El pasado 28 de enero se cumplieron ciento cincuenta y dos años del natalicio de José Martí cuya vida entera estuvo dedicada a la causa de la emancipación de la Isla del poder colonial de España. Con una visión insólita para su tiempo intuyó que el poder imperial de los Estados Unidos sería el principal […]
El pasado 28 de enero se cumplieron ciento cincuenta y dos años del natalicio de José Martí cuya vida entera estuvo dedicada a la causa de la emancipación de la Isla del poder colonial de España. Con una visión insólita para su tiempo intuyó que el poder imperial de los Estados Unidos sería el principal enemigo del desarrollo de la América Latina, de los hermanos del sur, que tantas afrentas hemos soportado del coloso del norte.
Su notable obra literaria comprende su poesía: fue uno de los creadores e introductores del modernismo en la literatura hispanoamericana, y abarca también su vasta producción periodística. Su delicada sensibilidad patriótica, su ideario democrático, americanista, antirracista y antimperialista le otorgaron una especial hondura a su influencia en el pensamiento cubano y latinoamericano, influencia que se ha incrementado durante estos cien años. Martí, en Nuestra América, se quejaba de «…estos nacidos en América que se avergüenzan porque llevan delantal indio…» Y del «gusano de corbata maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la casaca de papel». Estaba definiendo muy claramente la necesidad de reafirmar la autoctonía como una de las fases de la separación del poder colonial. Ese era, para él, el papel social de la cultura en su tiempo. Debíamos consolidar primero nuestro propio rostro y proceder después a la ablación quirúrgica de nuestro cordón umbilical. Ese arraigo en el contexto, esa afirmación del legado, era la función de la cultura para Martí.
El siglo diecinueve es llamado el «Siglo de Oro» de la cultura cubana porque en él tiene lugar una revelación deslumbrante: la aparición, robustecimiento y arraigo de una identidad nacional, proceso en el cual tiene un papel muy importante la literatura. Aquella sociedad traumatizada por una guerra, abatida y corrupta fue el escenario de una recuperación de la conciencia nacional, de un esfuerzo supremo hacia la emancipación. La literatura de expresión nacional fue un acto de resistencia frente a las estructuras de poder.
El conflicto principal de la cultura cubana era el de esclavistas y esclavos: ese fue el principal intento expresivo de la novela. La narrativa cubana del diecinueve se propuso «retratar las costumbres». Los escritores cubanos predicaron la virtud donde se vivía con una moral elemental, sin mayores escrúpulos éticos. La lectura de las novelas antiesclavistas emocionaba a los burgueses pero ninguno pensaba en deshacerse de sus esclavos.
La más compleja tarea de Martí fue lograr la unidad de todas las facciones, de los fragmentos dispersos en que había quedado la emigración revolucionaria, después del fracaso del Zanjón, y con ellos lograr la fundación de un partido que sería el cauce de todos los esfuerzos.
Martí quería que todas las fuerzas sociales, incluyendo la cultura, se subordinasen a la tarea magna de conquistar la independencia. Martí aspiraba a que cada escritor fuese un combatiente, no toleraba los distanciamientos. Pretendía una literatura provechosa, constructiva, utilitaria que sirviese para aunar voluntades y no para disgregarlas.
«Las épocas de construcción, escribía Martí, en las que todos los hombres son pocos; las épocas amasadas con sangre y que pudieran volver a anegarse con ella, quieren algo más de la gente de honor que el chiste de corrillo y la literatura de café, empleo indigno de los talentos levantados. La gracia es de buena literatura, pero donde se vive sin decoro, hasta que se le conquiste, no tiene nadie el derecho de valerse de la gracia sino como arma para conquistarla. A Níobe no se le debe poner collar de cascabeles. A Cristo no se le puede poner en la mano una sonaja. La gacetilla no es digna del país que acaba de salir de la epopeya».
Poco antes de que concluyera el nuevo episodio que animara Martí, cuando el ejército español (el mayor que nunca pisara América: doscientos mil soldados y cincuenta generales), estaba prácticamente derrotado por las cargas al machete de los mambises rebeldes y los mosquitos portadores de la fiebre amarilla, Estados Unidos decidió intervenir.
Desde entonces inició una etapa de hegemonía política, apoderamiento de los recursos nacionales, anulación de los esfuerzos por una autonomía económica y reducción de la isla al status de protectorado sin nombre. Desde inicios del siglo diecinueve sucesivos gobiernos norteamericanos habían visto a la Isla como una reserva natural de la expansión territorial de Estados Unidos. Finalizando ese siglo lograron su ambición de implantarse en la isla. Martí ya no vio, afortunadamente para él, el descuartizamiento de su isla.
En la etapa inicial de la última guerra se lanzó personalmente en la conflagración que había reanimado, desembarcó precariamente en la isla, acudió al campo de batalla y murió cargando contra el enemigo. Su muerte en combate fue una rúbrica gloriosa a una vida excepcional.