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Racismo: lo que no se nombra no existe

Fuentes: SEMLac

«¿Por qué la sociedad cubana necesita seguir pensándose en términos raciales?, pregunta y reflexiona Zuleica Romay Guerra, escritora, investigadora y directora del programa de Estudios de Afroamérica de la Casa de las Américas, en una interrogante que lleva en sí misma la afirmación certera de que esa necesidad sigue presente en la Cuba actual. La […]

«¿Por qué la sociedad cubana necesita seguir pensándose en términos raciales?, pregunta y reflexiona Zuleica Romay Guerra, escritora, investigadora y directora del programa de Estudios de Afroamérica de la Casa de las Américas, en una interrogante que lleva en sí misma la afirmación certera de que esa necesidad sigue presente en la Cuba actual.

La autora de libros como Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad y Cepos de la memoria, sitúa su análisis en el contexto de la cultura y sus desafíos. «La sociedad es una, con un imaginario y una mirada muy racializados, que sigue catalogando físicamente a las personas en términos raciales y asociando atributos, oportunidades, posibilidades y comportamientos al color de la piel», señala a SEMlac la también miembro del comité cubano de la Ruta del esclavo.

«No podemos dejar de pensarnos desde la racialidad porque es la única manera que tenemos de confrontar esos modelos culturales que se expresan en todos los ámbitos de la actividad humana, incluyendo la política. El análisis no puede ser entonces segmentado, olvidándonos de una cultura que ha gestado y desarrollado este tema hasta aquí», razona.

A desmontar el fenómeno de la discriminación racial convocó el panel «La cuestión racial en la Cuba actual», en el espacio Balcón Latinoamericano que organiza mensualmente el Programa de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO)-Cuba, espacio donde Romay Guerra llamó a «despojarse del romanticismo en los análisis».

Visibilizar la discriminación racial desde espacios de debate, participación y políticas es uno de los mayores retos en la actualidad, coincidieron las ponentes. Romay Guerra reconoce que la Revolución, con su declaración de la erradicación del racismo y sus programas y políticas sociales, cambió de modo radical la vida de las personas negras en Cuba. Sin embargo, lo que para abuelos y padres fueron conquistas, se percibe como derechos para las nuevas generaciones. «Todo eso se había quedado en el desván, en una sociedad que culturalmente nunca ha resuelto los conflictos implícitos en su constitución», afirma Romay Guerra.

En su criterio, las manifestaciones de racismo hoy son esencialmente las mismas de antes.

«Las expresiones de inferiorización y de discriminación van mutando y adaptándose a las maneras de funcionar de la sociedad donde tienen lugar. Pueden cambiar nombres, argumentos, respuestas y justificaciones, pero si se analiza una situación concreta, te das cuenta de que la esencia es la misma de la sociedad colonial y la capitalista que siguió reproduciendo todos esos prejuicios y comportamientos culturales», asevera la escritora a SEMlac.

Para Rosa Campoalegre, del Centro de Investigaciones Psicológicos y Sociológicas (CIPS), hay que partir de un desafío epistémico hoy todavía pendiente, que se remonta al siglo XIX.

«No ha sido resuelta la idea de que hay racistas en Cuba, tampoco el papel que juegan las relaciones raciales y los procesos de racialización en el desarrollo de la sociedad en cada etapa», considera la especialista.

De acuerdo con la investigadora, ello ocurre en un contexto de América Latina y el Caribe abocado a colocar la demanda afrodescendiente en la agenda política regional, articularla con las agendas nacionales y locales, poner a dialogar los estudios sobre esta población con las instituciones y luchar contra la normalización de los discursos racistas.

«Estamos ante la reconfiguración del movimiento y del activismo afrolatinoamericano y afrocaribeño», precisó Campoalegre, quien convocó a mirar más allá del Decenio Internacional de las personas Afrodescendientes, fijado por Naciones Unidas de 2015 a 2024, bajo el lema «Afrodescendientes, reconocimiento, justicia y desarrollo».

En el caso cubano, indica que el conflicto pasa por la invisibilidad y politización del tema, que tiene detrás los mitos de la unidad y cómo se afecta o no; de la igualdad, la participación y la ausencia de políticas de reconocimiento a determinados grupos.

En su criterio, convivimos con el eufemismo de la erradicación del racismo y el conflicto entre lo estatal, lo político y lo institucional, junto a la falta de cobertura jurídica para el accionar de las organizaciones afrodescendientes y pocos espacios, incluso legislativos, para lograr cobertura jurídica e institucionalización. Sin embargo, entre las transformaciones que se aprecian en el contexto cubano, remarca la ampliación del activismo en el país.

«El principal escenario del activismo afro fue siempre el cultural, y lo sigue siendo, pero cada vez más desde las academias, la sociedad y las ONG se abren nuevos escenarios y actores, al tiempo que crece la conexión entre el movimiento nacional y el activismo regional e internacional», dice.

Para la profesora de Sociología Yulexis Almeida Junco, el fenómeno de la discriminación racial se complejiza al considerar variables como el género.

«Esto permite develar brechas que persisten en determinados grupos poblacionales y se convierte también en una poderosa herramienta de diagnóstico para visibilizar a personas que se encuentran en el cruce de varias discriminaciones», argumenta.

Una investigación suya de 2009 en el barrio habanero La Timba evidenció que la percepción sobre los hombres negros era más negativa que respecto a las mujeres, debido a concepciones tradicionales de género que atribuyen a los hombres conductas más distantes de las normas aceptadas socialmente, ratifica la socióloga.

El estudio exploró además la actitud de personas blancas que se declaran no racistas, pero no aceptan tener un yerno, una nuera o un jefe negro, entre otros resultados como el rechazo a hacer negocios con hombres negros, o a que en el barrio vivieran más personas negras, apunta la especialista.

En tanto, investigaciones recientes revelan desventajas de oportunidades para que jóvenes de piel negra logren una mejor preparación con vistas al acceso a la educación superior, agrega Almeida Junco.

Según el último censo de Población y Viviendas de 2012, la población negra en Cuba alcanza 9,3 por ciento. La entrada de este grupo a la Universidad no se corresponde con esa proporción, ni con la de población negra entre 18 y 24 años, en las cuales se accede a la educación superior, puntualiza la investigadora. En contraste con este escenario de enseñanza feminizada y fundamentalmente de mujeres blancas, otras vías de acceso, como los cursos por encuentros, muestran mayor presencia de negros y mestizos.

«Sin embargo, aunque logran la entrada, no sucede igual con la permanencia. A medida que se avanza en los niveles de estudio se va blanqueando la composición de las aulas universitarias», dice.

La socióloga reflexionó sobre quiénes acceden a este nivel de enseñanza, ya sean blancos, negros, mujeres u hombres. «Están entrando los hijos de profesionales y aparecen los cuentapropistas -pero fundamentalmente en la población blanca-, lo que obedece a las oportunidades para lograr una mejor preparación», subraya.

A la necesidad de investigar estos problemas en los diferentes contextos sociales, territoriales y a medir esas brechas sociales estuvieron dirigidas las propuestas esbozadas desde el auditorio.

La investigadora y activista Gisela Arandia consideró que la discriminación es un fenómeno general, que corresponde a la matriz de dominación histórica, como el colonialismo y el capitalismo, y si no está enganchada a una interseccionalidad y no tiene un discurso político como corresponde, persiste en el tiempo. No atender estos asuntos llevaría a la enajenación y la indiferencia social, indica Romay Guerra a SEMlac.

«Tenemos que entender la unidad como una construcción que tiene aportes, compromisos y renuncias. No se puede decretar la unidad como no se puede decretar el silencio social en torno a un tema, y menos en un contexto donde la gente está mucho más entrenada cultural y políticamente para discernir hasta dónde ha podido llegar la justicia social de esta Revolución y lo que aún aspiramos alcanzar», sostuvo.