Una instantánea de la situación política días antes de las elecciones de medio término en los Estados Unidos.
La polarización social de los últimos dos años ha impactado en ambos partidos. Mientras que en la contienda de 2016 hubo republicanos se que mostraron reacios a apoyar a Donald Trump, temerosos de que él pudiera dañar al Partido Republicano más de lo que lo podría ayudar, en este ciclo electoral la mayoría de los candidatos del partido se han quedado detrás de su liderazgo. La victoria de Trump en 2016 ha redefinido las estrategias electorales.
Mientras que en elecciones anteriores se podía ver un intento más claro de convencer a los indecisos, o de ganar los votos de los que estaban en el centro, la estrategia del Partido Republicano ahora parece haber cambiado en gran medida para tratar de consolidar la base conservadora.
Para este propósito, la política y la retórica de Trump han sido más que útiles: los recortes masivos de impuestos para los ricos a fines de 2017, su retórica nacionalista, la confirmación de Brett Kavanaugh para la Corte Suprema y, más recientemente, su denigración de la Caravana Migrante, los planes filtrados para borrar la identidad transgénero y su ataque planeado contra el derecho ciudadanía por nacimiento.
Tiene sentido: la base republicana es desproporcionadamente blanca, masculina y sin educación universitaria. Si bien esta estrategia tiene un techo claro (en términos de llegar a nuevos votantes), las elecciones de los Estados Unidos se deciden no solo por el porcentaje de la población que elige a un candidato sobre el otro, sino también por la concurrencia de los bloques de votantes contendientes. Trump ha demostrado que puede sacar los votos, y eso es todo lo que ahora importa para el Partido Republicano.
La catastrófica derrota del Partido Demócrata en las elecciones de 2016 señaló la mayor incapacidad de los demócratas de la Tercera Vía para llevar a su propia base para las urnas, y abrió una crisis de liderazgo en el partido, dejando espacio para nuevas expresiones. Mucho se ha escrito sobre la nueva generación de autodeclarados progresistas y socialistas que intentan arrebatar el control del Partido Demócrata a los demócratas «del establishment», o al menos crear un espacio para ellos mismos dentro del partido.
Los nombres Alexandria Ocasio-Cortez, Ayanna Pressley, Rashida Tlaib y Julia Salazar son sólo algunos de ellos. Y como es evidente en estos ejemplos, las mujeres están desempeñando un papel destacado en este esfuerzo. Sin embargo, el aparato del partido permanece bajo el estricto control de líderes del partido experimentados y moderados tales como Nancy Pelosi, Chuck Schumer, Tom Perez.
Un leve terror rojo
No está claro dónde está la frontera entre socialistas y progresistas entre los demócratas, o incluso entre socialistas y liberales como Elizabeth Warren. En total, un número considerable de candidatos del Partido Demócrata han tomado demandas clave promovidas por el ala progresista: Medicare para todos, un salario mínimo de 15 dólares y una reforma de la justicia penal (la cual incluye legalizar la marihuana y eliminar la fianza en efectivo).
Es revelador que Hillary Clinton no levantó ninguna de estas demandas en la campaña de 2016. Los demócratas han descubierto que hablar sobre temas de la clase trabajadora puede darles los votos que necesitan. En todo caso, la aparición de esta nueva capa de socialistas y progresistas compitiendo en las primarias demócrata ha dado nueva vida al partido.
Al mismo tiempo, la aparición de esta ala de izquierda ha hecho que algunos demócratas se sientan incómodos. La observación de Nancy Pelosi de que «el socialismo no está avanzando en el Partido Demócrata» ya es bien conocida. Pero hay expresiones más extrañas de esta reacción dentro del partido. Por ejemplo, Joe Donnelly, candidato al Senado por Indiana, aparece en una publicidad de campaña cortando leña, criticando a los «liberales» y haciendo alarde de cómo «rompe» con su propio partido. «Me separé de mi partido para apoyar el muro fronterizo de Trump… Voté para extender los recortes de impuestos de Bush», afirma.
