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Desacreditar el mito de la competitividad

Fuentes: www.portaldelmedioambiente.com

Nada es suficiente para los que lo suficiente es poco (Epicuro).

Cuenta el autor colombiano Gustavo Wilches-Chaux en su libro «Y Qué Es Eso, Desarrollo Sostenible» la anécdota de un «experto» en productividad y eficiencia que observó a un pescador recostado en su hamaca frente a un río; a la hora del almuerzo el hombre lanzó un anzuelo al río y a los 10 minutos saco un gran pez; al llevarle el pescado a su mujer, de la mata de plátanos situada al lado de su casa cortó uno que su mujer le frió conjuntamente con el pescado para almorzar. El experto se le acercó al hombre y comenzó a interrogarlo:
«Amigo si en 10 minutos con un solo anzuelo sacó un pescado, con 10 anzuelos sacaría 10 pescados, ¿verdad?» «¡Así es!», respondió el pescador. «¿Y en una hora?» «¡Pues sesenta pescados!». «¿Y en 8 horas de trabajo?» «Cuatrocientos ochenta pescados», calculó nuestro pescador.

Calculadora en mano el «experto» continuó explicándole: En trescientos días de trabajo al año sacaría 144.000 pescados y si pidiera un crédito para comprar uno o dos barcos y camiones cavas para transportar el pescado mas o menos en 20 años tendría una gran empresa con muchos empleados que trabajarían para que él pudiera darse el lujo de estar todo el día acostado en una hamaca. Y para que voy a esperar 20 años y tomarme tantos trabajos, preguntó el pescador, si eso es precisamente lo que estoy haciendo ahora, además, lo más seguro es que con ese ritmo de explotación dentro de 20 años ya no quede ni un solo pescado en el río».

La anécdota del autor colombiano ilustra con bastante claridad una de las trampas en la que desde que nacemos estamos inmersos los habitantes de la sociedad contemporánea: la trampa de la competitividad, de la acumulación de cosas y logros materiales como única vía a la felicidad y a la realización plena de la vida. Poseer es la obligación que nos impone el modelo social en el que vivimos; desde nuestros primeros pasos en la vida se nos impone competir y poseer como fines en si mismos.

La familia, la escuela, los juegos, los medios de comunicación, las normas sociales y las metas que este modelo cultural nos obliga a imponernos nos empujan a una carrera sin fin por poseer, por acumular, por competir y sobresalir en todas y cada una de las facetas de nuestra existencia. Se nos enseña a despreciar o a ignorar el placer de hacer los cosas únicamente por el gusto de realizarlas, por la intima o compartida satisfacción del trabajo bien hecho o por el esfuerzo realizado, siempre ese trabajo, esfuerzo o logro se medirá en términos de mejor o peor con el que otro ha obtenido o realizado; la solidaridad, la cooperación y la falta de agresividad son deslegitimadas y etiquetadas como obstáculos que estorbarán o impedirán ser «alguien» en la vida. Ya de adultos el éxito se mide, o mejor, se contabiliza, casi exclusivamente por la cuota de poder, por la capacidad adquisitiva o por la fama individual que la persona haya logrado obtener, sin importar en absoluto los medios a través de los cuales haya logrado esos fines.

La propia dinámica del capitalismo genera un hombre individualista, utilitarista, empujado a competir y sustentado por la ambición, porque en este modelo, ya lo sabemos, tener equivale a ser.

El verdadero y generalmente oculto drama del individualismo y la competitividad es que produce un solo triunfador a costa de innumerables perdedores.
El neoliberalismo ha venido a fungir en los últimos tiempos como sustentación filosófica del modelo capitalista. En el neoliberalismo la ambición personal (motor de la competitividad) es legitimada y sacralizada como una virtud y un valor que genera riqueza y bienestar (aunque sería mejor decir «bientener»); pero el propio sistema hace que la ambición personal jamás se encuentre satisfecha: si usted por fin se ha comprado un carro usado el sistema creará pronto en usted la ambición de adquirir un modelo económico nuevo. Si usted decide endeudarse con un banco para adquirir ese modelo económico nuevo muy pronto la publicidad y su entorno social le harán soñar con adquirir un modelo de lujo; si usted violentando sus posibilidades económicas adquiere ese modelo de lujo, antes de darse cuenta habrá en el mercado un nuevo y mas atractivo modelo y así hasta el infinito, convirtiendo la existencia en una carrera de ratas por adquirir cosas, por tener más que nuestros hermanos o amigos de infancia, o que nuestros compañeros de trabajo o estudio o que nuestros vecinos, en un estilo de vida en donde la presión por sobresalir, por descollar, por demostrar que uno no se ha «quedado» frente a otros ha logrado que el estrés, los accidentes cerebrovasculares, los hogares fracturados, la ingesta de alcohol y otras drogas y los problemas depresivos sean cosas normales y comunes.
La mayoría de los padres convertimos la formación escolar de nuestros hijos en una tortura, en una carrera en contra de todos sus compañeros y de ellos mismos, salpicada con todos los obstáculos que en forma de cursos de inglés, talleres de creatividad, flamenco, computación, escuelas de béisbol, kárate, tareas dirigidas, modelaje y comportamiento social y planes vacacionales logramos imponerles, desechando como una horrible pérdida de tiempo cualquier intento de los niños por socializarse por si mismos y crear o escoger sus propias diversiones, su tiempo libre, sus juegos y sus procesos de formación o desechando la oportunidad de simplemente compartir espacios y tiempo de calidad con sus padres y hermanos, creando desde la niñez seres frustrados y estresados.

Dice el Ecofilósofo español Joaquín Araujo que «La primera tarea de la Educación Ambiental debe ser la de desacreditar el mito de la competitividad». Tarea ardua esta de combatir contra una de las columnas donde se asienta el actual modelo civilizacional, pero que debe ser asumida cuanto antes por todos los que creemos y luchamos por una sociedad y un mundo distintos.

Joel Sangronis Padrón, Profesor UNERMB