Rodríguez Zapatero ha dado un brusco giro a la política tradicional española en relación al Sáhara Occidental y ha pasado a alinearse de hecho -aunque no lo proclame en estos términos- con las posiciones marroquíes. O con las posiciones pro marroquíes de Francia, que viene a ser lo mismo. El presidente del Gobierno español sostiene […]
Rodríguez Zapatero ha dado un brusco giro a la política tradicional española en relación al Sáhara Occidental y ha pasado a alinearse de hecho -aunque no lo proclame en estos términos- con las posiciones marroquíes. O con las posiciones pro marroquíes de Francia, que viene a ser lo mismo. El presidente del Gobierno español sostiene ahora que no hace falta que se celebre ningún referéndum de autodeterminación, lo que, dicho sin tapujos, significa que acepta la anexión marroquí del Sahara como un hecho consumado.
El ministro de Exteriores, Miguel Angel Moratinos, ha justificado ese viraje alegando que la celebración de un referéndum de autodeterminación en el Sahara provocaría una fuerte crisis en todo el Magreb.
Se me ocurren un par de objeciones. La primera, y bastante elemental, es que él no puede saber qué provocaría ese referéndum porque, para que se pudiera realizar, habrían de producirse algunos cambios de importancia en la zona. En particular, la ONU debería tomar en sus manos el control del proceso. Sólo a la vista de la situación surgida con esos cambios cabría evaluar qué peligros corre el Magreb, y en qué medida los corre.
La segunda objeción es de superior peso, porque es de principios: que un objetivo resulte inviable a corto plazo no es excusa para abandonarlo, si el objetivo es justo. ¿Acaso está al alcance de la mano la paz entre israelíes y palestinos? Si las reivindicaciones soberanistas del pueblo saharaui ponen en peligro el equilibrio del Magreb es, pura y exclusivamente, porque el Reino de Marruecos ha decidido quedarse con la ex colonia española en virtud del derecho de conquista, digan lo que digan las leyes internacionales y las resoluciones de las Naciones Unidas. Pone su soberbia por delante. Inclinarse ante ella sería -además de un pésimo precedente para la propia España, que dista de estar a salvo de conflictos con la monarquía alauita- un desastroso reconocimiento de la preeminencia de las armas sobre el Derecho.
Rodríguez Zapatero ve bien las posiciones del Gobierno francés en relación al Sahara y quiere que Francia participe en la resolución del conflicto. Hace como que no ve que París respalda incondicionalmente la posición de son ami le Roi porque no tiene más interés en el Sahara que el que pueda derivarse de la explotación de sus recursos. El Gobierno de Madrid, que también en ese juego de la explotación lleva las de perder, ha de responder de otros compromisos históricos. En particular, debe estar a la altura de las obligaciones derivadas del modo vergonzoso en que el Estado español capituló ante la Marcha Verde.
Y si Zapatero y Moratinos no quieren verlo, quizá debamos ir viendo el modo de hacérselo ver desde la calle, gritándolo tan alto como haga falta. Porque somos muchos los que estamos de corazón con el pueblo saharaui.
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