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Crónica de una estudiante encerrada el pasado 18 de marzo en la Universidad Autónoma de Barcelona

¿Dónde está la linea roja de los mossos?

Fuentes: Rebelión

Eran casi las 5:30 a.m y dormía placidamente aferrada a las sábanas cuando de repente un ruido me despertó, «¡los mossos, los mossos!» gritaban los compañeros, yo aún estaba en la cama y sin entender qué estaba pasando, esperando cualquier señal que extirpase aquella situación de ciencia ficción o la paranoia colectiva en la cual […]

Eran casi las 5:30 a.m y dormía placidamente aferrada a las sábanas cuando de repente un ruido me despertó, «¡los mossos, los mossos!» gritaban los compañeros, yo aún estaba en la cama y sin entender qué estaba pasando, esperando cualquier señal que extirpase aquella situación de ciencia ficción o la paranoia colectiva en la cual estábamos ahogados estos últimos días. «Tenéis dos minutos» sentenció una voz grave al fondo del pasillo y muy pronto reconocí las botas, el casco y la porra, muy fácilmente aquel ruido contundente de los pasos masivos que se acercaban y que tanto me habían costado borrar de mi cabeza después de todo aquello ocurrido en la Pompeu Fabra.Di un salto de la cama y buscando algo de ropa que ponerme por encima, que me tapara delante de aquel extraño. «Dejad los móviles» gritaban, pero la oscuridad y los nervios me impedían hacer cualquier cosa que no fuese temblar. Diferentes voces iban notificándonos que nuestro tiempo se agotaba y que teníamos que salir, así que decidí coger la ropa paulatinamente y marchar antes de que las advertencias se convirtiesen en golpes de porra, después de todo, hay cosas que se aprenden rápidamente.

Saliendo de la zona donde dormían los compañeros se aglutinaban en las escaleras sentados y custodiados por decenas de mossos. Pensaba en aquel libro de Primo Levi «si esto en un hombre» y me venían a la cabeza pequeñas imágenes que él explicaba sobre los campos de concentración. Las expresiones de mis cercanos eran las de una derrota inesperada y yo acompañada por 2 mossos cogí un sitio para aguardar saber qué harían con nosotros. Una vez estuvimos todos juntos decidimos hacer «arrancacebollas» que es un método de resistencia pacifica donde todos se cogen de pies y manos a las personas que tienen a los lados para dificultar el desalojo forzoso. «¡Llamad a los medios! ¡Avisad a los compañeros!» Susurrabamos entre dientes y a escondidas, enviábamos mensajes de ayuda.

«Quien quiera salir ahora mismo por su propio pie no tendrá problema alguno, si os resistís, se aplicarán vías penales» en aquel momento la tensión se podía masticar y una persona decidió marchar, el resto (53 aprox) nos preparamos para las consecuencias que sabíamos, tendría nuestra decisión.»Ahora quien quiera, tendrá que levantarse y coger aquellos objetos personales que le sean imprescindibles», después, todo lo que se quede, pasara a ser propiedad de la universidad. «Yo tengo mi ordenador» dijo un compañero poniéndose de pie, un mosso le sentó a la fuerza, «¡habéis dicho que podía coger mis cosas!» replico otra compañera, pero no se obtuvo ninguna respuesta. Entonces, los mossos, procedieron a hacer el primer desalojo precisamente con este compañero, el opuso resistencia mientras gritaba «¡mi ordenador!» y entonces 3 mossos más se acercaron y lo inmovilizaron, mientras le golpeaban y le presionaban la cara con la rodilla contra el suelo. Todos miramos boquiabiertos y gritábamos que parasen. Hoy, este mismo compañero, tiene una fisura de rótula y múltiples contusiones, además de un mes con escayola.

Una cámara accedió, tenía un gran foco blanco que nos dificultaba la visión y que iba registrando todas nuestras caras, cuando el foco se marcho, los mossos continuaban con su trabajo, te doblaban las muñecas hasta que gritabas y te desenganchases, te estiraban de los agujeros de la nariz… Después te arrastraban por las escaleras cogiéndote de los brazos y a menudo perdíamos de vista a los compañeros que se llevaban a otras partes, se escuchaban los gritos y el estomago se te revolvía. Cuando el cámara estaba presente, sencillamente se mantenían inmóviles y silencioso, expectantes. «¡Que alguien haga fotos!» murmurábamos cuando los compañeros eran torturados, pero nunca han llegado a ver la luz estas instantáneas. Un hombre joven subió las escaleras, llevaba una capucha y un pañuelo que le tapaba la cara entera, solamente se le podían ver los ojos. Iba vestido de calle pero, hablaba con los «jefes» y se paseaba por todo el espacio. Sinceramente, la situación superaba todas las teorías conspiratorias que habíamos podido escuchar durante aquellas noches en el rectorado.

Dado que el pánico era silencioso, que comenzaba a respirarse, alguno decidió iniciar un monologo humorístico con el que todos reímos e intentamos que el miedo se nos fuese por la boca en forma de risa nerviosa. Alguna herramienta para escaparnos de la aquella situación que nunca imaginamos vivir. Pero, poco nos podía durar la risa cuando comprobamos que comenzaba a hacerse de día y los métodos utilizados por ellos eran cada vez más duros. Cogieron a un compañero que se resistía, gritaba incesantemente y de repente, su voz se transformó en «quejidos», efectivamente y sin acabar de creérmelo, descubrimos que los mossos le estaban presionando el cuello hasta estrangularlo para que se desenganchase. Intentaba hablar y sus palabras se ahogaban por el camino, nosotros sólo sabíamos protestar desesperados y tragarnos las risas que antes habían distendido tanto el ambiente.

La gente iba siendo arrastrada, cada vez éramos menos y sabíamos perfectamente cuales serían las consecuencias para los últimos. Uno de los compañeros mas habladores, le llamamos Ricardo, uno de los que mas me había calmado los ánimos repetidamente que «no me pasaría nada», «que no irían a hacer nada que me pusiese en riesgo» y que «sólo nos quedaba resistir» fue guardado para el final, con mi grupo. Los mossos se lo miraban y se decían cosas entre ellos a la oreja. Sabíamos que la cosa no iría bien, los dos que habían estado en el desalojo de la Pompeu Fabra la semana pasada para el encuentro de asambleas tenían conocimiento de hasta que punto los mossos podían acordarse de ti y de tu nombre.

Escuchábamos a los compañeros fuera gritando consignas y nos habían avisado sigilosamente de que ya estaban todos los medios fuera. Bien -pensé- al menos no quedaremos impunes. Más tarde que pronto llegó mi turno y una mano se puso en mi cara para impedir que respirase, poco después, viendo que era efectivo y resultaba demasiado visual, cambiaron la técnica por la de los dedos en la nariz y la boca. Estaba agobiada y gritaba para que me dejasen estar y en un acto reflejo (y digo acto reflejo porque así fue y no me avergüenzo de reconocerlo si por el contrario hubiese sido intencionado) cerré la boca y mordí el dedo de uno de ellos, lo único que conseguí fue que las manos del mosso que tenía detrás me rodeasen el cuello y comenzaran a presionar cada vez mas fuerte; yo gritaba para que mis compañeros se diesen cuenta pero nada conseguí que saliese de mi garganta, y el oxigeno se me acababa, así que me solté y fui arrastrada por los brazos escalera abajo hasta la mitad, donde me dejaron en el rellano. Sentí muchas ganas de vomitar y las arcadas eran continuas tirada en el suelo. Un mosso plantado a mi lado me miraba de reojo sin inmutarse y yo solo acerté a pensar que éste era uno de los momentos más degradantes de mi vida. Comprendí que no podía esperar que aquellos hombres que tenia delante se enterasen de que simplemente intentábamos luchar pacíficamente por una cosa en la que creía, de que no los habíamos tocado ni un solo pelo, de que no merecía lo que me estaban haciendo. Supe entonces que de nada servia defenderme ya que cada acción seria devuelta por triplicado y que solo quedaba «aguantar el tirón» para aceptar que la «justicia» tiene diferentes significados según quien la aplique. Llegado el momento bajaron a «Ricardo» y lo pusieron a un metro de mi y de otra compañera, los tres por separado. Nosotras dos estábamos sentadas pero a él le tenían inmovilizado por los brazos con la cabeza en el suelo y aunque en ningún momento se mostró agresivo, sencillamente se negó a marchar al igual que el resto. «Dejadme en paz, por favor, no me escaparé, me hacéis daño» les decía el compañero, pero nada podíamos esperar de los monigotes de hierro que no hacían más que desafiar los limites de su tejido óseo. «¡Parad! grité». «¿Acaso no veis que no está haciendo nada? Parad», «Calla» -me contestó aquel que había estado pasivo a mi estado decadente anterior-. «¿Cómo queréis que me calle? Dejadlo estar y me callare, ¡de verdad!», entonces uno de los mossos cercanos alargó el brazo y me golpeó la cabeza, haciendo que rebotase contra el muro. Me callé.

Cuando vimos la dureza con la que trataban a Ricardo, mi compañera y yo, esperándonos lo peor, comenzamos a armar escándalo para que se marchase el primero de los tres. «Ricardo, no seas loco y no dejes que te dejen para lo ultimo, ya sabes cómo van las cosas, ¡sal ahora!». Él coincidió con que era la mejor opción y se marchó. A continuación bajaron a otra chica y me preguntaron nuevamente «¿saldrá por su propio pie, señorita?» (Aún me pregunto qué tipo de persona te arrastra por las escaleras y después te trata de usted). «¿Tu piensas que puedo salir por mi propio pie después de lo que me has hecho?» -contesté-. Entonces me cogió por los brazos y la camiseta con la infortuna de que ésta se levantó hasta la cabeza y como era pijama me quedé totalmente desnuda de cintura para arriba. En esta situación fui arrastrada durante toda la segunda parte de las escaleras, con aproximadamente 20 mossos dispersados por todas partes presenciando la escena, hasta que me dejaron tirada en el suelo y segundos después alguien me tapo nuevamente. No se si fue aquello que acostumbran a llamar «shock» pero, alguna cosa pasaba que me impedía incorporarme por mi misma y me hacia estar totalmente inmóvil, mientras tenia grandes dificultades para creer lo que me estaba ocurriendo.

