniza a las empleadas. «No puede seguir manteniéndose», replica Farah Salka. Si el «garante» se vuelve agresor, el agredido no puede denunciarlo. Es necesario encontrar una solución. La legislación laboral en el Líbano -que no se ha modificado desde la fecha de la independencia en 1943 y necesita con gran urgencia cuidados intensivos- no tiene en cuenta a estas 200.000 mil trabajadoras inmigrantes. El modelo libanés, desde la época del mandato no tiene el mejor derecho al trabajo del mundo, pero incluye al menos algunas reglas básicas como la limitación de las horas de trabajo, las vacaciones anuales, la licencia por maternidad, la posibilidad de renunciar».
Cuanto más lejos están de Beirut, mayor es el aislamiento de estas personas casi secuestradas. Las redes sociales han contribuido mucho a sociabilizar a las más aisladas y a las más vulnerables cuando han logrado acceder a ese «lujo». De modo que Tabel, enferma de tuberculosis, encerrada en el cuarto de la basura de la agencia de colocaciones, mientras escupía sangre pudo alertar a una amiga gracias a los mensajes enviados por un teléfono celular. Con el objeto de responder a este asilamiento el Migrante Community Center (MCC) tiene el propósito de instalar dos antenas, una en Jounié y otra en Saida.
Debido al total desinterés y al abandono de los inmigrantes por sus embajadas, el MCC, creado hace tres años en colaboración con el ARM, dispone de un espacio de formación, cursos de idiomas y varios talleres (de música, yoga, costura) y organiza reuniones, fiestas de cumpleaños, casamientos… También organiza excursiones y algunos inmigrantes que viven en el Líbano desde hace diez o veinte años descubren por primera vez otras ciudades diferentes de la capital en la que residen.
Reproducción de las desigualdades de género
P ido a Rosa que me hable de sus proyectos para el futuro. Respira profundamente y me responde sin dudar «volver a mi casa y ver crecer a mis nietitos». Con el sacrificio de su propia vida familiar en la que abandonaron a sus hijos para ir a criar los de otros, estas trabajadoras aseguran en cierto modo el equilibrio en las parejas libanesas. El lastre de las tradiciones es ciertamente pesado para una generación «globalizada» y viajera y los referentes difíciles de encontrar.
Las libanesas rechazan actualmente reproducir el esquema materno y el hacer las tareas domésticas, pero los hombres creen ser menos «viriles» cuando les piden colaboración. Las empleadas domésticas son el remedio contra las tensiones que pueden generar en una pareja las tareas domésticas. En la medida en que constituyen un ámbito clásicamente reservado a las mujeres y confundidas con el trabajo gratuito que necesita del agotador mantenimiento de la casa, se arreglan entre mujeres. La violencia que las empleadoras ejercen sobre sus empleadas en el Líbano iguala potencialmente a la que los hombres ejercen sobre las mujeres.
La reproducción de las desigualdades de género es por lo tanto derivada hacia la mujeres en el secreto de los hogares, en este «trío» que comparte el mismo techo (a los trabajadores inmigrantes del sexo masculino no se les secuestra nunca en el interior de las viviendas pese a sus precarias condiciones de vida). Las mujeres libanesas no tienen por lo general acceso a la política. O en todo caso solo para reemplazar a hombres ausentes, esposas, hijas o hermanas de personalidades políticas asesinadas. No pueden transmitirles la nacionalidad a sus maridos ni a sus hijos ni legarles sus bienes. Cuando son víctimas de violaciones o de violencias conyugales, tampoco están protegidas por la ley. ¿Qué decir entonces de la suerte reservada a las extranjeras que no pertenecen a ninguna de las comunidades que integran el país, desconectadas de sus familias, abandonadas por sus embajadas y tampoco reconocidas por el país en que viven?
Notas
(1) El artículo nº 87 de la convención de la OIT que trata de la libertad sindical y de la protección del derecho sindical estipula: «Los trabajadores y los empleadores, sin distinción de ninguna clase, tienen derecho a constituir, sin autorización previa, organizaciones a su gusto, así como a afiliarse a organizaciones con la única condición de aceptar sus estatutos».
(2) Casos frecuentes, según el Migrant Community Center ( MCC ) , y las mujeres no se atreven a quejarse a su «señora», que negaría los hechos.
(3) La Kafala, heredada del derecho musulmán, también ha sido adoptada por los empleadores cristianos y está basada en la adopción de huérfanos. Un tutor se convierte en el «kafil» el garante de un niño sin darle ni su nombre ni hacerlo su heredero. Lo respalda hasta la edad adulta. Es interesante ver como se ha calcado este sistema que infantiliza para aplicarlo a las empleadas a las que se llama «hijas» pero nunca acceden al título de «señora» y no se les considera así aunque se casen y tengan hijos.
Fuente: http://orientxxi.info/magazine/mobilisations-temeraires-des-employees-de-maison-au-liban,0901