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El incendio de las sierras de Huelva y Sevilla: una catástrofe ecológica y humana que no se debe tratar de minimizar

Fuentes: Rebelión

Chaves el prometedor burlón El sábado 31 de julio estuve recorriendo con unos amigos el término municipal de Berrocal, el municipio más castigado, junto con el de El Madroño, por el infierno de ceniza en el que se habían transformado unas treinta mil hectáreas de monte que, apenas unos días antes, constituían, plantaciones de eucalipto […]

Chaves el prometedor burlón

El sábado 31 de julio estuve recorriendo con unos amigos el término municipal de Berrocal, el municipio más castigado, junto con el de El Madroño, por el infierno de ceniza en el que se habían transformado unas treinta mil hectáreas de monte que, apenas unos días antes, constituían, plantaciones de eucalipto aparte, una auténtica joya de la naturaleza y que suponían el medio de vida de unos cuantos de miles de personas en las sierras de Huelva y Sevilla.

Con la congoja, el sudor, el polvo, el calor y la ceniza como únicos acompañantes que nos resecaban la boca y el espíritu, sí es que existe algo a lo que se le pueda dar ese nombre, a la una y media de la tarde, cuando nos disponíamos a hacer una nueva parada en aquel sobrevenido desierto, nos sorprendieron de manera ingrata las palabras del Presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, en una emisora de radio. Venía a decir algo así como que aquello no se podía considerar una catástrofe ecológica, ya que había grandes posibilidades de regeneración de aquellos montes calcinados.

Entonces pensé que Chaves, que sólo unas horas antes había acudido a Berrocal acompañado por toda la plana mayor del Partido Socialista (menos por Zapatero que tal vez estaba a sus zapatos) para hacer alarde del puedo prometer y prometo, sólo fue a Berrocal a hacerse la típica foto de políticos y que en ningún caso recorrió ni un solo metro de aquel paisaje dantesco por el que, perplejos, deambulábamos en aquellos momentos, y por el que, para volver a tener el aspecto y riqueza anteriores al incendio, deberán pasar como mínimo cien años o más . Y lo imaginé con grandes orejas de burro y las orejeras puestas, para perder la perspectiva y el contacto con la realidad, dirigiéndose a la plaza del pueblo junto con la Ministra Narbona y la Consejera Coves, también con sus orejeras y con sus alforjas de promesas que se lleva el viento. Y me dolieron aún más aquellos fantasmas de alcornoques. Si Chaves no estuviera hace tiempo cegado por vomitivos intereses partidarios no podría haber dicho tamaña barbaridad sin que al menos le temblase la voz. Pero su voz era firme y ni siquiera tuvo uno de esos instantes de dislexia a los que nos tiene tan acostumbrados a los andaluces.

Más tarde pensé que si aquello no era una catástrofe ecológica casi nada podría ser considerado como tal. Pero después me percaté de que en parte Chaves tenía razón: aquello no era una catástrofe ecológica, sino una CATÁSTROFE con mayúsculas, ecológica pero sobre todo humana. Humana por las muchas personas que han perdido para siempre sus medios de vida, y humana por esas mismas personas defraudadas por la falta de sensibilidad y la desvergüenza política. Una desvergüenza que lleva a decir a los gobernantes andaluces, socialistas se hacen llamar no se por qué, que no hay motivos para declarar zona catastrófica a los municipios afectados. Claro, como Zapatero ya está sus zapatos. Otra cosa sería si fuese Rajoy el que estuviese pegando suelas en Madrid. Ese es el único patético juego al que juegan los socialistas andaluces creyendo que están haciendo política de altura. Pero más parecen delincuentes barriobajeros. Cínicos, mentirosos y pusilánimes cuando se trata de enfrentarse a su partido en Madrid para defender los intereses de los ciudadanos andaluces.

Los montes públicos eran una pira

Después he leído que la Junta de Andalucía va a eximir a los propietarios particulares de pagar la tasa de extinción de incendios a la que obligan las leyes forestales.

Esto me ha hecho recordar de inmediato lo que me contaron en Berrocal: los montes de titularidad pública del área estaban hechos un autentico asco; carentes de una mínima gestión y atención, hacía años que no se limpiaban y la maleza y el matorral eran una enorme pira, una bomba de relojería que tarde o temprano tendría que estallar. Por lo tanto, sería ya el colmo de la burla y la desvergüenza pretender cobrar la tasa a los particulares y no poner medidas para castigar con dureza ejemplarizante a los responsables del abandono de los montes públicos. Pero éstos casi siempre se van de rositas.

Tarde o temprano le cargarán todo el mochuelo al cretino o al pirómano que, por quemar plásticos indebidamente o por una morbosa afición al fuego, ha prendido la mecha que ha hecho estallar esta bomba descomunal. Y le caerán quince o veinte merecidos años. Y todos nos quedaremos más tranquilos. Pero la dinamita la han ido colocado poco a poco otros que nunca asumirán su responsabilidad en esta catástrofe que dicen que no lo es.

Esa peligrosa alimaña llamada eucalipto

Los eucaliptos en nuestros montes son como las ratas, dañinas alimañas que lo infectan todo y que, cuando todo desaparece, permanecen incombustibles. En mi ennegrecido periplo de aquella triste mañana lo pude comprobar: contemple alcornoques, totalmente calcinados, rodeados de eucaliptos prestos a reverdecer.

Y me contaron varias habitantes de esos pueblos castigados con saña por el fuego como habían visto que de los eucaliptos arrancaba el viento autenticas antorchas en llamas que a modo de cohetes volaban haciendo espirales para prender nuevos focos de fuego hasta quinientos metros por delante del frente del incendio.

