Las críticas hechas en los últimos días a la venta de material militar español a Venezuela sólo pueden entenderse a la luz de una oposición aturdida e irritada, decidida a atacar al Gobierno dando palos de ciego, con tal de forzar al partido en el poder a dividir sus esfuerzos entre defenderse de unas constantes […]
Las críticas hechas en los últimos días a la venta de material militar español a Venezuela sólo pueden entenderse a la luz de una oposición aturdida e irritada, decidida a atacar al Gobierno dando palos de ciego, con tal de forzar al partido en el poder a dividir sus esfuerzos entre defenderse de unas constantes y mordaces invectivas y gobernar a los españoles, con lo que ambas cosas resultan perturbadas. Críticas a menudo mal dirigidas, por otra parte, como muestra el hecho de que inicialmente apuntaron a que dicha venta iba a desestabilizar las relaciones -siempre delicadas- entre Venezuela y Colombia, hasta que las palabras del presidente colombiano, que manifestó su aprobación al acuerdo hispano-venezolano, obligaron a cambiar el tono y a buscar otros objetivos.
En grandes titulares, los medios de comunicación adictos a la oposición resaltaron las «ventas de armamento español al presidente Chávez» (cuando no «coronel Chávez»), lo cual, unido a informes sobre filtraciones guerrilleras en la frontera con Colombia y al presunto apoyo del Gobierno de Caracas a algunos grupos rebeldes colombianos, contribuyó a crear una imagen falsa de lo sucedido y a desprestigiar la política exterior española, que pasó a ser el verdadero objetivo.
Nada más lejos de la realidad. España no está vendiendo armamento ofensivo a Venezuela, sino equipos militares de otra naturaleza: una decena de aviones -de transporte y patrulla marítima- y ocho buques ligeros de vigilancia naval. El Gobierno de Caracas ha iniciado un plan de renovación del material de defensa, lo que puede juzgarse desde puntos de vista muy distintos y legítimos. Un anterior ministro de Defensa venezolano manifestó que «aunque no se puede hablar de una carrera armamentista, no es el momento para ese gasto, cuando Venezuela padece el desastre causado por las lluvias», reprochando así un gasto militar que detrae fondos que podrían aplicarse a otras necesidades sociales.
Siendo eso cierto y fundada la crítica interna, mientras la política de los Estados se siga sirviendo de los ejércitos para alcanzar sus fines, podrá discutirse sobre la proporción adecuada de recursos para equipar a éstos, pero no cabe duda de que la diversificación de proveedores ayuda a que un país no dependa excesivamente de otro. Un general retirado venezolano argüía así: «Venezuela, como Perú, siempre diversificó sus fuentes de sistemas de armas, y así tenemos aviones estadounidenses, franceses y brasileños, fragatas italianas, submarinos alemanes, fusiles belgas, aviones y helicópteros estadounidenses, tanques franceses y piezas de artillería israelíes».
Si mal encaminados resultan los juicios sobre esta venta, formulados en España desde la oposición, rayan en hipocresía los originados en EEUU. Bastaría recordar que los cazabombarderos F-16 venezolanos, que sí poseen armas de combate ofensivo -lo que no sucede con el material suministrado por España-, son fabricados y mantenidos por EEUU. Que la Casa Blanca mire con desconfianza la intervención española en la orilla sur del Caribe no puede deberse a una presunta competencia por vender armas, como ha mostrado la reciente feria del armamento de Abu Dhabi, donde ha quedado claro que Estados Unidos es el principal exportador mundial de armas sin que ninguna autoridad exterior controle su destino. En todo caso, el motivo real del recelo estadounidense puede estar en que la intervención diplomática española contribuya a estabilizar esa crítica zona que la doctrina Monroe reserva en exclusiva a los criterios de Washington.
Si la repulsa se debe al hecho de vender armamento a un Gobierno cuyas credenciales democráticas no parecen a algunos demasiado convincentes, conviene recordar que España ha vendido armas a dictaduras americanas y a feudales regímenes árabes, lo mismo que EEUU, el Reino Unido, Francia o Italia, países todos ellos que tienen pocas lecciones que dar al respecto. No conviene pasar por alto la reciente venta de modernísimos cazabombarderos F-16S de EEUU a Pakistán, lo que sí aumenta la inestabilidad en esa zona donde dos grandes países provistos de armas nucleares mantienen un prolongado conflicto.
El lector que quiera saber, en verdad, en qué consiste el rearme militar en el siglo XXI, puede leer lo que publicó el Washington Post el pasado 16 de marzo: «El Pentágono trabaja para desarrollar en los cinco próximos años una cápsula espacial suborbital que podría lanzar armas convencionales en cualquier parte del mundo en un plazo de dos horas… Como esos vehículos, al contrario que los misiles, se les puede hacer retroceder, se pueden enviar contra un posible objetivo antes de tomar ninguna decisión sobre si atacar o no… La primera generación, que estará lista hacia el 2010, dará a los combatientes una ‘increíble capacidad global’ contra cualquier objetivo decisivo. Este sistema puede lanzar con precisión un explosivo no nuclear en pocos minutos tras recibir la orden».
En pocas palabras: de ser esto cierto, llegaremos a vivir bajo un cielo recorrido en todas direcciones por armas listas para ser disparadas desde el Pentágono. Ni siquiera necesitan ser armas nucleares para provocar el caos, la muerte y la desolación en cualquier parte del planeta cuando así se decida en EEUU. A eso se dirigen ahora muchos de los esfuerzos del Pentágono. Cabe imaginar que las grandes potencias emergentes del futuro -con China en primer lugar- no permanecerán insensibles ante tan evidente amenaza. Hay, pues, otros tipos de rearme que no conviene ignorar.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)