Pese a que un gran número de personas se está inscribiendo para ejercer el sufragio en las elecciones del próximo 2 de noviembre en Estados Unidos, sus votos carecerán de validez para elegir directamente al gobernante de la nación. Y es que el sistema político estadounidense está diseñado de forma tal que el ciudadano común […]
Pese a que un gran número de personas se está inscribiendo para ejercer el sufragio en las elecciones del próximo 2 de noviembre en Estados Unidos, sus votos carecerán de validez para elegir directamente al gobernante de la nación.
Y es que el sistema político estadounidense está diseñado de forma tal que el ciudadano común no tiene en sus manos la potestad de designar al mandatario.
Ello sólo es prerrogativa de los colegios electorales, una reliquia constitucional del siglo XVIII, muy bien aprovechada en función de los intereses del gran capital.
El concepto Colegio Electoral abarca a un grupo de «electores» que son nominados por activistas políticos y miembros de los partidos en los estados.
Durante los comicios, esos electores, leales a uno u otro candidato, son elegidos por voto popular. En diciembre, después de la votación presidencial, los electores se reúnen en las capitales de sus respectivos estados y emiten sus sufragios para presidente y vicepresidente.
El sistema de colegio electoral fue establecido en el Artículo II, Sección I de la Constitución de los Estados Unidos, y no por ello ha dejado de ser tema de fuertes controversias.
Así ocurrió en los comicios del año 2000, cuando el presidente George W. Bush se llevó una oscura victoria gracias a los vericuetos de ese mecanismo electoral.
Sin tener a su favor la mayoría del voto popular en toda la nación, una maniobra republicana en Florida le dio la victoria al entonces candidato republicano, quien por una turbia diferencia de 537 votos, ganó el estado, y junto con él la Casa Blanca.
En los 50 estados y el Distrito de Columbia, los votantes registrados depositan sus papeletas para presidente y vicepresidente, el martes siguiente al primer lunes de noviembre, en el año de la elección presidencial.
Quiere decir que si el primero de noviembre cae martes, entonces ese día no podrá ser el encuentro en las urnas y habrá que esperar al próximo martes.
Este, sin embargo, no es un día de asueto, el estadounidense está obligado a cumplir con su jornada laboral, y sólo puede acudir a votar si es autorizado por su patrón a desatender el puesto de trabajo.
Y es en este sentido donde también entran a jugar los intereses políticos. Los ejecutivos de empresas son más proclives a liberar a sus empleados cuando existen coincidencias en las simpatías hacia uno de los candidatos.
El aspirante que gana el voto popular en un estado debe recibir la totalidad de las boletas electorales de dicho territorio.
El número de electores de un estado es igual al número de senadores y representantes del mismo. El Distrito de Columbia, el cual no tiene escaños en el Congreso, cuenta con tres votos electorales.
Los electores se reúnen y votan oficialmente por el presidente y el vicepresidente, el lunes siguiente al segundo miércoles de diciembre, en el año de la elección presidencial.
Se requiere una mayoría de votos para que un candidato sea elegido. En virtud de que hay 538 electores, es necesario reunir un mínimo de 270 para ganar la Oficina Oval.
Si ningún aspirante a la presidencia obtiene la mayoría de los votos electorales, la Cámara de Representantes debe determinar quién es el ganador entre los tres candidatos que hayan obtenido más votos en el colegio electoral.
Con ese fin, los miembros de la Cámara votan por estados y la delegación de cada territorio deposita un voto.
Si ningún candidato a la vicepresidencia obtiene la mayoría de los votos electorales, el Senado tiene que determinar al ganador entre los dos que hayan obtenido más votos en el colegio electoral.
El presidente y el vicepresidente prestan juramento y asumen sus cargos el 20 de enero siguiente a la fecha de la elección.
En el espectáculo electoral de Estados Unidos, además de los candidatos, hay otros grandes actores: los partidos políticos, y en especial, el republicano y el demócrata, dado el esquema bipartidista en el que se sustenta el ó establishment ó .
De acuerdo con John F. Bibby, profesor emérito de la Universidad de Wisconsin, Milwaukee, a pesar de la presencia histórica de ambos partidos en las contiendas electorales, cada día es más evidente en la cultura cívica nacional la desconfianza hacia esas agrupaciones.
ó La adopción del sistema de primarias presidenciales, que han llegado a ser el factor determinante para el nombramiento de candidatos a la presidencia, son testimonios del sentimiento del público en contra de los partidos ó , estima Bibby.
En opinión del académico, los estadounidenses se sienten incómodos cuando los dirigentes de sus organizaciones partidistas ejercen mucho poder sobre el gobierno.
Según lo demuestran una y otra vez las encuestas de opinión, gran parte del electorado cree que los partidos en Estados Unidos hacen más para confundir las cosas que para aclararlas y sería mejor que en las papeletas electorales no se hiciera alusión a ellos.
En los comicios del año 2000, sólo el 54 por ciento de las personas inscritas acudió a las urnas, lo cual es muestra de la apatía política imperante en el país.
No obstante, en opinión de algunos analistas, se espera que en las elecciones del próximo 2 de noviembre la cifra de votantes sea mayor, incluso vaticinan que podría superar el 58 por ciento que ejerció el sufragio en 1992, cuando ganó la presidencia el demócrata William Clinton.
El incremento de nuevos votantes al parecer tendrá lugar en los estados donde tanto demócratas como republicanos han hecho campaña para estimular las inscripciones, entre estos Ohio y Florida.
Allí, quizás un nuevo grupo de estadounidenses albergue la fantasía de que su voto será decisivo en la elección presidencial.