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Estados Unidos por dentro

Desde el corazón del monstruo

Fuentes:

Traducido por Caty R.

Usted entrará en Estados Unidos como extranjero pero esperamos que salga como amigo…» Así termina la pequeña guía que la oficina de asuntos educativos y culturales del Departamento de Estado entrega a los visitantes internacionales en cuanto aterrizan en el aeropuerto de Washington.

Más de 4.000 personas entre ellas periodistas, políticos, dirigentes de asociaciones y profesores procedentes de las cuatro esquinas del mundo, son invitadas cada año a Estados Unidos para una estancia de tres semanas. El Departamento de Estado «suelta» 200 millones de dólares para financiar una multitud de programas académicos de formación que tratan de diversas materias como seguridad internacional, democracia, emigración, la libertad de expresión y la prensa o la diversidad y los derechos humanos. Por supuesto los participantes no ponen ni un céntimo. La presencia de los designados es el objetivo principal de los think-thank del Departamento de Estado, que dirige estos programas. ¿Por qué estos estadounidenses se gastan tanto dinero para ofrecer estancias académicas y turísticas a argelinos, egipcios, guatemaltecos e incluso timorenses que no tienen, a priori, nada que ofrecer como contrapartida? Razonar así sería, indudablemente, lanzar una blasfemia contra la primera religión estadounidense: el pragmatismo.

EEUU y los estadounidenses sufren. Sufren terriblemente por no gustar. Odiados, denostados y ahora satanizados, incluso después del famoso paso de Bin Laden por Nueva York un cierto 11 de septiembre de 2001… Ese terrible sentimiento de soledad que (re)invade a los estadounidenses acentúa el miedo y convoca, casi mecánicamente, el reflejo atávico del aislacionismo amado por Monroe (1). Los ciudadanos de este inmenso país quieren desesperadamente que el resto del mundo los comprenda. Que los libere de su insoportable fama de malditos por todas partes sin saber muy bien porqué. El estadounidense «de a pie» con quien te cruzas delante de la Casa Blanca en Washington, en pleno Manhattan en Nueva York o en la lejana Arizona, vive obsesionado por el mismo sentimiento. Padece los mismos temores y se hace las mismas preguntas sobre la fobia rampante a EEUU que se apoderó del mundo. Se deslomará humildemente para defender su causa y para demostrar que no está de acuerdo con las odiosas actuaciones de su gobierno en Iraq, Afganistán u otros lugares.

Bush y Cía

Esa es la asombrosa impresión que recibirás desde que intercambies las primeras palabras con los estadounidenses, cualesquiera que sean su condición, religión, sexo o color. Para la mayoría, la política exterior de Estados Unidos parece que tiene un olor único: el de la sangre. Eso basta para explicar la fractura entre Washington y el resto del país. «¡Bush is a criminal!» (¡Bush es un criminal!). Este adjetivo poco glorioso respecto al presidente de Estados Unidos es como un estribillo de la mayoría de los estadounidenses. Sin duda ningún presidente de este país ha recibido tantos reproches de su pueblo. Es sorprendente el contraste entre la imagen -sobre todo la de los prejuicios- de los estadounidenses que se tiene fuera y la realidad que ofrecen «en vivo». En este plano, los habitantes de este país muy «complejo y complicado», en palabras de nuestro amigo el intérprete André, parecen totalmente de acuerdo con el resto del mundo. Las administraciones sucesivas intentan precisamente explotar la simpatía de los ciudadanos estadounidenses para vender una imagen más brillante de Estados Unidos que la mermada por los errores políticos y las aventuras belicistas de George Bush y Cía.

Esa es toda la sustancia de los programas destinados a los visitantes internacionales, para quienes se ponen a disposición todas las instituciones políticas, económicas, culturales, universitarias y otras para enseñarles a amar este país. Naturalmente, por experiencia, es difícil salir «indemne». Como en un plató de Hollywood, los diseñadores de estos programas apuntan al espíritu. Desde que bajan del avión en el aeropuerto Dulles de Washington, a los visitantes se les conduce inmediatamente en peregrinación a la Casa Blanca (White House), al Capitol Hill (sede del Congreso) y a los distintos monumentos que constituyen el orgullo de Estados Unidos. ¡Ustedes están aquí, a pocos metros del despacho oval de George Bush…! Como en una especie de sesión de hipnosis, te sientes embriagado y transportado a un mundo irreal, un mundo de sueños. El sueño americano a tamaño natural… Como quien no quiere la cosa, aquí te sientes importante. Todas las puertas se abren, incluidas las bien candadas del Congreso donde se hace y deshace la política de Estados Unidos.

