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EE.UU.: Esclavos ocultos y otras intimidades

Fuentes: Cubadebate

En su demagógico discurso pronunciado el 21 de septiembre durante la apertura de la 59na. Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente George W. Bush afirmó refiriéndose a los Estados Unidos: «Ningún otro sistema de gobierno ha hecho más para proteger a las personas que pertenecen a grupos minoritarios, para proteger los derechos laborales, […]

En su demagógico discurso pronunciado el 21 de septiembre durante la apertura de la 59na. Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente George W. Bush afirmó refiriéndose a los Estados Unidos: «Ningún otro sistema de gobierno ha hecho más para proteger a las personas que pertenecen a grupos minoritarios, para proteger los derechos laborales, para mejorar la situación de la mujer …»

Sólo dos días después de tan sublime exaltación de la democracia americana, un reporte publicado por el Centro de Derechos Humanos de la Universidad de California, en Berkeley, y por el grupo no lucrativo Liberen a los Esclavos, con sede en Washington, puso en entredicho, una vez más, la ya bastante discutida honestidad del actual inquilino de la Casa Blanca. Según el informe titulado «Esclavos ocultos: El trabajo forzado en Estados Unidos», en ese país existen alrededor de 10 mil personas que son obligadas a trabajar en contra de su voluntad y bajo amenaza de violencia.

Como era de esperarse, las víctimas de ese tipo de protección a los derechos laborales forman parte de minorías de inmigrantes provenientes de unos 38 países, entre los que se destacan China, México y Vietnam. El reporte asegura además que ese sui géneris ejercicio de libertad, ocurre en por lo menos 90 ciudades de Estados Unidos, la mayoría de los casos en aquellos estados donde existe una gran concentración de inmigrantes como Nueva York, Texas, California y Florida.

Pero eso no es todo, los autores del informe señalan que cerca de un tercio son trabajadores domésticos, uno de cada diez trabaja en la agricultura y que casi la mitad de los esclavos norteamericanos es obligado a participar en la prostitución o la industria del sexo. Por tal motivo el periódico La Opinión, de donde fueron tomados estos datos, destaca el caso de Lakireddy Bali Reddy, «un rentero y propietario de restaurante de Berkeley que fue sentenciado a más de ocho años de prisión federal en el 2001 por traer de contrabando a niñas de la India para hacerlas trabajar en actividades sexuales y como mano de obra barata. Reddy comenzó a ser investigado en 1999 después que una joven de 19 años murió por envenenamiento de monóxido de carbono en un departamento de Berkeley del que él era propietario».

No faltará quien piense que debe haber algún error en todo esto. ¿Prostitución esclava en Estados Unidos, el país que usa el tema para orquestar campañas de difamación contra países como Cuba y Venezuela? Si mal no recuerdo el pasado julio en Miami, el presidente Bush afirmó que no consentiría la prostitución ni el tráfico de personas en ese problema llamado Cuba que existe a tan solo 90 millas de sus costas.

En realidad, la moralista cruzada de Bush ganaría mucho en credibilidad si empezara a ocuparse del asunto, no ya por el idílico país que él dirige, sino por su propia familia. En el libro recién publicado La familia. La verdadera historia de la dinastía Bush, de Kitty Kelley, una ex cuñada del presidente, develó la costumbre de su marido de requerir los servicios de prostitutas durante sus viajes a Asia, la enfermedad de transmisión sexual que contrajo, las relaciones extramatrimoniales de Jeb Bush, y el consumo de drogas de sus otros cuñados.

Específicamente sobre George W. dijo: «Marvin y él esnifaron coca en Camp David cuando su padre era presidente y no sólo una vez. Es una familia de alcohólicos, drogadictos e incluso esquizofrénicos».

Un último detalle. Durante su comparecencia en la apertura de la 59na. Asamblea General de las Naciones Unidas las Naciones Unidas, Bush parecía estar sobrio y por lo menos, hasta ahora, ningún mal intencionado periodista ha especulado que, mientras leía la sarta de mentiras que conformaban su discurso, el presidente pudiera estar bajo los efectos de algún medicamento.