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Diez razones y una arista moral complementaria

Fuentes: Rebelión

Palabras de presentación del ensayo Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente. El Viejo Topo, Barcelona, 2008: 6 de mayo de 2008, C.S.I.C-Residencia de Investigadores de Barcelona.

Para Santiago Alba Rico, Joan Benach, Joan Pallisé, Jorge Riechmann, Joaquim Sempere y Enric Tello, por lo mucho que me enseñaron, por lo mucho que me enseñan.

 

Bona tarda. Gràcies per la seva presència.

Empezaré, si me permiten, con un cuento anónimo y finalizaré con un breve texto de Miguel Hernández.

Sé por Santiago Alba Rico que un sabio, oriental desde luego, trató de concentrar toda la sabiduría humana en una página, luego en una frase, más tarde en una palabra, para acabar sumiéndose en el silencio y aconsejándolo a todo el mundo. Estaba a punto de seguir este sensato consejo y recomendarles sin más la lectura del libro que esta tarde presentamos pero he resistido finalmente, acaso para su perjuicio, esa razonable tentación. Prosigo, pues, contándoles otro cuento, no oriental esta vez si no ando errado.

Un tranquilo y taciturno campesino vigilaba a dos vacas que pastaban en un prado. No hacía nada más. El encuentro era en tiempos anteriores a las urgencias neoliberales, como ustedes habrán deducido. Otro campesino que pasaba por allí se sentó en un pequeño muro que delimitaba el prado, permaneció un momento en silencio y finalmente preguntó.

-¿Comen bien las vacas?

-¿Cuál de ellas? -dijo el otro.

El campesino, el que estaba de paso, un poco desconcertado por la pregunta, respondió al azar:

-La blanca.

-La blanca sí-dijo el primero.

-¿Y la negra?

-La negra también.

Tras el primer intercambio los dos campesinos permanecieron durante un buen rato en silencio con la mirada perdida en el familiar paisaje, las montañas y el pueblo. Después el segundo campesino volvió a preguntar:

-¿ Y dan mucha leche?

-¿Cuál de ellas? -contestó el primero.

-La blanca.

-La blanca sí

-¿Y la negra?

-La negra también.

Siguió otro silencio, tan largo como el anterior, en el transcurso del cual apenas se miraron. Sólo se oía el apacible sonido de las dos vacas que pastaban. Finalmente el segundo campesino, por tercera vez, rompió el silencio nuevamente y preguntó:

-Pero ¿por qué siempre me preguntas «cuál de ellas»?

-Porque -contestó el primero-, la blanca es mía.

-Ah-dijo el otro.

Reflexionó, dudó, pero volvió a preguntar, no sin una oculta aprensión:

-¿Y la negra?

-La negra también, respondió el otro.

 

Aseguran documentados críticos literarios que éste es uno de los cuentos con mejor esencia filosófica de los que se conocen. No estoy totalmente convencido de ello pero, sea como sea, comparte virtud con el libro que hoy presentamos: el cuento de y sobre campesinos, el oficio que mi padre amaba y que apenas pudo ejercer, causa sorpresa por momentos, mueve a la reflexión, nos produce sonrisa cómplice y nos ayuda a pensar sobre temas afines, algo próximos o incluso muy alejados.

Esta es mi primera razón para recomendarles la lectura de Casi todo lo que usted. Les daré brevemente -no se asusten- nueve razones más. Dirán ustedes, y dirán con razón, pero ¡que ataque de inmodestia es éste! ¿Cómo es posible que alguien que figura en la portada de un libro como coautor elogie su obra sin disimulo? ¡Estos no sólo son tiempos de cólera y de codicia sino tiempos también de irracionalidad y disparate! Perdimos estamos.

Déjenme argumentar en sentido contrario y sin falsa modestia. Mi labor en Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear ha consistido en preguntar con sosiego y con algo de información, en señalar temas, en buscar documentación cuando ha sido el caso, en pedir ayuda a amigos para los textos de presentación y cierre del volumen y, también, por qué no ocultarlo, a buscar cafés cuando Eduard estaba cansado (o incluso sin estarlo). En el haber, en el amplísimo haber del amigo Eduard, está lo esencial del libro: la información contrastada, años de investigación, combate por una causa justa, publicaciones reconocidas de enorme interés que yo apenas logro entender tras dedicación y esfuerzo y una capacidad corroborada para ver siempre cual es el rovell de l’ou, el núcleo duro de los asuntos, y no perderse en y por senderos laterales (y menos colaterales).

Aclarada mi colaboración en el volumen, me gustaría añadir nueve razones más para recomendarles no digo la adquisición pero sí la lectura de este ensayo sobre nucleares, salud y medio ambiente.

