Hace 40 años, mientras Estados Unidos estaba empantanado en Vietnam, Israel derrotaba a sus vecinos árabes en la Guerra de los Seis Días, que rediseñó el mapa político del Medio Oriente. Desde entonces, la relación entre Estados Unidos e Israel se fue transformando, con fin de la Guerra Fría y tras una serie de guerras […]
Hace 40 años, mientras Estados Unidos estaba empantanado en Vietnam, Israel derrotaba a sus vecinos árabes en la Guerra de los Seis Días, que rediseñó el mapa político del Medio Oriente.
Desde entonces, la relación entre Estados Unidos e Israel se fue transformando, con fin de la Guerra Fría y tras una serie de guerras entre israelíes y árabes, dos intifadas (levantamientos populares palestinos contra la ocupación) y la «guerra mundial contra el terrorismo» liderada por Washington, hasta alcanzar el actual grado de intrincada conexión.
En 1967, cuando estalló la Guerra de los Seis Días, Estados Unidos estaba ocupado en operaciones militares abiertas en Vietnam. La lucha de Israel por su reconocimiento como estado y sus choques con Egipto, Jordania y Siria eran apenas poco más que un pequeño punto en la pantalla de radar de Washington.
A fines de mayo de 1967, cuando el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser (1956-1979) bloqueó el estratégico estrecho de Tirán, que conecta a Israel con el mar Rojo, Washington eligió la neutralidad y desestimó un pedido de ayuda israelí.
Cuando, en los primeros días de la guerra, Israel bombardeó preventivamente a la fuerza área egipcia mientras estaba en tierra, equipada con aviones soviéticos, utilizó cazabombarderos franceses. Esa fue una de las pocas ocasiones en las que Israel emplearía armas fabricadas fuera de Estados Unidos.
Tras la Guerra de los Seis Días, Washington se convirtió en el principal patrocinador y aliado estratégico de Israel.
«Antes de 1967, la comunidad judío-estadounidense no estaba realmente interesada por lo que pasaba en Israel», dijo a IPS el director de análisis de políticas del independiente Israel Policy Forum, M. J. Rosenberg.
Sin embargo, con su resonante victoria en la guerra y su expansión territorial –Israel ocupó la península del Sinaí, las alturas del Golán, la franja de Gaza, Transjordania y Jerusalén oriental, una superficie equivalente a casi tres veces la que tenía originalmente-se hizo evidente que era inevitable la creación de un estado judío. Fue entonces que la población estadounidense de ese origen comenzó a interesarse por lo que ocurría en Medio Oriente.
A diferencia de los judíos, el resto de la población de Estados Unidos no estaba realmente «sintonizada» con lo que sucedía. Según una encuesta de la consultora Gallup, realizada durante los primeros tres días de la guerra de 1967, la mitad de los entrevistados no había tomado partido por ninguno de los dos bandos o carecía de información para hacerlo.
La elección de Washington se hizo evidente con rapidez. La ayuda de Estados Unidos a Israel creció exponencialmente, pasando de 24 millones de dólares en 1967 a 634 millones en 1971.
Otro aumento en la asistencia se produjo después de la Guerra del Yom Kippur de 1973, cuando Egipto y Siria lanzaron un ataque sorpresa para recuperar parte del territorio perdido en 1967.
Ese conflicto de 16 días le demostró tanto a Estados Unidos como a Israel que el estado judío no era invencible. Washington se apresuró a reabastecerlo de armas y dinero, y los dos países acordaron un mayor nivel de cooperación en defensa ante futuras agresiones.
En esa época otro factor importante determinaba el papel de Estados Unidos en la región: la Guerra Fría. Medio Oriente estaba atrapado, tanto geográfica como políticamente, en los juegos de poder entre Moscú y Washington.
«Los países fueron forzados a ubicarse en uno u otro bando a causa de esta batalla entre las superpotencias», afirmó James Zogby, presidente y cofundador del grupo de presión Instituto Árabe Estadounidense.
Tanto Estados Unidos como la Unión Soviética ignoraron las condiciones particulares de las diferentes regiones en la que competían por la supremacía. Complejas cuestiones se resolvían a la luz de quién estaba en la esfera de influencia de cada una de las potencias, e Israel «era el buen tipo para Estados Unidos», dijo Zogby a IPS.
