Traducido del inglés para Rebelión por César P. Guidini Joubert
La semana pasada el Consejo Municipal de la ciudad de Seattle acordó por unanimidad dar por terminados los vínculos que mantiene con el banco Wells Fargo en protesta por el respaldo económico que presta la entidad al Oleoducto de Dakota del Norte. Horas después, en California, el municipio de Davis hizo otro tanto. En los días siguientes el alcalde de la ciudad de Nueva York, Bill de Blasio, hizo público el interés y la posible intención de dictar medidas semejantes [i] . De hecho, el municipio de Nueva York ya puso en marcha una revisión exhaustiva de su cartera de colocaciones (170.000 millones de dólares) para determinar si la actividad que cumplen las compañías que reciben ese capital constituye un riesgo para el clima del planeta.
Sobran los motivos para alegrarse, pues de hecho, son muchas las ciudades, particularmente, las de la Costa Noroccidental de los Estados Unidos, que se encuentran en el medio de la senda de destrucción que deja la industria de los combustibles fósiles y que, con el fin de combatir el cambio climático, buscan medidas para evitar que se extienda la infraestructura en la que se sustentan dichos combustibles.
Guía de la campaña de retirada de fondos
El acuerdo de la ciudad de Seattle cuesta al banco Wells Fargo unos tres mil millones de dólares, y es un buen comienzo. El economista y profesor Richard Wolff [ii] , autor de Democracy At Work: A Cure for Capitalism [«La democracia real, remedio para el capitalismo»], recuerda que, a lo largo de la historia, el boicot constituye uno de los instrumentos más poderosos y eficaces con que cuenta el pueblo para hacer frente a las élites acomodadas.
En total, son 17 los bancos que prestan capitales para el Oleoducto de Dakota del Norte, y otras 38 instituciones de crédito sufragan otra monstruosidad, el proyecto del oleoducto de Bakken, que se extenderá desde el Canadá hasta el Golfo de México, y que llevará a la catástrofe del clima.
Reflexiona el profesor Wolff que el número de bancos que prestan fondos para apenas dos de los innumerables y peligrosos proyectos de explotación del combustible fósil hace que el individuo sensato se pregunte dónde se pondrá el dinero que se retire de un banco que tiene las manos sucias.
Señala luego otro inconveniente en la cuestión del boicot a los bancos, pues no bien se retire el dinero de un banco y se ponga en otro, habrá alguien que proteste y critique que ese otro banco está metido en algo sucio, y como se sabe, no faltan los bancos que hacen negocios sucios.
De momento, Seattle redactó un catálogo de principios de justicia social a los que se dará importancia preeminente en el futuro a la hora de contratar servicios de banca. Pero cabe otra solución: Seattle y otros municipios y estados pueden constituir un banco público. El banco público es propiedad del gobierno del estado o del municipio, el cual se encarga de administrarlo, pero esa administración se lleva de forma democrática, y en consecuencia, además, la actividad de la institución queda supeditada a la voluntad del pueblo. Lo que gana el banco se gasta en las infraestructuras, la enseñanza, la salud o, si se quiere, también en una fiesta popular. Es el dinero del pueblo y el pueblo lo gasta como mejor le parece; además, las ciudades de los Estados Unidos podrán ahorrar las descomunales comisiones que deben pagar a los bancos privados por el privilegio de darles el dinero de los ciudadanos para que lucren con esos fondos.
No está tan mal la idea, y cabría añadir que de esa forma se contribuye a rebajar los impuestos que pagan los vecinos y, además, habrá una institución que dejará contentos a todos y que será repudiada únicamente por los bancos privados y por los políticos que comprados por los bancos.
La idea no es un simple sueño de la utopía socialista, pues hay lugares en los Estados Unidos que ya cuentan con banco público, y no se trata simplemente de las típicas ciudades universitarias llenas de hippies y con dos cooperativas de alimentos orgánicos y varios círculos de yoga. Uno de esos lugares, valga la coincidencia, es la propia Dakota del Norte, estado republicano y conservador, sin duda alguna, pero cuyo Bank of North Dakota [iii] opera desde 1919. Allí, además, ahora está la compañía Enbridge [iv] , que se encargar de tender el Oleoducto de Dakota del Norte. Tal parece que en ese estado saben cuándo una idea vale la pena, al menos, en lo que respecta a los bancos, pero es otra historia lo que tiene que ver con los oleoductos, el agua potable, el respeto de los tratados [suscritos con las tribus indígenas] y la protección de la naturaleza.
La idea de que todo lo que suena a propiedad del Estado es socialista y constituye una peligrosa amenaza para la libertad trasluce enseguida lo que es: pura propagada de la patronal. Pero se la llame como se quiera llamarla, la banca pública es, precisamente, una buena idea y no se descarta que sea el próximo paso que se dé.
Julianna Forlano es escritora, docente, locutora de radio y conductora de programas de televisión. Lleva el único programa radial de carácter progresista que queda en la cadena Fox. Enseña en el Brooklyn College, que depende de la Universidad de Nueva York, y está al frente de un gabinete de asesoramiento en el que enseña a superar los problemas y conducirse mejor en la vida.
Twitter: @JuliannaForlano Facebook: JuliannaForlano www.JuliannaForlano.com
Notas del Traductor:
[i] http://www1.nyc.gov/office-of-the-mayor/news/096-17/mayor-de-blasio-sends-letter-17-banks-urging-immediate-halt-financing-the-dakota
[ii] https://en.wikipedia.org/wiki/Richard_D._Wolff
http://republicadelosiguales.blogspot.ch/2016/05/entrevista-al-economista-richard-wolf.html
[iii] http://www.capital.es/2011/10/11/banca-publica-en-dakota-del-norte-existe-y-es-todo-un-exito/
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=167377
[iv] https://es.wikipedia.org/wiki/Enbridge
Fuente: http://crooksandliars.com/2017/02/seatte-divests-3bn-wells-fargo-over-dapl
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