Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Chelo Ramos
La guerra en Líbano no ha terminado. Todos los días, algunas de las más de un millón de cargas explosivas componentes de las bombas de racimo lanzadas por la artillería israelí durante los últimos tres días del conflicto, matan a cuatro personas en el Sur de Líbano y hieren a muchas otras. La cantidad de víctimas aumentará notablemente el mes próximo, cuando los campesinos comiencen la cosecha y recojan aceitunas de árboles cuyas ramas y hojas esconden estas pequeñas bombas que estallan al menor movimiento. Los campesinos de Líbano están atrapados en un dilema: arriesgarse a recoger la cosecha o dejar que los frutos de los que dependen se pudran en los campos.
Hussein Ali Ahmad, de 70 años, quien vive en la aldea de Yohmor, está en coma en un hospital de Nabatiyeh. La semana pasada, cuando podaba un naranjo en las afueras de su casa, una bomba que estaba oculta en el árbol estalló y lanzó trozos de metralla a su cerebro, sus pulmones y sus riñones. «Sé que puede oírme porque me aprieta la mano cuando le hablo», dijo su hija Suwad, sentada al lado de su padre en el hospital. Según investigadores independientes, desde el cese al fuego han muerto al menos 83 personas por las cargas explosivas de las bombas de racimo.
Algunos oficiales israelíes han protestado por el uso de las bombas de racimo, cada una de las cuales contiene 644 pequeñas pero letales cargas explosivas, contra blancos civiles en Líbano. Un comandante de la unidad de MLRS (sistema de lanzamiento masivo de cohetes), informó al diario Haaretz que el ejército había lanzado 1.800 cohetes de racimo, esparciendo 1,2 millones de pequeñas bombas sobre casas y campos. «Lo que hicimos allí fue una locura, algo monstruoso.» Lo que hace que las bombas de racimo sean tan peligrosas es que el 30% de las pequeñas bombas que esparcen no detonan con el impacto. Su pequeño tamaño hace que sean difíciles de ver, por lo que pueden quedarse durante muchos años en techos, jardines, árboles, en los bordes de las carreteras o en los escombros, hasta que alguien las toca y estallan.
Desde que finalizó la guerra, en el moderno hospital público de cien camas de Nabatiyeh han ingresado 19 víctimas de bombas de racimo. Cuando llegamos, un nuevo paciente, Ahmad Sabah, técnico de laboratorio del hospital, acababa de ingresar en la sala de urgencias. Este hombre fornido de 45 años estaba inconsciente en una camilla. Temprano en la mañana se había subido al techo de su casa para revisar el tanque de agua. Mientras estaba allí debió de tocar la pila de leña que guardaba para el invierno. No lo sabía, pero un mes antes una pequeña bomba había caído entre los troncos. Aunque gracias a la leña no recibió el impacto total de la explosión, cuando lo vimos los médicos todavía estaban tratando de determinar el grado de sus lesiones.
«Aunque el 14 de agosto se declaró el alto al fuego, para nosotros la guerra todavía continúa», dijo el Dr. Hassan Wazni, director del hospital. «Si todas las cargas explosivas de las bombas de racimo hubiesen estallado cuando cayeron, no habría sido tan malo, pero todavía están matando y mutilando gente.»
Las cargas explosivas de las bombas son pequeñas, pero estallan con fuerza devastadora. En la mañana del cese al fuego, Hadi Hatab, un chico de once años, llegó al hospital agonizando. «Debió sostener la bomba muy cerca del cuerpo,» dijo el Dr. Wazni. «Le arrancó las manos y las piernas y la parte inferior del cuerpo.»
Fuimos a Yohmor para ver el lugar donde Ali Ahmad había recibido tan terribles heridas mientras podaba su naranjo. La aldea está al final de una carretera destrozada, once kilómetros al sur de Nabatiyeh, vigilada por las ruinas del Castillo de Beaufort, puesto militar construido por los cruzados que se levanta sobre la cordillera que rodea el profundo valle por el que corre el río Litani.
Las bombas y proyectiles israelíes han convertido cerca de la tercera parte de las casas de Yohmor en emparedados de concreto: unos pisos han caído encima de los otros por el impacto de las explosiones. Algunas familias acampan en las ruinas. Los aldeanos nos comentaron que lo que más les preocupaba era las bombas que todavía infectaban sus jardines, sus techos y sus árboles frutales. En la calle del poblado estaban los vehículos blancos del Mines Advisory Group (MAG) de Manchester, cuyos equipos están tratando de eliminar las pequeñas bombas.
No es un trabajo fácil. Cuando los miembros de uno de los equipos del MAG encuentran y sacan una bomba, colocan en el sitio una estaca amarilla con la punta roja. Hay tantas estacas que parece que una planta siniestra hubiese echado raíces y estuviese floreciendo en la aldea.
«Todas las bombas de racimo fueron arrojadas durante los últimos días de la guerra,» dice Nuhar Hejazi, una mujer de 65 años increíblemente animada. «Había 35 en el techo de nuestra casa y 200 en nuestro jardín, así que no podemos visitar nuestros olivos.» Los habitantes de Yohmor dependen de sus olivos y la cosecha debería empezar ahora, antes de que lleguen las lluvias, pero los árboles están llenos de pequeñas bombas. «Mi esposo y yo fabricamos 20 bidones de aceite al año que tenemos que vender,» nos dijo la Sra. Hejazi. «Ahora no sabemos qué hacer.» La enorme cantidad de bombas hace que sea casi imposible eliminarlas todas.
Frederic Gras, experto en desactivación de minas que trabajó con la armada francesa y ahora dirige los equipos del MAG en Yohmor, dice: «En el área que se encuentra al norte del río Litani las bombas de racimo matan a tres o cuatro personas diariamente. El ejército israelí sabe que el 30% de esas bombas no estallan cuando se lanzan, por lo que se convierten en minas antipersonales
¿Por qué hizo esto el ejército israelí? La cantidad de bombas de racimo lanzadas debe de haber sido mayor de 1,2 millones, porque además de las lanzadas con cohetes, muchas más fueron lanzadas con proyectiles de artillería de 155 mm. Un artillero israelí señaló que había recibido órdenes de «inundar» el área a la que le estaban disparando, pero no se le indicaron blanco específicos. Según el Sr. Gras, que personalmente detona entre 160 y 180 pequeñas bombas al día, es la primera vez que se han usado bombas de racimo contra lugares densamente poblados.
Un editorial de Haaretz señalaba que el uso masivo de esta arma por parte de las Fuerzas de Defensa de Israel era un intento desesperado de último minuto para tratar de detener el bombardeo del norte de Israel por Hizbulá. Cualquiera que haya sido la razón, durante los años venideros los habitantes del sur de Líbano sufrirán muerte y lesiones cuando quieran recoger sus aceitunas y naranjas.
Fuente: http://news.independent.co.uk/world/middle_east/article1616665.ece
Chelo Ramos es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.