Se lo digo sho: los hermanos Flores Magón ordenaron la muerte del presidente Francisco Madero. El revolucionario León Trotsky murió a manos de sus camaradas. Agentes de Castro pusieron la bomba en el avión de Cubana para echarle la culpa a Luis Posada Carriles. La prisión de Guantánamo es modelo de tolerancia y respeto. Son […]
Se lo digo sho: los hermanos Flores Magón ordenaron la muerte del presidente Francisco Madero. El revolucionario León Trotsky murió a manos de sus camaradas. Agentes de Castro pusieron la bomba en el avión de Cubana para echarle la culpa a Luis Posada Carriles. La prisión de Guantánamo es modelo de tolerancia y respeto.
Son «mis» verdades, libremente expresadas. Por esto, cuando hay «libertad de expresión», cualquiera puede opinar para «desmitificar» las grandes verdades de este mundo. El mundo es así desde que Santa Ursula salvó a 11 mil vírgenes de ser violadas por los hunos.
Aterricemos. ¿Okay? Okay. ¿Qué importa de la «verdad histórica»? ¿La verdad de la historia, o quién la dice? La historia y el conocimiento de la verdad no responden a ciencia objetiva alguna. De ahí que las verdades de la historia deban ser sometidas al arduo y árido celo investigativo de los documentalistas.
Pregunto, entonces, en qué investigación «el escritor más chilango de Italia» basa su afirmación de que el asesinato del líder cubano antimperialista Julio Antonio Mella (1903-1929) «… provino de la Internacional (Comunista, Komintern), y fue cumplida por gatilleros al servicio de Vidali, quien veía en el joven cubano un obstáculo para los designios de Moscú en México» (Pino Cacucci, entrevista de Jaime Avilés, La Jornada, Cultura, 31/05/05).
Recordemos el hecho: en la helada noche del 10 de enero de 1929, Mella y la fotógrafa italiana Tina Modotti caminaban por la calle de Morelos. Al doblar por Abraham González rumbo al domicilio de Tina, un par de pistoleros acabaron con su vida.
En el lugar, una placa recordatoria atribuye el crimen al tirano de Cuba Gerardo Machado (1871-1939).
A causa de Vittorio Vidali, Cacucci señala que cuando Elena Poniatowska estaba escribiendo Tinísima (ERA, México, 1992) hubo «… un altercado entre ambos». Vidali era, en efecto, un revolucionario italiano del Komintern, quien tuvo actuación destacada en la guerra de España, y fue compañero de Tina Modotti, después de Mella.
El entrevistador se pregunta: «¿Quién tiene razón?». Docenas de historiadores han demostrado hasta la saciedad que Machado mató a Mella. Pero Avilés sostiene: «Esa desde luego es una pregunta sin respuesta porque se trata de dos interpretaciones históricas que se contraponen…» y otorga a «los lectores» la «última palabra al respecto…» (pero en México -añade- «… éstos se encuentran ante la frustrante desventaja de que no se puede conseguir la edición que Planeta hizo de la Tina de Cacucci…»)
Bueno, yo la tengo. Y también tengo Julio Antonio Mella en medio del fuego, investigación de los historiadores cubanos Adys Cupull y Froilán González (Ed. El Caballito, México, 2002).
Los pistoleros enviados a México por Machado se llamaban José Agustín López Valiñas y Miguel Francisco Sanabria. El primero le disparó al líder por la espalda. Sanabria no alcanzó a disparar. Denunciado por su esposa, López Valiñas fue juzgado en México, y permaneció en la cárcel hasta 1938. Abatido a tiros por la espalda, murió el 15 de noviembre de 1958 en la cerrada de Altata (colonia Condesa), cuando se desempeñaba como chofer del senador Efraín Brito Rosado. Sanabria administraba un prostíbulo en Cuba cuando una puñalada acabó con su vida el 11 de octubre de 1942.
Entre las personas involucradas figuran José Magriñat, quien como agente encargado de la ejecución del plan señaló la víctima a los asesinos. Magriñat murió ajusticiado en La Habana, el 13 de agosto de 1933. Francisco Rey Merodio, agente especial de la policía de Machado, confidente de la embajada de Estados Unidos en Cuba y espía de Mella en las filas de la Liga Antimperialista, murió asesinado el 2 de septiembre de 1943; Alfonso Luis Fors, cubano quien organizó la policía secreta del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, murió a consecuencia de un atentado, el 18 de octubre de 1953.
Otros confabulados fueron Guillermo Fernández Mascaró, ex embajador de Cuba en México; Orestes Ferrara, Marcelino Blanco, Raúl Amaral Agramante, Santiago Trujillo (jefe de la Policía Secreta de Machado) y Valente Quintana (jefe de la policía de México).
Coincido con Avilés: la obra de Cacucci debe ser reditada. Así, los interesados podrán distinguir entre la pedantería de un escritor irresponsable y la solvencia de Cupull y González, que durante muchos años expurgaron documentos oficiales y periódicos de la época en México, Cuba, Estados Unidos, Italia, España y Rusia, para llegar a la misma conclusión de Mella cuando, después de los disparos, alcanzó a gritar: «¡Machado me mandó a matar!…»
Primer asesinato del terrorismo internacional de Estado en América Latina, la importancia histórica de cómo murió Mella se justifica por sí sola. Perfeccionada por Washington en los años de 1970 (voladura del avión civil de Cubana, Operación Cóndor en América del Sur), se trata de prácticas criminales que amenazan con retornar en los años que le quedan al gobierno de George W. Bush.