¡Hi Condoleezza Rice!

Por ejemplo, hacerse una foto en la silla de Barak O’bama, probable candidato demócrata a la Casa Blanca, en la sede de la comisión de Asuntos Exteriores del Senado es tan simple como ir al aseo. Aquí en esta sala, sin duda la más importante del Senado estadounidense, el consejero de otro probable candidato, el republicano John McCain, desplegó todo su encanto para responder a nuestras preguntas. ¡A todas! A los periodistas, que no están acostumbrados a los salones enmoquetados de las instituciones ni a la presencia de ciertas personalidades políticas en su propio país, los múltiples cuidados, solicitud y respeto que despliegan los funcionarios estadounidenses les impresionan y les conquistan inmediatamente. No se les ocurre pensar que están comprando sus opiniones o que les van a tomar por miserables tercermundistas. Para los estrategas de esta formidable operación de marketing político-mediática la apuesta es tan vital que no pueden dejar nada al azar. Va más allá de George Bush, o incluso de una generación. La preocupación principal es exportar al máximo los valores estadounidenses lo más lejos posible al otro lado del Atlántico y el Pacífico. Para los think-tank estadounidenses, «The American way of life» merece todos los sacrificios. Sólo lo compartiremos 21 días pero se trata sobre todo de llevarlo más allá de Estados Unidos. Éste es también un talento de los estadounidenses que pretenden -y pueden conseguir- formatear las cabezas y los corazones de sus invitados haciéndolos sentir iguales a ellos y compartiendo su reputación de seres libres.

En una explanada situada exactamente delante de la Casa Blanca, una vieja mujer de origen hispano hace desde… 1981 un corte de mangas a George Bush y a todos sus antecesores. Allí, en pleno jardín La Fayette, Concepción Piccioto ha montado un miserable tenderete adornado de carteles y otros signos que dicen todo lo «bueno» que la anciana y su marido piensan de la política exterior de Estados Unidos. «¡Son unos criminales!», «¡Dejen de masacrar inocentes en Iraq y Afganistán!», «¡No a la alianza de EEUU con los sionistas!» Un montón de eslóganes exhibidos por esta valiente mujercita de cara ajada a un tiro de fusil del despacho oval… esta imagen espectacular, inimaginable por ejemplo en Argelia, es la atracción de los turistas del mundo entero que vienen aquí a descubrir una casa negra… justo enfrente de la «Casa Blanca». A pocos metros de allí, los miembros de la policía local de Washington siguen con una mirada divertida esta escena que se repite miles de veces al día. Como si cada uno hiciera su trabajo sin más. Los polis supervisan eventuales altercados, la pareja de opositores denuncia la política estadounidense y un poco más allá George Bush trabaja tranquilamente en su despacho… He aquí un decorado simple que convence al más reticente de que la libertad y la diversidad son auténticas en Estados Unidos.

Pero la atracción principal de la estancia para los 200 periodistas que participaban en el «programa Edward R-Murrow para visitantes internacionales», habrá sido el encuentro con la Secretaria de Estado. Fue el pasado 10 de abril en la sede del Departamento de Estado. La mujer más odiada -con razón- del mundo, sobre todo árabe, está ahí de verdad, ante nosotros, vestida con un conjunto amarillo con rayas negras. Condoleezza Rice, puesto que de ella se trata, es más bien simpática. Estará encantada de responder a nuestras preguntas y se explaya sobre «este país extraordinario por su diversidad que permite que una mujer afroamericana como yo sea Secretaria de Estado». Ametrallada de flashes y filmada de cerca, «Condy» presenta a su ayudante, la egipcio-estadounidense Dina Habib Powell, como un bello «ejemplo» de la integración y diversidad en Estados Unidos. Lejos de la imagen poco atractiva de la televisión, los periodistas de origen árabe olvidan la arrogancia catódica de la dama y desenvainan sus cámaras fotográficas para inmortalizar el acontecimiento.

Aquí mismo veremos desfilar mitos del periodismo estadounidense como el gran Bob Woodward, el icono, el «Lincoln» del Washington Post que hizo dimitir al ex presidente Nixon aireando el escándalo Watergate en 1973, Marc Withaker, también del Post, John Miller, autor de la última entrevista con Osama Bin Laden y actual portavoz del FBI, y David Bohrman de CNN. Otro elenco de personalidades vinculadas a los medios de comunicación estadounidenses responderá también a las preguntas de los periodistas participantes. Citaremos al portavoz del famoso Consejo de Seguridad de Estados Unidos, Gordon Johndroe, ex jefe de prensa de Bill Clinton, Charles Fierstone, director del instituto Aspen y Tom Rosenstiel, director del proyecto de excelencia en periodismo. El debate a veces fue muy tenso con algunos de estos famosos participantes con respecto a Palestina y la influencia del lobby judío en EEUU ¡hasta el punto de que se sorprendieron al comprobar que la sala votó contra la política exterior estadounidense y la sede del Departamento de Estado! Además Bob Woodward había sido el primero que describió a George Bush en su faceta de guerrero de los tiempos modernos.