Íbamos por la segunda razón. Casi todo lo que usted desea saber es, desde mi punto de vista, un buen libro -estaba a punto de escribir «excelente»- de divulgación científica. No sólo es eso, pero es también eso. Y eso presupone una finalidad poliética que merece destacarse: llevar la ciencia al ágora, ayudar a que la ciudadanía hable de manera informada sobre temas que le afectan directamente y en asuntos tan centrales para su vida como es su salud, la de sus conciudadanos, y la situación del medio ambiente en general.

La tercera razón es más particular. Tiene que ver con mi deformación logicista y con la aspiración a las buenas argumentaciones. Eduard muestra aquí, de facto, con su buen hacer, cómo se debe argumentar con corrección, como no dar pienso (o aceite) en malas condiciones por pienso saludable o aceite controlado, cómo avanzar en el ámbito del conocimiento paso a paso, con esfuerzo, con rigor, sin falacias adyacentes y sin intereses espurios como guía normativa. Bruno Latour, un sociólogo de la ciencia acaso un pelín contento en exceso de haberse conocido tiempo atrás, estudió la ciencia en el laboratorio. Yo he podido estudiar cómo se elabora ciencia, buena ciencia, en el despacho de Eduard.

La cuarta razón tiene antecedentes y deudas que luego citaré y que ustedes van a intuir rápidamente. El ensayo ayuda a la renovación, al abono, de la vieja y necesaria alianza entre los movimientos de emancipación y la ciencia seria. El movimiento alterglobalizador, el movimiento de movimientos, como ustedes prefieran, con el que algunos simpatizamos abiertamente, necesita no caer en las trampas del irracionalismo y el anticientificismo. Paco Fernández Buey, entre otros, ha vuelto a llamar la atención sobre este punto. A nadie le ayuda el desconocimiento, el no saber cosas básicas sobre asuntos centrales. Para nada es conveniente tirar el niño afable y crítico con el agua ciertamente turbia de algunos desarrollos científico-mercantiles. También Casi todo lo que usted desea saber apunta en esta dirección: pretende ser un arma pacífica que ayude a los activistas del movimiento antinuclear que nuevamente, tal Ave Fénix renovada, debe resurgir con fuerza de cenizas nunca totalmente apagadas para proseguir su sensata oposición a una fuente energética y a un modelo de sociedad que tiene poco que ver con la idea, casi con cualquier idea decente, de sociedad buena.

Más telegráficamente y en quinto lugar, Casi todo lo que usted desea saber ayuda también a destapar pasos ocultados por el franquismo o no suficientemente conocidos, lugares donde habita un olvido inadmisible, a la renovación de la memoria, de nuestra memoria histórica. Por ejemplo, y creo que es una buena ilustración, el accidente nuclear de Palomares, el capítulo IX del libro, que en mi opinión es uno de los más interesantes.

La sexta razón tiene que ver con la izquierda, con la izquierda pro nuclear, en el supuesto, sin duda discutible, que la expresión no encierre una contradicción en sus términos. En Casi todo lo que usted desea saber pueden encontrase argumentos de interés, resumidos sucintamente en el último capítulo, sobre una arista del poliedro a veces olvidada: que no sólo son los foros nucleares, la administración Bush II, las grandes multinacionales del sector, las Endesa e Iberdrolas, sino también sectores de izquierda, y no sólo fuerzas políticas sino también sindicales, las que parecen abonar actualmente ese peligroso sendero energético, esta apuesta poco razonable, presentada además como el último grito de la postmodernidad progresista.

Más telegráficamente aún. Casi todo lo que usted desea saber apuesta y argumenta a favor de un asunto central que a mi, personalmente, cada vez me parece más razonable y urgente: se puede vivir de otra manera y, además, se puede vivir mejor. Y no sólo nosotros, sino muchos otros seres humanos que no siempre cuentan en las cuentas y con los que incluso nosotros no siempre contamos. También aquí, como en tantos otros lugares, la mejor forma de decir es hacer.

La octava razón es más frívola. No sé si ustedes ya han leído el libro. Si no lo han hecho, cosa muy improbable a estas alturas, déjeme aconsejarles que lo abran por el glosario, por la voz «quark», páginas 271-272 para facilitarles la tarea. Toda ella, toda esta entrada, sin una coma (¡ay!) por mi parte, está en el hacer de Eduard. Es grandiosa. Es un modelo de saber, de ironía, de buena escritura, de excelente documentación. Sólo por ella -insisto sin exageración: sólo por ella, sólo por esta entrada- valdría la pena la lectura del volumen.

La novena razón son de hecho, observen la trampa que intento colarles, cinco razones en una. Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear lleva cinco regalos incorporados. La magnífica presentación de Jorge Riechmann, donde discute magníficamente (as always) la apuesta actual de James Lovelock por la energía nuclear; el prólogo, el excelente prólogo de Enric Tello del que lo mínimo que debería decirse es aquello que él escribe en su título: «Léalo y páselo»; el epílogo de Joaquim Sempere, en el que de nuevo muestra e incluso demuestra lo que es para muchos de nosotros desde hace tiempo: no sólo un amigo sino un maestro en el que siempre aprendemos; la nota final de Joan Pallisé, del viejo, no por mayor sino por tenaz, combatiente antinuclear, cuyo título dice más que mil palabras: «No es necesario ser científico ni ingeniero nuclear para participar en el debate nuclear», y, finalmente, el sentido -y magníficamente escrito- texto de Santiago Alba Rico, que pone el acento en un vértice no olvidado en el ensayo: la cara militar, la cara lunática ocultada del programa nuclear, la conocida falacia de los átomos para la paz .

