«Compre Norteamericano» pudiera no ser una mala consigna. Sería así de aludir no sólo al mercado interno de los Estados Unidos y si constituyera una rectificación respecto al absurdo neoliberal del libre comercio impuesto a América Latina a pesar de las asimetrías económicas propias del subdesarrollo y a las deformaciones estructurales que lo acompañan. De […]
«Compre Norteamericano» pudiera no ser una mala consigna. Sería así de aludir no sólo al mercado interno de los Estados Unidos y si constituyera una rectificación respecto al absurdo neoliberal del libre comercio impuesto a América Latina a pesar de las asimetrías económicas propias del subdesarrollo y a las deformaciones estructurales que lo acompañan.
De haber sido concebido como una solución global podía tratarse de una doctrina económica consensuada, tan buena para Estados Unidos como sería «compre mexicano» para México o para Brasil «compre brasileño». «Consuma productos cubanos» era una consigna de los años cincuenta y «compre venezolano» una propuesta que conocí en Caracas en los años setenta.
Comprar sugiere consumo, aunque en este caso no se refiere exclusivamente al consumo personal y al comercio minorista, sino que alude a la actividad mayorista ligada a la gran producción industrial, las construcciones, el transporte, la energía, los alimentos e incluso a los productos culturales y al entretenimiento.
De hecho, para la buena salud de cualquier economía es vital el equilibrio entre sus indicadores, incluyendo una voluntad política capaz de aplicar la dosis de proteccionismo necesaria para respaldar la soberanía, asegurar el desempeño económico nacional y favorecer el desarrollo social, cosa que incluso pudiera incluir regulaciones sobre las exportaciones, de modo que la política económica, en el afán de generar divisas, no de la espalda al mercado interno.
Según John Kenneth Galbraith, para quienes conducen economías emergentes y aspiran al desarrollo, la idea de que por ahorrar unos centavos resulta más conveniente importar que producir en el país, es suicida. Quien no produce no promueve a la clase obrera, ni crea tradiciones laborales, no genera puestos de trabajo y jamás alcanzará la competitividad necesaria para bajar los costos. Ese tipo de ahorro que para un negociante privado puede ser rentable, a escala de las economías nacionales en desarrollo resulta absurdo.
Una de las tragedias de las economías latinoamericanas es el predominio de la ideología exportadora, resultante de deformaciones estructurales a que condujeron las políticas económicas coloniales. A las metrópolis coloniales no les importaban los mercados internos en los territorios de ultramar, tampoco la satisfacción de las necesidades de las mayorías ni producir para masas que carecían de dinero.
El modelo exportador fue observado al pie de la letra por las oligarquías nativas que obtuvieron las republicas como botín y que, a los rezagos del dominio colonial sumaron el sometimiento al capital extranjero y a las demandas de los mercados externos. Alguien debiera preguntarse por qué el crecimiento de las exportaciones en Brasil, México, Argentina, Indonesia, y casi todos los países subdesarrollados, no conducen a una reducción equivalente de la pobreza y al desarrollo.
Los países latinoamericanos, muchos de ellos grandes exportadores y todos subdesarrollados, han caído en la trampa de la aplicación de modelos económicos que privilegian un libre comercio salvaje, sin medida ni protección, algunos sometiéndose a una doctrina que propicia el florecimiento de las empresas exportadoras, muchas de ellas extranjeras, mientras conduce a la ruina y liquida a los empresarios nativos que producen para el mercado interno.
«Compre Norteamericano» no es una rectificación de la política del libre comercio representada por el ALCA, sino su complemento. Según esta lógica, los países pobres y subdesarrollados deberán abrir completamente sus mercados, mientras Estados Unidos y el resto de los países desarrollados lo harán selectivamente.
Compre estadounidense no pudiera funcionar para el petróleo ni para el uranio, tampoco para el cacao o el banano y sería inviable para el coltan, la seda natural, el café, el cacao, el caucho y decenas de materias rimas vitales para la industria y el estilo de vida norteamericano. La consigna del momento es la excusa perfecta para cerrar los mercados a renglones exportables que los países latinoamericanos fomentaron de cara a las demandas del mercado norteamericano y ahora no podrán exportar ni consumir.
Más que de avances hacía una solución de la crisis global, «Compre Norteamericano» es una fórmula para Estados Unidos que otra vez da la espalda a sus responsabilidades internacionales y, en el mejor de los tonos neoliberales, asume la posición de: ¡Sálvese quien pueda…!
Compre productos norteamericanos, utilice sus tecnologías, hágase adicto a su entretenimiento y no exporte a los Estados Unidos habrá favorecido el cambio: «Antes Norteamérica se beneficiaba ahora América Latina se perjudica. Antaño estábamos debajo de los norteamericanos y ahora los norteamericanos están encima de nosotros.