Dejando aparte los edificios oficiales, en Washington y todas las ciudades de Estados Unidos como Siracusa (Nueva York), Pentagon City (Virginia) y Phoenix (Arizona), la política exterior deja de ser una preocupación primordial para los estadounidenses. En esta coctelera donde se codean alegremente todas las razas del mundo no puedes sino embarcarte en este tren de vida en marcha hacia el nuevo mundo… En la calle no corres el riesgo de ser registrado o detenido por un poli u otra autoridad. Aunque no lleves tus papeles, nadie se atreve a interpelarte a menos que cometas un acto reprensible. Un sheriff de Arizona a quien planteamos la cuestión replicó: «¡Están locos, daría con mis huesos en el talego si pidiera los papeles a una persona, aunque esté seguro de que es un clandestino. Eso, en el lenguaje jurídico se llama el ‘perfilado’ -una especie de ‘delito de facies’ (1)- y aquí se sanciona duramente!». En Estados Unidos, cada uno hace su bisnes, cualquiera que sea su origen, en esta nación compuesta de inmigrantes. Estamos muy lejos de las redadas de los «sin papeles» tan corrientes en París y Madrid.

El Aipac o «arma letal» de los judíos

No es difícil que un visitante en Estados Unidos comprenda el cómo y porqué de la relación casi carnal entre los judíos y las políticas estadounidenses. Basta con dar una vuelta por ciertas instituciones decisorias para descubrir los puestos estratégicos que ocupan los estadounidenses de origen judío. En la Casa Blanca, el Congreso, el Departamento de Estado, las empresas más importantes y sobre todo en el influyente mundo de los medios de comunicación, los sufijos «man», «stein» y «stone» en los nombres de los altos responsables sientan cátedra. Como la política, sobre todo exterior, de Estados Unidos está dirigida en gran parte por la influencia y el poder de los grupos de presión, la comunidad judía de EEUU posee un «arma letal» que es el Aipac (American Israel Public affairs Commitee). Es el principal lobby que influye directamente sobre la administración estadounidense. Desde hace más de medio siglo (se creó en 1950), el Aipac trabaja para garantizar que el apoyo estadounidense siga siendo «mucho y esencial» para Israel. Desde una pequeña oficina de asuntos públicos en los años cincuenta, el Aipac se ha desarrollado hasta convertirse en un movimiento nacional de 100.000 miembros. Para la prensa de Estados Unidos el Aipac es la «organización más importante que afecta a las relaciones entre Estados Unidos e Israel». Esta organización define y decide con las autoridades ejecutivas del país el perfil de la política exterior de EEUU teniendo en cuenta los intereses de Israel. El Aipac en Estados Unidos es, salvando las distancias, otro estado dentro de un inmenso estado. Es quien sataniza a Irán y al Hamás palestino a los ojos de EEUU; quien fija la ayuda anual que debe concederse al estado hebreo; quien concedió el poco glorioso estatuto de «entidad terrorista» a Hezbolá y también quien inspiró las presiones estadounidenses sobre Siria. Los funcionarios y periodistas de Estados Unidos son reacios a abordar el asunto, con más razón con nosotros, los árabes. En pleno simposio internacional del Departamento de Estado sobre la libertad de prensa, un famoso periodista se negó a responder a la pregunta de una colega palestina que le preguntaba por qué los medios de comunicación de EEUU habían silenciado el asesinato de una mujer estadounidense que intentó interponerse entre un tanque del Tsahal y un grupo de niños en Gaza hace algunos meses. «¡No respondo, eso son habladurías!», soltó ante el asombro de todos.

