Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Chelo Ramos
Si cuando el presidente Bush se propuso vender la idea de la guerra contra Iraq se hubiese puesto en las escaleras de la Casa Blanca con un megáfono, seguramente habría convencido a algunas personas de que Sadam Husein representaba una amenaza inminente. Pero tenía algo mucho más poderoso, que convenció a muchas más personas: Una prensa dócil, dispuesta a ampliar sus mentiras. Esta era la misma prensa que durante años investigó e informó sobre las mentiras del presidente Clinton respecto a su aventura extramarital. La diferencia es que las mentiras de Bush matan seres humanos.
Para poder obtener esa filtración extremadamente importante de un «alto funcionario» identificado o, mejor aún, no identificado, los reporteros cambian la verdad por el acceso a la fuente. Es el «atajo del diablo». Cuando los reporteros no hacen preguntas comprometedoras por temor a ser dejados de lado.
También está el proceso de «incrustación»: periodistas que están integrados en las unidades militares usamericanas en Iraq y ofrecen solamente un punto de vista. ¿Por qué no equilibrar el punto de vista militar con reporteros incrustados en hospitales iraquíes, o en el movimiento pacifista mundial? Según la ex vocera del Pentágono Victoria Clarke, el proceso de incrustación fue un éxito espectacular; y así fue para el Pentágono que desplegó un arma más poderosa que cualquier bomba o misil: los medios.
Durante la Guerra del Golfo, General Electric era (y todavía es) la propietaria de la NBC. Un importante fabricante de armas nucleares -que fabricaba piezas para muchas de las armas usadas en la Guerra del Golfo- era el propietario de una importante cadena de televisión. ¿Sorprende a alguien que lo que vimos por televisión haya parecido una feria de armamento? Según el New York Times, ejecutivos de la CBS «aseguraron a los anunciantes que los especiales sobre la guerra podían ajustarse para dar la mejor entrada a los comerciales, incluyéndolos, por ejemplo, después de segmentos producidos especialmente con imágenes o mensajes optimistas sobre la guerra.»
Después de la Guerra del Golfo, el vocero del Pentágono Pete Williams abandonó el barco, pero no cruzó las líneas enemigas: se convirtió en corresponsal de la NBC. Un poco más de una década después, otra vocera del Pentágono, Victoria Clarke, renunció a su cargo para trabajar como comentarista de la CNN.
Durante la invasión de Iraq en el año 2003, MSNBC, NBC y CNN -no solo Fox- dieron a su cobertura el nombre de Operación Libertad Iraquí. No nos extraña que el Pentágono busque el nombre con mayor efecto propagandístico para su operación, pero que los medios adopten la nomenclatura del Pentágono hace que nos preguntemos ¿sería distinto si se tratase de medios del Estado?
Si bien las grandes cadenas del «Estado de Espectáculo Nacional» tienen gran parte de la culpa, otros importantes vendedores de noticias se han superado a sí mismos en su afrenta total a la función que los medios independientes deben tener en democracia. El New York Times y su ex reportera del área de seguridad nacional, Judith Miller, fueron piezas fundamentales en la exitosa difusión de la mentira sobre las armas de destrucción masiva en Iraq, a través de repetidos artículos de primera página con historias falsas sobre tubos de aluminio y lotes de armas enterradas, para nombrar solo algunas, todas provenientes de fuentes anónimas.
Sinclair Broadcast Group, que controla cerca de sesenta canales de televisión, actúa como una versión menor de Fox News y su mediocre cobertura está llena de prejuicios derechistas. Sinclair se negó a transmitir un segmento de ABC Nightline en el que se leyeron los nombres de soldados usamericanos muertos en Iraq, continuando así la campaña del gobierno de Bush para negarle al público de USA las malas noticias acerca de la Guerra contra el Terrorismo. En un momento crítico de la campaña presidencial de 2004, Sinclair transmitió con mucha fanfarria una pieza difamatoria contra John Kerry, basada en la campaña sucia de los Swift Boat Veterans.
También tenemos el Clear Channeling of America. Autorizado por la Ley de Telecomunicaciones de 1996 apoyada por Clinton/Gore, Clear Channel Communications, empresa relacionada con Bush que comenzó con apenas una docena de emisoras de radio, se ha convertido en una red de más de 1.200 emisoras. Según la Personalidad de Radio del Año 2002 en Carolina del Sur, quien alega haber sido despedida por sus creencias antibelicistas, Clear Channel apoyó manifestaciones a favor de la guerra, prohibió la transmisión de ciertas canciones y silenció a los críticos.
En 1997, el fallecido George Gerbner, ex decano de la Escuela de Comunicación Annenberg de la Universidad de Pensilvania, dijo que los medios eran «manejados no por gente creativa que tiene algo que decir, sino por conglomerados globales que tienen algo que vender.» Casi diez años después, esto sigue siendo cierto. Necesitamos medios independientes. ¡Democracia ahora!
Chelo Ramos es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft.