¿Recuerdan la «sociedad de propietarios», motivo de los discursos de George W. Bush padre durante los cuatro primeros años de su presidencia? «Estamos creando una sociedad de propietarios en este país, en que más americanos que nunca podrán abrir la puerta de allí donde vivan y decir «Bienvenidos a mi casa, bienvenidos a mi trozo […]
¿Recuerdan la «sociedad de propietarios», motivo de los discursos de George W. Bush padre durante los cuatro primeros años de su presidencia? «Estamos creando una sociedad de propietarios en este país, en que más americanos que nunca podrán abrir la puerta de allí donde vivan y decir «Bienvenidos a mi casa, bienvenidos a mi trozo de propiedad»», dijo en octubre de 2004. El ideólogo de Washington Grover Norquist predijo que la sociedad de propietarios sería el mayor legado de Bush y que, en cambio, «en unos cuantos años, la gente no podrá pronunciar o escribir Fallujah«. Ya en el discurso sobre el Estado de la Unión la otrora ubicua frase brillaba por su ausencia. Y, pequeño milagro: más que su orgulloso padre, Bush se ha convertido en el enterrador de la sociedad de propietarios.
Mucho antes de que la sociedad de propietarios tuviera un label claro, su creación fue esencial para el éxito de la revolución de la derecha económica en todo el mundo. La idea era simple: si la gente de clase obrera posee un pequeño trozo de mercado ─una hipoteca sobre su casa, una cartera de acciones o una pensión privada─ dejará de identificarse como trabajadora y comenzará a verse a sí misma como propietaria, con los mismos intereses que sus jefes. Eso significa que podría votar a políticos que prometan mejorar la realización de los estocs por encima de las condiciones de trabajo. La conciencia de clase se convertiría en una reliquia.
Era siempre tentador rechazar la sociedad de propietarios como eslogan vacío, una «chorrada», como apuntó el ex secretario de Trabajo Robert Reich. Pero la sociedad de propietarios era de todo punto real. Era la respuesta a un obstáculo a que se enfrentaron durante largo tiempo las políticas favorables a beneficiar a los ricos. El problema se reducía a esto: la gente tiende a votar según sus intereses económicos. Incluso en los ricos Estados Unidos, la mayoría de gente gana menos que el ingreso medio. Ello significa que está en el interés de la mayoría votar a políticos que prometan redistribuir la riqueza desde arriba.
Así, ¿qué hacer? Fue Margaret Thatcher la pionera en la solución. El esfuerzo se centró en la vivienda pública o de protección oficial, apoyada por el moribundo Partido Laborista. En un movimiento audaz, Thatcher ofreció fuertes incentivos a los residentes que compraran sus pisos de protección a tasas reducidas (lo mismo que hizo Bush décadas después promoviendo las hipotecas subprime). Aquellos que se esforzaran se convertirían en propietarios, mientras que los que no pudieran hacer frente a unas rentas de casi el doble que antes se quedarían sin hogar. Como estrategia política, funcionó: los arrendatarios seguían oponiéndosele, pero las encuestas mostraban que más de la mitad de los flamantes propietarios cambiaron efectivamente su alineamiento político hacia los tories. La clave fue un cambio psicológico: ahora pensaban como propietarios y los propietarios tienden a votar conservador. Había nacido la sociedad de propietarios como proyecto político.
Al otro lado del Atlántico, Reagan coló una miríada de políticas que convencieron semejantemente a la población de que las divisiones de clase ya no existían. En 1988 sólo el 26% de los americanos respondía a los encuestadores haber vivido en una sociedad dividida entre los que «tienen» y los que «no tienen» y el 71% rechazaba de plano el concepto de clase. El verdadero salto, con todo, llegó en los noventa, con la «democratización» de los títulos de propiedad, que dejaron a cerca de la mitad de americanos con títulos de propiedad de vivienda. Observar las cotizaciones se convirtió en pasatiempos nacional, cuya información en las pantallas televisivas se convirtió en más común que la previsión del tiempo. Main Street //1 fue asaltada por los enclaves de las elites de Wall Street.
El cambio fue, de nuevo, psicológico. La propiedad de títulos supuso una parte relativamente pequeña del promedio de ganancias de los americanos, pero en la era de la reducción y deslocalización frenéticas, esta nueva clase de inversores amateurs tuvieron un marcado cambio de conciencia. Siempre que se anunciaba una nueva serie de despidos, alzando los precios de los títulos, muchos respondieron, no identificándose con aquellos que iban a perder su empleo o protestando contra las políticas que permitían esos despidos, sino ordenando a sus agentes de Bolsa que compraran.
Bush llegó al poder resuelto a llevar esas tendencias aún más lejos, a repartir cuentas de la Seguridad Social a Wall Street y se marcó como objetivo dar acceso fácil a la propiedad a las comunidades minoritarias, tradicionalmente fuera de la órbita del Partido Republicano. «Menos del 50% de los afroamericanos e hispanoamericanos tiene casa de propiedad», hizo notar en 2002. «Es demasiado poco.» Instó a Fannie Mae y al sector privado a «abrir millones de dólares para posibilitarles la compra de una casa», en un aviso importante de que los prestamistas subprime estaban llevando su riesgo hasta el límite.
Hoy se han roto las promesas básicas de la sociedad de propietarios. Primero, el estallido de la burbuja del punto com; después, los empleados vieron sus pensiones de valores pesados esfumarse con Enron y WorldCom. Ahora tenemos la crisis de las hipotecas subprime, con más de dos millones de propietarios enfrentándose a la ejecución hipotecaria de sus casas. Muchos están echando mano de sus 401-k ─su trozo de mercado de valores─ para pagar sus hipotecas. Wall Street, significativamente, ha reñido con Main Street. Para evitar el examen regulador, la nueva tendencia se aleja del intercambio público de títulos y va hacia la participación privada. En noviembre Nasdaq se unió con varios bancos, incluyendo a Goldman Sachs, para formar Portal Alliance, un mercado de participaciones privadas abierto sólo a inversores con activos que superen los 100 millones de dólares. A corto plazo, la sociedad de propietarios de ayer se ha convertido en una sociedad de sólo potentados.
El desahucio masivo de la sociedad de propietarios tiene profundas implicaciones políticas. Según una encuesta de septiembre de Pew Research, el 48% de los americanos dice que su vida en la sociedad se divide entre los que tienen y los que no tienen, cerca del doble que en 1988. Sólo el 45% se ve a sí mismo como parte de los que tienen. En otras palabras, estamos viendo el retorno de la conciencia de clase que la sociedad de propietarios había supuestamente extirpado. Los ideólogos del libre mercado han perdido una herramienta psicológica extremadamente potente y los progresistas la han ganado. Ahora que John Edwards está fuera de la carrera presidencial la pregunta es si habrá alguien que se atreva a usarla.
NOTA T.: //1 » Main Street», literalmente, «Calle Mayor», es el nombre que suele darse en EEUU a la calle céntrica de una ciudad en la que se agrupa el pequeño comercio. Es frecuente oponer Wall Street (la calle en que se ubica la Bolsa de Nueva York) a «Main Street», como contraposición figurada del mundo de la gran empresa y las grandes finanzas al mundo de la pequeña empresa productiva.
Naomi Klein es la autora de No Logo: Taking Aim at the Brand Bullies (Picador) y, más recientemente, Fences and Windows: Dispatches From the Front Lines of the Globalization Debate (Picador). Su ultimo libro es La doctrina del shock .
Traducción para www.sinpermiso.info : Daniel Escribano
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