El próximo 4 de noviembre se celebrarán elecciones «libres» en el país al que tanto le gusta impartir clases de democracia al mundo entero. Ese día, en los Estados Unidos habrá gente que vote dos veces; gente que, aunque quiera y por haber sido excluida del censo -parte de la población negra, latinos, aborígenes, inmigrantes, […]
El próximo 4 de noviembre se celebrarán elecciones «libres» en el país al que tanto le gusta impartir clases de democracia al mundo entero. Ese día, en los Estados Unidos habrá gente que vote dos veces; gente que, aunque quiera y por haber sido excluida del censo -parte de la población negra, latinos, aborígenes, inmigrantes, pobres de la ciudad y del campo…-, no podrá votar ni la vez que realmente le corresponde. Tampoco podrán votar muchísimos trabajadores, porque las elecciones en aquel país siempre se celebran en martes -día laboral-, y muchos patronos no conceden permiso a los obreros para salir de las empresas a ejercer su supuesto derecho. Habrá gente que, mediante el «voto ausente», votará estando encarcelado e incluso muerto. Y no sería la primera vez si se llegasen a comprar boletas de votación por unos pocos dólares o por un plato de comida, lo que demostraría, una vez más, que en el país de la «democracia» existe un por ciento muy elevado de inocultable miseria caminando por sus calles: un Tercer Mundo de muchísimos habitantes.
Pero parece que lo hasta ahora dicho no importa demasiado, el próximo 4 de noviembre insistirán en el carácter libre y democrático de las elecciones estadounidenses. ¿Obama o McCain? ¿Alguien sabe o ha oído hablar de más candidatos? Sé que los hay, pero, aun así, ¿podemos hablar de pluripartidismo en el país imperialista? Nada más lejos de la realidad ¿Bipartidismo? Tampoco, pues lo cierto es que con verdaderas posibilidades de éxito electoral sólo concurre un partido con dos facciones: la demócrata y la republicana, ambas grupos de inversionistas y representantes del gran capital, ninguno de la clase obrera o algo que minimamente se le parezca.
Por eso cuando leo o escucho ciertos comentarios de gente de izquierdas, esa que yo nunca entrecomillo cuando la escribo porque la considero tal, no hacen sino dejarme perplejo. Algunos llegan a decantarse por el demócrata para que no gane el republicano, «el del partido de Bush». Y con eso ya se quedan tan anchos. E incluso hay quien se arroga el derecho de pedir a «candidatos menores» que retiren sus candidaturas para no restar votos a Obama, como si apoyando a éste estuviesen realizando un importante acto de rebeldía.
En noviembre de 2000, Ralph Nader fue acusado de hacer perder las elecciones a Al Gore, cuando todo el mundo sabe que Bush las «ganó» de manera fraudulenta y que el candidato demócrata, casi de inmediato, reconoció el falso triunfo del republicano. Cuatro años después, Nader repitió como tercer candidato en discordia. Pero conocidas e influyentes personas pidieron educadamente -algunos no tan educadamente- que retirara su candidatura para no restar votos a John Kerry, el candidato demócrata de entonces a la Casa Blanca. Se trataba, según ellos, de que George W. Bush no gobernara otros cuatro años. ¡Vaya una alternativa más «alentadora» la propuesta realizada por aquellos sesudos individuos! En vez de trabajar por crear unas sólidas bases para que algún día, aunque lejano, se pueda dar un vuelco a tan nefasto panorama actual, estos individuos, con su actitud, contribuyen seriamente a perpetuarlo. «El corrupto sistema político no ofrece otra opción», argumentan algunos, obviando que con esa actitud tan derrotista nunca se habría hecho ni una sola revolución en ninguna parte del mundo.
Cierto que invertir el orden establecido con enemigos tan poderosos es un objetivo muy difícil de alcanzar. Pero difícil no es sinónimo de imposible. Por contar con amplios sectores de desfavorecidos, Estados Unidos posee un potencial revolucionario nada desdeñable y que, a día de hoy, está prácticamente abandonado. Se trata de trabajar con las masas, que son las llamadas a hacer las revoluciones. Otorgarles el papel que les corresponde, organizarlas, sumarlas e instruirlas -y no digo con esto que carecen de inteligencia- es la tarea que urge si se quiere acabar con la hegemonía de los dos grupos de inversionista que representan única y exclusivamente al gran capital. Y para que esto suceda algún día, no se puede seguir jugando a apostar por los demócratas «para que gane el menos malo de los dos».
¿Apoyar a Barack Obama? ¿Por qué? ¿Porque promete cambio y es el primer negro de la historia con posibilidades de ser presidente? ¿Quién está financiando el elevadísimo y vergonzoso costo económico de su campaña electoral? El gran capital, sin duda, y a éste deberá devolver el favor con intereses bien altos si finalmente consigue instalarse en la Casa Blanca. Sabemos de sobra que los intereses de los grandes capitalistas chocan de frente con los de la clase obrera. ¿Qué les hace pensar, pues, a aquellos artistas e intelectuales -supuestamente de izquierdas- que Obama va a ser mejor gobernante para el conjunto de los estadounidenses y, por ende, para la población de todo el mundo?
Si hacemos un poco de memoria nos daremos perfecta cuenta de que, al igual que los republicanos, los presidentes demócratas tampoco han sido precisamente hermanitas de la caridad. Entonces, ¿por qué pensar que Obama va a ser diferente?
De los cuatro presidentes estadounidenses que quisieron comprar la isla de Cuba a los españoles, tres eran demócratas: en 1848 James Knox Polk (1845-1849); en 1853 Franklin Pierce (1853-1857); y en 1857 James Buchanan (1857-1861). El cuarto presidente que quiso comprarla, William McKinley (1897-1901), era republicano, e hizo la oferta de compra en 1898, pocos días antes de la injerencia militar estadounidense en la Guerra de Independencia de 1895-1898.
Bajo la administración de John F. Kennedy -demócrata-, el 17 de abril de 1961 Estados Unidos invadió Cuba por Playa Larga y Playa Girón. El 3 de febrero de 1962 ordenó el bloqueo económico total de la Isla. Y el 22 de octubre del mismo año, con la conocida «Crisis de Octubre» en marcha, se anunció públicamente el bloqueo naval contra la Isla. También puso en marcha la Operación Mangosta, un proyecto del imperialismo yanqui contra Cuba después de su derrota en la citada invasión. Este proyecto, que buscaba desestabilizar a la Revolución cubana y que costó la vida de no pocas personas y grandes pérdidas económicas, se inició en noviembre de 1961 y concluyó el 3 de enero de 1963, aunque extraoficialmente continuó por mucho más tiempo.
Al Che lo asesinaron el 9 de octubre de 1967 en La Higuera, Bolivia, luego de ser herido y apresado un día antes. Sabemos que Barrientos, el presidente del país andino por aquel entonces, mandó asesinar al Guerrillero Heroico por órdenes del gobierno de los Estados Unidos. El presidente imperialista en aquel momento era Lyndon Baines Johnson, el principal impulsor de la Guerra de Vietnam, y, qué casualidad, pertenecía al partido demócrata.
Si nos centramos en el hasta ahora último presidente demócrata, William Clinton, podremos observar que más y más de lo mismo. El 27 de junio de 1993, Clinton ordenó un ataque de proyectiles contra Bagdad. Se lanzaron veintitrés misiles Tomahawk, con el nefasto y buscado resultado de ocho civiles muertos -entre los que se encontraba la conocida artista en el mundo árabe, Layla al-Attar- y una docena de personas heridas. Al día siguiente, camino de la iglesia, el presidente demócrata expresó a la prensa: «Me siento bastante bien respecto a lo que sucedió y pienso que el pueblo estadounidense debe sentirse igualmente bien al respecto».
Su administración se involucró en los repetidos ataques aéreos a Iraq, donde las sanciones impuestas por la ONU, forzadas por Estados Unidos, se cobraron la muerte de cerca de 2.000.000 de personas por enfermedad, desnutrición y otras causas, en su mayoría niñas y niños.
Curiosamente, el belicista Clinton eludió el Servicio militar obligatorio en plena Guerra de Vietnam -recordemos que buena parte de ella con el demócrata Johnson en el poder-, marchándose a estudiar a Europa. Tiempo después, cuando trató de llegar a la Casa Blanca, se defendió diciendo que lo hizo por motivos políticos y morales, ya que, según él, estaba en contra de aquella guerra y era «objetor de conciencia».
Clinton endureció el bloqueo norteamericano a Cuba con la ley Helms-Burton de 1996, que es una flagrante violación del Derecho Internacional. Y con el Plan Colombia llenó de armas e instructores militares el país sudamericano, facilitando la práctica sistemática del terrorismo de Estado.
En mayo de 1998, Fidel hizo llegar un mensaje a William Clinton a través de Gabriel García Márquez. Producto de aquel mensaje, los días 16 y 17 de junio del mismo año, una delegación de oficiales norteamericanos del FBI recibió, en La Habana, amplia información documental sobre las actividades de terroristas de Miami en territorio cubano. La única respuesta que Cuba recibió por parte del gobierno norteamericano, casi tres meses después, fue la detención de los informantes cubanos en Estados Unidos. Era el 12 de septiembre de 1998, y los Cinco antiterroristas cubanos fueron condenados a injustas y alucinantes penas, incluidas varias cadenas perpetuas. Hoy, diez años después, Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Fernando González, Antonio Guerrero y René González siguen presos en las cárceles del imperio.