Obviamente hay un acuerdo tácito entre los altos responsables de Estados Unidos y los personajes públicos de no herir la sensibilidad de los judíos y defenderlos contra viento y marea. ¿Por qué el Aipac es tan potente? La respuesta es simple: los judíos tienen mucho poder en el mundo de las finanzas, los medios de comunicación y el cine, entre otros. Y si un estadounidense se divierte jugando al inconformismo rápidamente se le llama al orden o se le hace objeto de una venganza popular. Con el Aipac se paga al contado: boicoteo sistemático de los medios de comunicación y enemistades… Mel Gibson, ese monstruo sagrado de Hollywood, que «cometió» The passion of the Christ (La pasión de Cristo), una película de época que acusaba a los judíos de haber matado Jesús, sabe algo de eso. El gran Mel dejó de existir en los medios de comunicación de Estados Unidos y Hollywood le dio con la puerta en las narices. Por supuesto muchos estadounidenses se asfixian bajo la terrible presión del Aipac y el lobby judío pero, ¿qué pueden hacer para romper las cadenas que los cercan? No mucho mientras el Aipac no tenga enfrente a alguien tan poderoso como él. Es lo que piensa John McClure, un importante profesor de la Universidad de Siracusa en Nueva York: «Desgraciadamente no hay un lobby árabe enfrente. Deben saber que el Aipac financia la campaña electoral de los candidatos a la Casa Blanca y al Congreso para asegurarse de que no pierdan el paso. Y como el dinero es el sostén de la guerra -literal y figurada- de la política de Estados Unidos, es fácil comprender los fundamentos de la santa alianza.»

Pequeña historia, gran orgullo

Estados Unidos es un inmenso museo a cielo abierto. Este joven país de apenas dos siglos de historia epata al visitante por la cantidad de monumentos y museos que adornan sus ciudades. Nombres y lugares tan prestigiosos que se han convertido en La Meca a donde los extranjeros hacen su peregrinación por EEUU. En Washington no puedes resistir a la tentación de ir a ver de cerca el gran monumento a George Washington, el héroe de la guerra de la independencia y primer presidente elegido en Estados Unidos el 4 de marzo de 1789; uno de los padres fundadores de la República Federal estadounidense, George Washington, que da nombre a la capital de EEUU, es un personaje casi mítico aquí. A la misma altura otro monumento, el de Abraham Lincoln, decimosexto presidente de Estados Unidos, primer presidente republicano de la historia del país y cuyo nombre se asocia a la Guerra de Secesión y la abolición de la esclavitud. Está también el de Thomas Jefferson, autor de la famosa Declaración de la Independencia en 1776 antes de ser elegido tercer presidente de Estados Unidos en 1800. Estos tres personajes, a quienes los estadounidenses llaman afectuosa y orgullosamente «Our founding fathers» (Nuestros padres fundadores), ocupan un lugar de honor en los corazones de todos los ciudadanos de las cuatro esquinas de este gran país. Para los extranjeros es un ritual inevitable ir a ver de cerca los suntuosos monumentos a la gloria de estos famosos personajes. Desde Washington a la lejana Arizona las calles y bulevares llevan invariablemente los nombres de Jefferson Street, Lincoln Road o Washington Avenue. La joven historia de Estados Unidos está omnipresente en cada esquina de todas las calles. Así, la nación estadounidense está soldada por estos padres protectores que velan por una epopeya a veces sangrienta, pero que liberó para siempre al pueblo de Estados Unidos del yugo británico.

Está también el pequeño documento de 58 páginas que constituye el orgullo de los estadounidenses: ¡La Constitución! Aquí el pequeño libro de color caoba es una segunda Biblia para los ciudadanos de este país. Redactada en 1787 y ratificada en 1789, los 12 artículos de la Constitución de Estados Unidos constituyen, parafraseando la brillante expresión de un profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de New Jersey, el principal «producto de exportación» de este país. Es la primera Constitución escrita de la historia del mundo moderno y sin duda la más progresista. A lo largo de los años es, a los ojos de los constitucionalistas, un modelo de inspiración para todas las democracias del mundo. Es un documento histórico excepcional que cambió el mundo en muchos aspectos. Inspirado en la famosa divisa del presidente Abraham Lincoln: «El gobierno del pueblo y para el pueblo», la Constitución de Estados Unidos, debido a la importancia que concede a la libertad y dignidad humanas, constituye una obra maestra jurídica y filosófica. Y cuando discutan con los estadounidenses comprenderán su afán de «exportar» lo más lejos posible los principios de la buena gobernanza que «por supuesto no se encuentran en otros lugares». Esto explica también, en parte, el belicismo de las sucesivas administraciones en cuanto se cuestiona el ideal americano contenido en este precioso documento, aquí o a mil leguas de Washington.

(1) http://es.wikipedia.org/wiki/Doctrina_Monroe

(2) El «delito de facies» consiste en registrar o detener a alguien basándose sólo en su aspecto, una forma de actuación policial claramente racista.

Texto original en francés:

http://www.elwatan.com/spip.php?page=article&id_article=70196

Hassan Moali es periodista del diario argelino El Watan.

Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a autor, la traductora y la fuente.