Un año después de la investidura de Trump, la sociedad estadounidense está más polarizada que nunca, afirma la sindicalista de la Asociación de Profesores de la Universidad (Rutgers AAUP-AFT) y militante de International Socialist Organization (ISO)
-¿Qué balance hace de un año de la presidencia de Trump?
Tener un presidente narcisista e imprevisible, abiertamente racista, que muestra su odio a la gente musulmana y se ufana de haber acosado a mujeres es un choque cotidiano para amplios sectores de la clase trabajadora norteamericana.
Un choque alimentado por los ataques de una violencia inédita que se van acumulando con consecuencias dramáticas. Como la reforma de los impuestos adoptada justo antes de navidad que representa la transferencia de riquezas más masiva de la historia del país -del bolsillo de la gente asalariada hacia el de la más rica, de los y las rentistas. Asistimos a la puesta en cuestión y la destrucción sistemáticas de todas las instituciones y políticas públicas.
Pero Trump no cae del cielo. Es ante todo un síntoma de la crisis del capitalismo mundial. Pues aunque a veces no le guste el personaje, la clase burguesa estadounidense saca beneficio de su agenda económica. Con él, el barniz civilizado de la dominación capitalista ha desaparecido. Hemos entrado en una guerra abierta entre las clases.
-¿Representa Trump una ruptura?
El choque Trump no debe hacer olvidar los elementos de continuidad. Los ataques contra las condiciones de trabajo y de vida de la gente asalariada están en marcha desde hace treinta o cuarenta años en los Estados Unidos. Consecuencia: ¡la esperanza de vida está hoy retrocediendo! Y no olvidemos que el asesinato de personas negras por la policía o la expulsión masiva de personas migrantes eran moneda corriente en la era Obama.
Sin embargo, no hay que minimizar el cambio. Contrariamente a su predecesor, Trump reivindica la violencia contra los pobres, los negros, las mujeres y la gente trabajadora. Nos encontramos frente a una «estrategia de choque» que quiere borrar los pocos avances, muy limitados -Obamacare, protección de la gente sin papeles que llegó de niña a los Estados Unidos, etc.- arrancados bajo Obama.
-¿Qué hay de las resistencias?
La clase trabajadora está afectada, pero no paralizada. Este último año se han producido en Estados Unidos movilizaciones de una amplitud sin igual desde hace mucho: la Women´s March del 20 de enero de 2017, las movilizaciones contra el decreto de Trump que prohibía la entrada en territorio americano a personas ciudadanas de siete países de mayoría musulmana y a las personas refugiadas, las que han seguido a la derogación del programa que permite a las personas Dreamers, jóvenes sin papeles que entraron en los Estados Unidos cuando eran niños y niñas, trabajar y estudiar legalmente, las manifestaciones contra la extrema derecha tras los acontecimientos de Charlottesville, etc.
Se siente una voluntad de organizarse, de comprender, de politizarse -particularmente entre la juventud. En mi barrio, en Brooklyn, 350 personas se reunían, poco después de la Women´s March del 21 de enero de 2017 para discutir sobre la defensa de las personas migrantes contra las violencias policiales, organizar la autodefensa contra los grupos nazis, etc. La semana que viene, centenares de personas se manifestarán por los derechos de las minorías y contra las desigualdades sociales. Tales movilizaciones de base se dan en todo el país.
Dos movimientos juegan un papel muy importante: las luchas feministas -la Marcha de las Mujeres ha encontrado un poderoso punto de enganche en la campaña «Me Too» que ha desbordado el mundo del espectáculo para enraizarse en la sociedad y en los lugares de trabajo; y Black lives matter (BLM), un movimiento formado bajo la presidencia Obama para denunciar el asesinato de negros por la policía, que ha adoptado de entrada un planteamiento explícitamente feminista, favorable a los derechos de la población queer y en oposición al sistema capitalista.
En un país construido sobre el genocidio (de los «indios»), la esclavitud y la colonización del mundo, en el que el 35% de la clase obrera es negra, latina o de origen asiático, la relación entre la lucha contra las desigualdades y la lucha contra la opresión de las minorías y de las mujeres es fundamental.
Otro punto positivo: las movilizaciones masivas que han seguido a los acontecimientos de Charlottesville han puesto a la extrema derecha a la defensiva.
-¿Qué hay de los sindicatos?
Las principales luchas han sido realizadas estos últimos años en los servicios públicos -la enseñanza y la salud-. La huelga más importante ha sido la victoriosa huelga de docentes en Chicago, en 2012. Las mujeres, en particular las negras, están a menudo a la cabeza de estos combates.
Pero globalmente el número de huelgas está a un nivel históricamente bajo. Los sindicatos están debilitados, la sumisión de una amplia parte de sus dirigentes al Partido Demócrata es un freno para las movilizaciones.
Sin olvidar una amenaza enorme: el Tribunal Supremo se dispone a dictar una sentencia que suprimiría la obligación de pagar la cotización sindical en los servicios públicos. Esto costaría millones a los sindicatos. En paralelo, la derecha y los medios patronales intensifican su campaña antisindical.
-¿Es más fuerte el peligro de nuevas guerras bajo la presidencia Trump?
Este peligro es muy real. La economía capitalista mundial está hoy marcada por una grave crisis de sobreproducción relativa, con miles de millones de dólares que no encuentran forma de invertirse de forma productiva. Esta situación alimenta la especulación, en particular la inmobiliaria, que alcanza de nuevo picos en los Estados Unidos.
En este contexto, el imperio norteamericano, aunque sigue siendo muy poderoso, está en declive. Su hegemonía se enfrenta a una competencia creciente, en particular de China. Esto plantea la posibilidad de rivalidades interimperialistas a un grado mucho más elevado.
Esta coyuntura está cargada de peligros. Cuando estaba en su fase ascendiente, el imperio estadounidense se mostró extremadamente brutal y sangriento. Para frenar su caída, no hay duda de que utilizará una violencia aún mayor.
Hay otro elemento a tener en cuenta. Si la combatividad obrera sube en los Estados Unidos, si las luchas que unen a diferentes sectores (blancos, negros, latinos, mujeres, etc.) se desarrollan, la clase dominante podría contemplar el desencadenamiento de una guerra exterior como una forma de destruir la resistencia interna.
-¿Cómo ves el futuro del enfrentamiento social actual?
La recuperación de las movilizaciones y de la politización trae esperanza. Pero hay que señalar también los límites: las manifestaciones siguen siendo episódicas. Hay carencia de organizaciones capaces de darles una continuidad y perspectivas.
El sistema bipartidista pesa sobre amplios sectores del movimiento sindical y social, que permanecen ligados al Partido Demócrata. Y este último, profundamente ligado a las clases dominantes, juega el papel de bombero de las luchas.
En este contexto (ya hemos visto la brutalidad de la agenda de Trump y sus dramáticas consecuencias sociales), pienso que van a aparecer numerosas resistencias, a veces organizadas pero también espontáneas, incluso en forma de disturbios.
Existe un real potencial. Esto implica para los y las militantes socialistas una doble tarea: organizar, allí donde sea posible, focos de resistencia colectiva entre las minorías oprimidas, en los lugares de trabajo y en los sindicatos. Y trabajar, en paralelo, en la construcción de una verdadera alternativa política de izquierdas, en ruptura con el Partido Demócrata. El desafío es enorme.
Traducción de Faustino Eguberri – Viento Sur