Clinton combinó la penetración económica abierta y la captación de nuevos clientes políticos con la intervención militar y de inteligencia encubierta. Con él como presidente, el imperialismo yanqui se expandió bastante más que con ningún otro presidente desde Harry Truman -otro demócrata, que además ordenó el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki-, estableciendo numerosos estados-clientes que actualmente son miembros de la OTAN. A través de esta alianza, Clinton declaró dos veces la guerra a Yugoslavia -primero Bosnia y después Kosovo-, y los sangrientos resultados de sobra se conocen. Envió tropas a Somalia, que tuvo que retirarlas precipitadamente del país africano, para volver a enviarlas otra vez y bombardearlo despiadadamente. También Haití supo lo que es una invasión norteamericana, en el intento yanqui de incluir a la nación caribeña entre sus nuevos estados-clientes. Terrorífico historial el del demócrata presidente para ser un «objetor de conciencia». Son sólo algunos ejemplos, creo que no es necesario añadir nada más.
Este siniestro individuo, descartada su mujer como candidata a la presidencia de Estados Unidos por el partido demócrata, está ahora haciendo campaña y pidiendo el voto para Barack Obama, porque «representa el futuro de Estados Unidos».
Por otra parte, el candidato demócrata está recibiendo en los últimos días de la campaña electoral apoyos y adhesiones tan curiosas como sospechosas, como es el caso de Colin Powell -republicano-. Powell aseguró que su apoyo a Obama obedece a que su partido republicano «ha girado hacia el radicalismo ideológico».
Para percatarse de que Powell tiene el sentido de la vergüenza completamente perdido sólo hace falta hacer un breve repaso a su reciente trayectoria político y militar. Consejero de Seguridad con el «carnicero» Ronald Reagan, este nuevo fichaje fue general en el Ejército de los Estados Unidos y Presidente del Estado Mayor Conjunto -el cargo militar de más rango en las Fuerzas Armadas- entre el 1 de octubre de 1989 y el 30 de septiembre de 1993. De modo que, con Bush padre como presidente del gobierno, dirigió la «Operación Tormenta del Desierto» en la Guerra del Golfo Pérsico en 1991. En diciembre de 2000, el todavía presidente George W. Bush nombró a Powell Secretario de Estado, permaneciendo en el cargo durante toda la legislatura. Como jefe de la diplomacia norteamericana, mintió descaradamente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aportando pruebas falsas sobre un arsenal de armas de destrucción masiva, supuesta y peligrosamente en manos del Ejército iraquí. Estas armas, por su inexistencia, nunca aparecieron, y fue la excusa utilizada para invadir Iraq en busca de su petróleo, con una guerra hoy todavía inacabada y que ya se ha cobrado la vida de casi 2.000.000 de personas.
Debido a que su mentira no fue respaldada por el Consejo de Seguridad de la ONU, el gobierno de Estados Unidos inició la guerra de manera ilegal, con el apoyo de la Inglaterra de Blair y la España de Aznar, aunque la población de ambos países rechazó la respuesta bélica de manera contundente. La imagen pública de Powell salió mal parada, tanto que Bush no contó con él para su segundo mandato que ahora concluye, sustituyéndolo por Condoleezza Rice.
Hace unos días, agradecido por el apoyo recibido, Barack Obama afirmó que de ganar las elecciones incluirá a Colin Powell en su administración nombrándole asesor, al parecer en materia de defensa.
Otro individuo que ha mostrado su apoyo público a Obama es el ex secretario de prensa de Bush, Scott McClellan, «porque tiene posibilidades de cambiar Washington», y también el presidente de Google, Eric Schmidt. Obama cuenta, igualmente, con el alineamiento -y lo que ello supone- de diarios como The Washington Post, Los Angeles Times, The Miami Herald, The Philadelfiphia Inquirer, The Boston Globe y The San Francisco Chronicle.
En plena crisis financiera, los dos candidatos han tentado al multimillonario inversor de 78 años, Warren Buffett, para ocupar el cargo de secretario del Tesoro. John McCain aboga por mantener las tropas en Iraq hasta que Estados Unidos gane la guerra, y Barack Obama prefiere retirar sólo a una parte de las tropas yanquis en Iraq para enviarlas a Afganistán. Los dos candidatos coinciden en que mantendrán el ilegal y genocida bloqueo contra Cuba. En no pocas ocasiones, un mismo donante millonario «invierte» su dinero en financiar a ambos candidatos…
¿Hacen falta más pruebas para poder afirmar que en el fondo -y en la superficie- demócratas y republicanos son exactamente lo mismo? Personalmente no quiero que gane McCain, pero si gana Obama no sentiré ni un ápice de alegría. Al fin y al cabo, gane quien gane, será el gran capital quien gobierne en los Estados Unidos, y de alguna manera también en el resto del mundo.
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