El problema que enfrentan los demócratas en los distritos conservadores no es ningún secreto para el Partido Republicano: la Casa Blanca intentó jugar la carta «socialista» contra los demócratas hace unos días. El informe «Los costos de oportunidad del socialismo», escrito por el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, es un intento tramposo que busca amedrentar a los votantes demócratas potenciales al equiparar a la URSS y la China comunista con los países socialdemócratas nórdicos y, en resumen, con cualquiera que se llame a sí mismo socialista. Basado en datos dudosos, seleccionados y elaborados con métodos sesgados sin escrúpulos, el informe no resiste un examen detallado. Su objetivo es, sin duda, asociar el ala izquierda del Partido Demócrata con los soviéticos, los comunistas cubanos y otros enemigos estadounidenses durante la Guerra Fría.
Sacudidas en el tramo final
En las últimas dos semanas de la campaña, algunos acontecimientos políticos han sacudido la campaña. El apoyo al Partido Republicano por parte de César Sayoc, detenido por el envío de paquetes bombas causó revuelo por ser un fiel exponente del nacionalismo fanático, la intolerancia y el racismo. La masacre en la sinagoga de Pittsburgh también perjudicó a Trump y al Partido Republicano por dos motivos: por un lado, el tiroteo en sí ha sido atribuido a la retórica incendiaria de Trump y su «política del odio»; por otro lado, reabrió el debate sobre el control de armas, en el que los republicanos sólo pueden perder.
Pero Trump y los republicanos han intentado llamar la atención sobre otro acontecimiento que les queda como un guante: la retórica antiinmigrante contra la caravana de inmigrantes les ayuda a consolidar la base del Partido Republicano. Al mismo tiempo, los demócratas se han mantenido visiblemente silenciosos al respecto, tratando de caminar por una línea delgada entre perder a los votantes más conservadores (si fueran a pronunciar palabras de bienvenida para los refugiados) y perder el voto latino (si salen con un claro mensaje contra la caravana). Si a esto le agregamos el hecho de que la caravana se originó en Honduras, el mismo país donde un golpe militar respaldado por Barack Obama derrocó al presidente democraticamente electo Manuel Zelaya en 2009, tenemos una imagen completa del pragmatismo frío que guía las decisiones en el Partido Demócrata. Hasta ahora, no ha habido una sola voz entre los demócratas progresistas y los autoproclamados socialistas que hablen a favor de admitir a la Caravana Migrante en Estados Unidos.
El retorno de los Demócratas
Todos los pronósticos anticipan que los demócratas volverán a tomar la Cámara de Representantes (Diputados), mientras que los republicanos mantendrán el control del Senado. Los analistas acuerdan en que hay más de 100 distritos con resultado abierto, la mayoría de ellos para escaños ocupados por los republicanos. Los demócratas necesitan ganar solo 23 para conseguir una mayoría en la cámara, y es muy poco probable que no lo hagan. Luego de dos años de una presidencia que ha visto un número sin precedentes de grandes protestas y movilizaciones, un cambio radical en la Cámara no debería sorprender a nadie.
Aunque las posibilidades en el Senado son escasas, no se puede descartar una toma de control gracias a la alta participación de los votantes primerizos y las comunidades de color enfurecidas por las políticas de Trump, pero es realmente una posibilidad muy remota. El 6 de noviembre, el Partido Demócrata será catapultado para recuperar el control de la Cámara de Diputados, solo para olvidar los aspectos más audaces de su plataforma, o echar la culpar del fracaso por lograrlos sobre el partido republicano, el «policía malo» en el consenso bipartidista.
Este artículo fue publicado originalmente en Left Voice, la edición estadounidense de la red internacional de la Izquierda Diario.
Traducción: La Izquierda Diario México.