Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
La reciente muerte de Haider Abdul-Shafi no podía haber sobrevenido en peor momento. Siendo conscientes de los desalentadores defectos de los actuales dirigentes palestinos y de la ausencia de intentos serios para corregir la situación en curso, la pérdida de ese único e icónico dirigente es lamentada aún más profundamente.
Fue alguien que siempre consiguió trascender las facciones y la religiosidad, la política tribal y las ideologías egoístas, manteniendo sus principios a pesar de todas las dificultades externas. Fue co-fundador de la Organización para la Liberación de Palestina en la década de 1960 y después, en la década de 1970, creó en Gaza la Sociedad del Creciente Rojo Palestino. Era el hombre firme que llegó al frente de la delegación palestina en las conversaciones de paz de Madrid de 1991, y que dimitió de su puesto en 1993 al conocer, a través de la radio de su hotel, que Yasser Arafat había llegado a un acuerdo secreto en Oslo sin consultar con los negociadores palestinos que habían estado presentes en Madrid. Abdul-Shafi me dijo, en la primera entrevista que mantuve con él, que conocer el acuerdo secreto de Arafat a través de los medios fue un momento especialmente duro para él.
En esa misma entrevista, realizada en 2002, Abdul-Shafi habló también ampliamente del levantamiento palestino, de las conversaciones con Israel, de la división y corrupción internas, de la democracia y de muchos más temas. Tenía entonces 83 años, pero Abdul-Shafi mostraba el espíritu de un joven luchador idealista que tenía una visión clara de las cosas, a la vez que manifestaba también la sabiduría adquirida en cinco décadas de firmeza y lucha desinteresada. Para él, la desesperación no fue nunca una opción. Unidad interna, democracia, resistencia en todos los frentes y diálogo sobre una base igualitaria fueron sus objetivos últimos. Parecía infatigable, pero su débil salud se convirtió en su enemigo más importante cuando unos pocos años después se le diagnosticó un cáncer, falleciendo el 25 de septiembre de 2007.
Me pregunto si el anciano guerrero conocía los penosos detalles de las disputas internas palestinas, la vergonzosa y mutua represión en los medios y en la libertad de expresión en Cisjordania y Gaza, y la división en cada aspecto de la vida palestina. La Palestina que Abdul Shafi ha dejado atrás no era la Palestina por la que el había luchado con increíble dedicación.
En su lucha, a Abdul-Shafi no le daba miedo hablar con franqueza y criticar los aspectos que impedían llegar a una verdadera soberanía y unidad palestinas. Culpó a Arafat y a sus cómplices de muchos de los desastres que sobrevinieron sobre su pueblo tras los acuerdos de Oslo, reprendiendo a los dirigentes palestinos por capitular y aceptar mucho menos de lo que requerían los derechos y aspiraciones de su gente. Rehusó tomar parte en la charada de la «democracia» que instituyó, entre otras pretensiones, un parlamento sin autoridad siquiera para desafiar la voluntad de Arafat o la de Israel, cuya opresiva ocupación sólo se intensificó tras la firma de los «acuerdos de paz».
Naturalmente, poco después de haber sido elegido para el parlamento, Abdul-Shafi fue el primero en marcharse, prestando en cambio su apoyo a la Iniciativa Nacional Palestina, que defendía la unidad nacional, la democracia y un gobierno honesto. Vio claramente que aunque los palestinos no pudieran controlar las acciones de Israel, eran ciertamente capaces de coordinarse y corregir sus propios errores. Esto era realmente todo lo que él pedía.
En duro contraste, el Presidente de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbas ha decidido utilizar el proyecto colonial israelí en su propio provecho. A diferencia de Abdul-Shafi, que habría desafiado la dominación israelí mediante una posición colectiva palestina de completa cohesión tanto interna como externa, Abbas (considerado como un líder «moderado» y «pragmático» por los medios dominantes) optó por la opción mortal: colaborar con el enemigo. Cuando los palestinos en Gaza están siendo asesinados a voluntad, viviendo completamente asediados y sin los más básicos derechos humanos, los «pragmáticos» asesores de Abbas parece que le han aconsejado que evite los enfrentamientos con EEUU e Israel. Este enfoque pasa por alto el hecho de que el derrotismo nunca ayudó a que una nación oprimida recuperara su tierra, sus derechos y su libertad.
Desgraciadamente, Abdul-Shafi ya no está allí para proporcionar esas oportunas advertencias. La tierra de Gaza le ha reclamado finalmente; del mismo modo que reclamó los cuerpos de muchos resueltos hombres y mujeres palestinos, jóvenes y viejos. Uno sólo puede esperar que el espíritu de Abdul-Shafi sea ahora libre para vagar más allá de las fronteras cercadas, de las vallas eléctricas y de las zonas militarmente bloqueadas que convirtieron esa pobre franja de tierra en una prisión comparable en su aislamiento a la de Robben Island, donde se mantuvo durante tantos años a Nelson Mandela y sus camaradas.
Mientras Abbas y muchos integrantes de su Partido Fatah permanecían ocupados tramando estratagemas para debilitar a sus rivales de Hamas, y mientras ambos partidos trataban de fortificar sus posiciones políticas en lo que debe ser el más embarazoso circo mediático de la historia palestina, Israel no enfrenta ya ninguna resistencia seria. Así es, los políticos israelíes encaran ahora un desafío bien diferente: cómo profundizar el abismo entre los divididos palestinos. Según Avi Issacharoff en Haaretz, el último interrogante que le queda a Israel es si liberar al líder de Fatah Marwan Barghoutti ayudaría a unificar todas las filas de Fatah, con lo cual se fortalecería a Abbas y se aceleraría la descomposición de Hamas.
Al contrario que Abbas, Abdul-Shafi no le falló a su pueblo, a pesar de todas las privaciones que tuvo que soportar. Hizo todo lo que una sola persona podía hacer por sí misma, y más. Al parecer, según se informó, el funeral de Shafi en Gaza unió a los palestinos de todas las facciones. El hombre había pasado toda su vida dedicando la mayor parte de su energía a conseguir ese noble objetivo. Al menos su muerte logró rescatar un efímero momento de unidad, un recordatorio de que aún es posible.
En su discurso en la conferencia de paz de Madrid del 31 de octubre de 1991, Abdul-Shafi recitó un verso de Mahmud Darwish: «Mi hogar no es una maleta y yo no soy un viajante». En aquel momento, la casa de mi padre en un campo de refugiados de Gaza estaba atestada de vecinos que habían venido a oír el discurso televisado y todos ellos, en respuesta, lloraban silenciosamente. Estoy seguro que los que aún sigan con vida han llorado de nuevo, esta vez por el fallecimiento del icono palestino de la esperanza, cuyo legado, al igual que su vida, será siempre apreciado.
Ramzy Baroud es autor y editor de PalestineChronicle.com. Sus trabajos han sido publicados en muchos periódicos y revistas de todo el mundo. Se puede conseguir su libro más reciente: «The Second Palestinian Intifada: A Chronology of a People’s Struggle» (Pluto Press, London) en Amazon.com.
Enlace texto original en inglés:
http://www.thepeoplesvoice.org/cgi-bin/blogs/voices.php/2007/10/06/p20054#more20054