Parecería natural que un prestigioso analista de política internacional, miembro del afamado CSIS (Center for Strategic and International Studies), con sede en Washington, estuviera en posesión de datos e información suficientes como para emitir juicios atinados sobre la política exterior de EEUU. (Un breve inciso: las entidades como el CSIS suelen ser llamadas en inglés […]
Parecería natural que un prestigioso analista de política internacional, miembro del afamado CSIS (Center for Strategic and International Studies), con sede en Washington, estuviera en posesión de datos e información suficientes como para emitir juicios atinados sobre la política exterior de EEUU. (Un breve inciso: las entidades como el CSIS suelen ser llamadas en inglés think-tanks; esto es, literalmente: «depósitos de pensamiento». La palabra tanks nada tiene que ver aquí con los carros de combate, aunque éstos sean a veces útiles instrumentos en la política internacional).
Con motivo de los planes recientemente anunciados por Barack Obama en relación con la implicación militar de EEUU en Iraq y en Afganistán, Samuel Brannen -el analista antes citado- ha manifestado ciertas opiniones que, en todo caso, no dejan de ser pintorescas. Según él, la mayoría del pueblo estadounidense sigue pensando que la guerra de Afganistán es una «guerra buena» en la que «merece la pena combatir». No hay que ser muy malicioso para leer entre líneas y deducir que, por el contrario, la de Iraq no es tan buena y quizá no merezca tanto la pena. Pero esto son suposiciones en las que no es conveniente profundizar.
Sigue su argumentación exponiendo después que en Afganistán «está más claro quiénes son los malos, y la misión también está más clara». Vamos, que es como en las viejas películas de indios y cowboys: los malos son los pieles rojas y hay que salvar a la chica. Nada parecido con esos otros filmes de complicada trama, donde los intereses enfrentados no son ni buenos ni malos sino que se mueven en la habitual gama de grises que constituye siempre el fondo de la conflictividad humana.
Lo interesante empieza cuando el analista pretende justificar su peculiar punto de vista: «Es aquí [en Afganistán] en donde se origina esa forma de terrorismo radical islámico. No en Oriente Próximo. Viene del conflicto afgano-soviético y del triunfo de los talibanes con la presencia de Al Qaeda».
El cinismo de la frase es superlativo. Ahora va a resultar que el «conflicto afgano-soviético» fue algo que EEUU se limitó a observar desde la barrera, retorciéndose las manos de angustia y dudando a favor de cuál de las partes implicadas habría de poner su atribulado corazón. Cuando es más que sabido que fueron los múltiples recursos de EEUU los que alentaron la rebelión afgana contra el invasor soviético, creando y robusteciendo un frankenstein, vestido de talibán, que pronto se volvería contra su patrocinador.
Si ésa es la información que desde un centro llamado «de estudios estratégicos e internacionales» se transmite a la población, no hay que asombrarse de que desde los grandes medios de comunicación se describa una situación y unos antecedentes históricos que nada tienen que ver con la realidad, cuando de Iraq o de Afganistán se trata.
De ese modo, es casi obligado coincidir con la opinión del director de otro centro igualmente acreditado, como es el Center on Politics & Foreign Relations, de la misma capital, para quien «la mayoría de los estadounidenses cree que ganamos la guerra de Afganistán en el 2001 y que eso es ya una cosa pasada». Sin embargo, el 13 de julio se produjo uno de los más violentos ataques contra las fuerzas de la coalición ocupante, con la muerte de nueve soldados estadounidenses. Otros 28 habían muerto el mes anterior. Además, un informe militar considera que la violencia ha aumentado este año un 40% en la zona oriental del país.
Cuesta comprender cómo, en tal tesitura, la opinión pública considera a Afganistán un problema del pasado, ya en vías de solución, a no ser que sea sistemáticamente confundida por organismos y medios interesados en que así ocurra. Visto lo cual, el citado director llega a esta conclusión: «Como la opinión pública sigue creyendo que la guerra de Afganistán es algo del pasado, si las cosas allí se nos van de las manos y empezamos a tener un número creciente de bajas, cundirá la sorpresa y aparecerá un cierto rechazo».
Para ese viaje no se necesitaban alforjas ni estrujar los cerebros pensantes de tan prestigiosos think-tanks. La Historia enseña que los pueblos engañados, al percibir el engaño, reaccionan a veces con ira. También es conocido el dicho de que «se puede engañar a todos durante poco tiempo, se puede engañar a algunos mucho tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo». Lo más sorprendente sería que esa misma opinión pública aceptara de buen talante la retirada de unas brigadas de Iraq -según propone Obama- y que éstas, en vez de volver a casa, entraran de nuevo en combate en el inestable teatro de operaciones afgano.
En fin; como me comentaba un viejo compañero de armas, la estrategia política y militar se basa en antiguas fórmulas que el paso del tiempo sólo ha revalidado: «amagar y no dar»; «quien da primero, da dos veces», «ver sin ser visto», «no te fíes ni de tu padre» (a la que habría que añadir «no creas ni lo que ves», en esta época de imágenes digitales trucadas) y alguna otra del mismo tenor. Pero para eso no se necesitarían los think-tanks y algunos tendrían que buscarse otro trabajo.
* General de Artillería en la Reserva