La disputa sobre el bombardeo por aviación de Arabia saudí de la embajada iraní en Saná, que ha llevado a Teherán a denunciar al gobierno árabe ante el Consejo de Seguridad de la ONU, ha elevado todavía más la tensión en Oriente Medio. El ataque llega tras el asalto a la embajada saudita en Teherán, […]
La disputa sobre el bombardeo por aviación de Arabia saudí de la embajada iraní en Saná, que ha llevado a Teherán a denunciar al gobierno árabe ante el Consejo de Seguridad de la ONU, ha elevado todavía más la tensión en Oriente Medio. El ataque llega tras el asalto a la embajada saudita en Teherán, una protesta por la ejecución en Arabia del clérigo chiíta Nimr al Nimr de la que el gobierno iraní se ha distanciado, y ha culminado con la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países. En un escenario de cuatro guerras en Oriente Medio (Siria, Iraq, Afganistán y Yemen), los tres poderes regionales (Irán, Arabia y Turquía; con Israel al acecho, y Egipto en horas bajas), a la sombra de las grandes potencias internacionales, se disputan el nuevo mapa estratégico de Oriente Medio, conscientes de que la crisis actual puede desembocar en un nuevo acuerdo Sykes-Pikot, como el tratado secreto suscrito por Gran Bretaña y Francia durante la gran guerra.
El 6 de enero, Arabia bombardeó durante horas el centro de la ciudad de Saná, en poder de los rebeldes huthis, en una muestra más de su implicación en la guerra civil yemení, y el bombardeo alcanzó a la embajada iraní; de forma deliberada, según unas fuentes, aunque otras niegan que se bombardease la legación y hablan de la metralla dispersa por los alrededores. Desde las protestas de 2011 que provocaron la renuncia del presidente Alí Abdullah Saleh, Yemen se encuentra sumido en la guerra civil. Pero el bombardeo no es ninguna novedad: hace casi un año que comenzó la intervención de Arabia en Yemen, para instaurar de nuevo al sucesor de Saleh, el general Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, en pugna con Mohammed Ali al-Houthi, el principal dirigente zaidí que encabeza la revuelta de los huthis. Al-Hadi es un hombre de los Estados Unidos, decidido partidario de la alianza con Washington, y se refugió en Arabia saudí para huir del avance de las fuerzas rebeldes. Los absurdos interrogantes de la prensa internacional sobre la limitada actuación saudita en Yemen ocultan la evidencia de la temprana intervención saudita en el país: el jefe de las Fuerzas aérea saudita murió en Yemen el pasado verano; dejan en segundo plano que Riad ha organizado una coalición internacional para atacar Yemen (compuesta, además de Arabia, por Kuwait, Bahréin, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Jordania, Sudán, Egipto, Marruecos y Senegal, con el apoyo de Estados Unidos), y que ha impulsado la Operación Tormenta Definitiva, además de ofrecer escasa información sobre la guerra, y, todavía menos, sobre las consecuencias: Arabia ha bombardeado a la población civil, y ha atacado escuelas y hospitales, como ha denunciado Amnistía Internacional.
Las simplificaciones de la prensa internacional que examina la tensión bajo el prisma de una supuesta guerra sectaria y religiosa en Oriente Medio entre suníes y chiítas, deja de lado la complejidad de la situación y las alianzas y enfrentamientos que escapan por completo a las clasificaciones religiosas: los kurdos por ejemplo, que combaten al gobierno turco de Erdogan, de confesión sunnita, también son sunnitas, y, además, los kurdos iraquíes tienen diferencias con ellos, al tiempo que están organizados en diferentes facciones. También los alauitas sirios, a los que pertenece el presidente Bashar al-Asad, aunque son una derivación del chiísmo, están más cerca del laicismo que el resto de musulmanes. Por no hablar de las alianzas cruzadas, o de las serias diferencias entre Turquía y Egipto, ambos sunnitas.
La hipocresía occidental con Arabia, cuya población soporta un régimen teocrático muy parecido al Daesh que asola Iraq y Siria y que ha proclamado también el califato en Yemen, obedece a los intereses norteamericanos, siempre prestos a recordar al mundo las violaciones de derechos humanos del régimen de los ayatolás iraníes, pero cautelosos ante la feroz dictadura de la familia Saud, hasta el punto de silenciar las matanzas perpetradas por Arabia, su constante recurso al terrorismo, y la financiación y aprovisionamiento de armas para los grupos terroristas que luchan contra el gobierno de Damasco, sin olvidar los bombardeos contra la población civil en Yemen.
Arabia teme perder posiciones en Yemen, pero también le preocupa retroceder en Siria, Líbano e Iraq, países donde es patente la influencia iraní. Turquía, que ha invadido el norte de Iraq, con el objetivo de golpear a los kurdos, ha iniciado una agresiva intervención en la zona, pendiente del inevitable reordenamiento regional y del nuevo reparto de áreas de influencia. La ruptura de relaciones diplomáticas con Teherán, que ya han consumado Arabia, Kuwait, Bahréin, Sudán, Somalia, y que Pakistán está considerando, busca el aislamiento internacional de Irán, en una peligrosa escalada que puede conducir a una conflagración general en Oriente Medio, si las grandes potencias internacionales (Estados Unidos, China, Rusia) no llegan a nuevos acuerdos, como puede suponer la reciente visita de Kerry a Moscú para tratar sobre la guerra siria. Por eso, un enviado especial de China ha viajado a Irán y Arabia, con la intención de mediar en el conflicto y reducir el peligro de enfrentamientos militares directos. China es consciente de que la guerra no favorece sus intereses. En Teherán, Hasan Rohani quiere evitar una escalada de la tensión con Arabia, pero al mismo tiempo se ve obligado a responder a las provocaciones de Riad. Árabes y persas esperan a Sykes y Pikot, con Israel y los turcos pendientes del escenario.
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