En Estados Unidos surgieron poderosos grupos de presión judío-estadounidenses que congregaron no sólo a voces destacadas sino también a influyentes donantes para las campañas políticas. Su influencia hizo pensar dos veces a más de un político acerca de la conveniencia de presionar demasiado para obtener determinados resultados en el conflicto de Medio Oriente.
«La comunidad judío-estadounidense ha sido muy recelosa del proceso de paz», indica Rosenberg.
Sin embargo, Estados Unidos ha sido un actor central en el proceso de paz durante los últimos 30 años. En 1977, el recién electo presidente Jimmy Carter se propuso revitalizar el entendimiento entre Israel y sus vecinos árabes.
Carter fue el arquitecto de los acuerdos de Camp David entre el presidente egipcio Anwar Sadat y el primer ministro israelí Menajem Begin, que abrieron el camino para el tratado de paz de 1979 que devolvió a Egipto la península del Sinaí y normalizó las relaciones entre los dos países.
Estados Unidos también entregó miles de millones de dólares a ambos gobiernos como parte de los acuerdos.
Desde 1979, Israel ha sido el país que más ayuda externa recibió de Estados Unidos. Ese año, por primera vez, la asistencia civil se dejó de lado mientras que la ayuda militar pasó de 1.800 a 2.400 millones de dólares. El gradual abandono de las donaciones para fines no militares fue parte de un programa para establecer la independencia fiscal de Israel, iniciado por el entonces primer ministro Benjamín Netanyahu.
En las semanas que siguieron a la guerra de 1967, Israel se apresuró a establecer puestos militares «temporales» en los territorios ocupados. Pero no pasó mucho tiempo hasta que los civiles comenzaron a trasladarse hacia ellos. Los que una vez fueron denominadas estaciones temporales se convirtieron en los asentamientos en expansión que hoy cubren Cisjordania y las alturas del Golán.
Aproximadamente 180.000 israelíes viven en las áreas anexadas de Jerusalén oriental y otros 16.000 colonos lo hacen en el Golán. En Cisjordania, los asentamientos que albergan a unos 250.000 israelíes controlan efectivamente cerca de 40 por ciento del territorio, en violación de la cuarta Convención de Ginebra, que prohíbe a la potencia ocupante establecer a su propia población en las áreas que domina.
Todos los presidentes estadounidenses desde Lyndon Johnson (1963-1969) se habían opuesto a los asentamientos israelíes, pero, en 2004, Bush prometió al primer ministro Ariel Sharon que grandes centros de población en Cisjordania quedarían en manos de Israel en cualquier negociación de paz futura.
Tras 20 años de ocupación, la intifada de 1987 introdujo al Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas) en la ecuación del conflicto entre Israel y Palestina.
Las frecuentes y violentas revueltas de la Organización para la Liberación de Palestina contra la ocupación israelí llamaron la atención del mundo nuevamente, pero determinaron que Estados Unidos, Israel, Japón y la Unión Europea la calificaran como de grupo terrorista.
Al actuar de esa manera, Estados Unidos e Israel le otorgaron a Hamas un papel clave en la región.
Washington «ha tenido un profundo impacto en la evolución de la política palestina», dijo a IPS el analista Jim Fine, experto en Medio Oriente del Comité Amigos de la Legislación Nacional.
«El fracaso en lograr que tanto los acuerdos de Camp David como los posteriores convenios de Oslo llevaran a la creación de un estado palestino convenció a muchos de que la estrategia de Al Fatah era incorrecta e hizo que vieran a los militantes islámicos como una alternativa», agrega.
A pesar de los esfuerzos de algunos presidentes estadounidenses para alcanzar una solución al prolongado conflicto árabe-israelí, esos siempre parecieron ser víctimas de la política interna.
«La presión interna alteró las decisiones de muchos presidentes», afirmó Zogby, y citó una carta firmada por casi 80 senadores pidiéndole al ex presidente Bill Clinton (1993-2001) que redujera su presión para que Netanyahu aceptara conversaciones de paz.
A fines de 2006, un documento del Grupo de Estudio sobre Iraq, creado por el Congreso legislativo, indicó que una renovada participación de Estados Unidos en el conflicto entre Israel y Palestina era fundamental para estabilizar todo Medio Oriente. Las recomendaciones fueron ignoradas por la administración de George W. Bush.
Seis meses más tarde, mientras la violencia azota a Iraq, esas propuestas retornaron a la mesa de discusión de la política exterior.