La décima debo decirla rápidamente aunque merecería, sin duda, un desarrollo más detallado. Ustedes ya la han intuido anteriormente, seguro que no se les ha escapado que todas las personas que participan en Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos…, incluyendo Joan Benach y acaso Carme Valls, han sido amigos, discípulos, y en mi caso alumno, de una figura central en la cultura barcelonesa, catalana y española. Fue un excelente crítico literario; un filósofo grande, enorme; su papel fue básico en la introducción y consolidación de los estudios de lógica en España; fue un profesor excepcional; un traductor riguroso de producción aléfica; fue un revolucionario y un animador de mil asuntos político-culturales; nos abrió la mirada a temas, como el que tratamos, no siempre observados por nosotros en aquellos momentos. Me refiero, claro está, no es necesario decirlo, al maestro Manuel Sacristán. También aquí su influencia es nítida. Quiero pensar que seguramente este volumen fuera de su agrado y superaría con nota, aunque con anotaciones, su agudo espíritu crítico.

 

Como suele ocurrir estas diez razones que les he expuesto pueden resumirse en uno o dos principios. Lo intento en uno que diré con el título de una película que no he podido ver hasta ahora. Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos posibilita extraer de nosotros lo mejor de nosotras: interés por asuntos decisivos, estudio, información contrastada, práctica política voluntaria cuya aspiración es servir a la ciudadanía más desfavorecida y no el interés propio, cuidar la vida, cuidar con sosiego la casa del Ser que diría aquel peligroso ex rector de la Universidad de Friburgo. Largo etcétera.

Es posible, es razonable sin duda, que ustedes me pidan una mejor definición, que piensen que hablar en estos términos de lo mejor de nosotros y nosotras no está nada claro, que todo esto es demasiado ambiguo, demasiado literario. Lo admito, acepto su crítica. La expresión arrastra más de un concepto difuso, inevitablemente difuso, y yo sé poco, muy poco, de lógica borrosa. Así que se lo intento explicar de forma más indirecta, con dos textos, no con uno como les prometía. El primero de Edward Said, el segundo del gran poeta republicano Miguel Hernández.

Cito el primero por mor a la propia reflexión de Said, por la admiración que sigo sintiendo por su obra y su hacer y por llamar la atención nuevamente por la situación de la ciudadanía palestina cuyo sufrimiento, cuyo enorme sufrimiento, no tiene justificación alguna y es un atentado permanente a derechos básicos de los seres humanos.

El texto de Said, cuyo conocimiento también debo a Santiago Alba Rico, habla de un tema poco postmoderno, del compromiso del intelectual. Dice así:

 El intelectual está precisamente dotado de la facultad de representar, de encarnar, de expresar un mensaje, una visión, una posición, una filosofía o una opinión delante -y para- un público. Ahora bien, este papel tiene sus reglas; no puede ser ejercido sino por aquellos a los que se sabe comprometidos a plantear públicamente las cuestiones que molestan, a enfrentarse al dogma y la ortodoxia (y no a producirlos); por aquellos a los que no se puede reclutar a voluntad por un gobierno o una multinacional y cuya razón de ser es la de representar a todas las personas y todos los problemas sistemáticamente olvidados o dejados de lado. El intelectual se basa en este cometido en principios universales; a saber, que todos los seres humanos tienen el derecho de esperar, no importa a qué nación pertenezcan, la aplicación de las mismas normas de decencia y de conducta en materia de libertad y de justicia, y que toda violación de estas normas, deliberada o no, debe ser denunciada y valientemente combatida

 

El segundo texto que quería citarles es más breve. Lo traigo a colación por su belleza, por su decencia, por lo que hay detrás (y delante) de él, por amistad con Eduard, por agradecimiento por su trabajo y porque sé que la República sigue siendo para él una tradición irrenunciable que no es sólo, aunque también, parte del pasado, parte imborrable de nuestra historia.

El texto del gran poeta alicantino, fallecido a los 31 años de edad en condiciones inenarrables, dice así:

Aunque el otoño de la historia cubra vuestras tumbas con el aparente polvo del olvido, jamás renunciaremos ni al más viejo de nuestros sueños.

 

Muy amables. Gracias por su atención. Les dejó en buena compañía, en manos de un cerebro informado y muy bien amueblado que lleva incorporado un corazón rebelde. Son órganos de Eduard Rodríguez Farré.