Y me contaron también que tras un incendio, no tan virulento, que se produjo en el año 1991, la Empresa Nacional de Celulosas, compró las tierras de muchos particulares a los que, como hoy, el fuego dejó sin más futuro que esa venta. Y extendió el territorio gobernado por esta alimaña.

Al igual que extiende su feudo por muchas hectáreas de monte público que, en régimen de concesión, explota ENCE en la zona, aterrazando el monte de forma salvaje con pesadas maquinarias que destruyen el perfil de un frágil suelo que ha tardado siglos y hasta milenios en formarse y arrasando cualquier vestigio de matorral y de monte mediterráneo. Auténticas ratas del reino vegetal.

Temor a las lluvias

Una de las cosas que más temen en este momento los habitantes de los municipios afectados es que se produzca un otoño lluvioso. Unas lluvias torrenciales que arrastren el suelo fértil desprotegido tras el fuego y hagan aún más difícil y lenta la regeneración de estos montes que ninguno de los que tienen este temor volverán jamás a volver a ver tal y como eran hace unos días.

Y ya se sabe, como las desgracias nunca vienen solas, el otoño probablemente será lluvioso. Tal vez por eso, una de las tareas prioritarias a emprender sea poner en marcha actuaciones dirigidas a evitar en la medida de lo posible esa pérdida de suelo, mallando el terreno allí donde se pueda y construyendo presas de sedimentos. Será una labor ímproba pero necesaria.

A río revuelto.

Ya muchos se deben estar frotando las manos, los negociantes de las desgracias ajenas ya estarán prestos a desplegar sus demoníacas negras alas sobre la comarca para rentabilizar en su provecho cada gramo de ceniza.

No sólo los domadores de ratas, también las grandes empresas de la reforestación salvaje. Es preciso evitar que de este negro río revuelto saquen tajada esos carroñeros de traje, corbata y cuello blanco. Las pocas ganancias que puedan salir de este mar de cenizas deben ser para los habitantes de El Madroño, de Las Delgadas, de Berrocal, de Las Minas de Río Tinto.

Deben ser ellos los que acometan las tareas de reforestación, a mano y tratando de evitar, salvo excepciones debidamente motivadas, esas pesadas maquinarias que tanto gustan a los políticos y, sobre todo, a las grandes empresas reforestadoras. Unas tareas para las que habrá que concentrar recursos públicos en el área durante décadas.

De este modo y mediante otras ayudas es obligado ofrecer una alternativa a aquellos que se han quedado sin su modo de vida para siempre. Para que no se vean obligados a vender al mejor postor las tierras que han sido transmitidas durante siglos de generación en generación y puedan legarlas algún día, reverdecidas, a sus nietos, pues a sus hijos durante mucho tiempo sólo les quedará ceniza.

Y habrá que reforestar con mimo, estudiando palmo a palmo de monte de que modo es preciso hacerlo o donde no es preciso actuar porque el monte pude regenerarse de modo natural. Lo he comprobado viendo las zonas incendiadas en Berrocal en el año 1991. Tras trece años, hay zonas prácticamente desnudas, con sólo un incipiente matorral, pero otras, aquellas donde el alcornocal no resulto muy afectado, se han regenerado casi plenamente recuperando su anterior aspecto, variedad vegetal y riqueza ecológica. Aunque lo cierto es que zonas con estas posibilidades he visto pocas en mi visita a este infierno.

Aunque en esta visita también hubo un momento para la esperanza cuando entre el negro océano de ceniza pudimos ver dos ciervos unos instantes hasta que desaparecieron corriendo al percatarse de nuestra presencia.

Para que esos ciervos puedan seguir corriendo por los montes de Berrocal, habrá también que expulsar a las ratas, al menos de los montes públicos, y dedicar éstos a tareas y aprovechamientos forestales sostenibles enfocados a una economía social que de trabajo a los habitantes de estos municipios calcinados.

Y habrá que ayudar a los pequeños propietarios de cenizas, es preciso incidir en este aspecto, para que no se vean obligados a vender sus tierras a los criadores de alimañas. Y habrá que impedir del modo que sea que allí donde había un alcornoque una nueva alimaña sitúe sus venenosas raíces.

Y todo esas tareas y actuaciones necesarias deberán partir de iniciativas del Gobierno presidido por Chaves el Burlón. Que se vea obligado a quitarse el traje de payaso para ponerse el de faena dependerá sólo de que los habitantes de los municipios afectados, en lugar de querer arrimar el ascua a su sardina ahora que se empezará a hablar de ayudas que, en este caso siempre resultarán escasas, permanezcan unidos como lo hicieron durante los días que duró el incendio y obliguen a los servidores públicos a actuar como tales y a garantizarles un futuro digno.

Ya se ha creado una plataforma ciudadana con esta filosofía. Y parece que ha comenzado a dar sus frutos de modo que la actuación del gobierno andaluz, gracias al impulso, presión y reclamaciones de esa unión ciudadana, no se va a quedar sólo en la foto de Berrocal y en el puedo prometer y prometo. Ya han aparecido los primeros síntomas. Pero la enfermedad de los montes quemados va a ser larga y bueno será que esa unión de los afectados continúe durante todo ese tiempo exigiendo las terapias necesarias para propiciar la recuperación no sólo, ecológica, sino también socioeconómica y humana que requiere esta catástrofe sin parangón en la historia reciente de Andalucía.