Una mano me cogió, estábamos el grupo del principio, volvíamos a estar juntos. Les hice un gesto de complicidad, pero uno de ellos miraban al suelo con los ojos bien abiertos, supongo que el tampoco conseguía entender qué estaba pasando y no era cuestión de forzarlo. En esta situación nos sacaron uno a uno mientras nosotros continuábamos explicándoles que esta ocupación estaba cargada de contenido y no podían seguir ignorando el motivo por el cual hacíamos resistencia pacifica. Mientras esperábamos, 2 mossos que continuaban a mi izquierda se recreaban «Ja, Ja… ya verás aquel cuando se quede solo, va a pillar» y reían nuevamente. Me disponía aducirles alguna cosa cuando una compañera me tranquilizó «Lo hacen simplemente para provocar… no les hagas caso», así que asentí y les di la espalda para no ver más sus gestos ni la fanfarronería.

Cuando quedé la última, estaba en silencio y preguntándome si merecía la pena intentar razonar con ellos o descargar mi rabia ahora que ya no había nadie para frenarme. Pero, entonces el «jefe» comenzó a decir alguna cosa y todos se giraron hacia el fondo quitándome la vigilancia de encima, situación que el mosso que tenía detrás, el provocador, aprovecho para propinarme una patada en la espalda a la cual respondí gritando como una poseída. El resto de mossos que no habían presenciado la escena se giraron alarmados por mis gritos y entonces me pusieron nuevamente la mano en la cara, para intentar dificultarme la respiración mientras me presionaban aquello que ellos llaman «puntos de dolor». Los que no dejan marca. Me cogieron entonces entre dos y me llevaron, finalmente, a recoger mis datos personales. Intentaba sacar la documentación, pero me temblaban las manos y lloraba, esto aun me hacia sentirme mas estúpida. Entonces «la persona» que había estado toda la noche en la otra banda del mostrador, ajeno a todo aquello que había ocurrido 10 metros mas allá, mirando mi DNI aprovechó para consolarme, «Va Nerea, no llores…» a lo que yo, con mucha educación le respondí mientras los dos mossos me sujetaban forzándome por las muñecas:»Si tu estuvieses en esta situación, ¿no llorarías?». Bajó la mirada ya no sé si por empatía o por indiferencia absoluta, la cuestión es que poco me importó en aquel momento y ya entonces, mis «acompañantes» pidieron refuerzos para sacarme fuera mientras yo llevaba la cuenta atrás que faltaba para que mi muñeca se luxase definitivamente. Así fue que salí, momento en que «La Vanguardia» aprovechó para congelar en pixels, brindándome toda una semana en la que ninguno de mi alrededor ha podido hablar de otra cosa.

Y yo me pregunto, cuando la gente comenta y condena duramente el hecho de «echarnos fuera» como una traición al dialogo y el estilo democrático, que pasaría si hubiesen estado dentro con nosotros. Si ahora no pudiesen abrazar a sus compañeros porque todos están llenos de contusiones. Si les hubiesen estrangulado, golpeado y arrastrado semi-desnudos por las escaleras, dónde quedaría entonces «Bolonia» y la «lucha por la universidad publica». Donde quedarían los señores Didac Ramirez, Josep Joan Moreso, Lluis Ferrer y su decisión de borrar a los «anti-bolonya».

Resulta inevitable sentirme incomoda con este carácter victimita que impregna la narración de los hechos y estos últimos días de mi vida, como tampoco lo estoy cuando pienso y sé, que nunca seré capaz de demostrar lo ocurrido, ni una imagen, ni un número de placa; que nunca mi palabra valdrá más que la de un Mosso d’esquadra amparado por el Estado.

Hoy el señor Saura admitía posibles «errores» y yo hago una llamada a cuestionarnos si puede ser la agresión un error cuando hablamos de una lógica represiva y si no es que el grado de violencia está en función del deseo con que se anhela el objetivo. Ya que reconoce un posible «exceso» de contundencia por parte de sus agentes ¿por qué continúan llevando pistola? ¿a qué estamos esperando? ¿qué significa los sindicatos de mossos no comparten esta condena? señor Dídac y señor Ferrer ¿Dónde está la linea roja de los mossos?

Por otro lado no me queda más que estar agradecida de haber descubierto que somos muchos los que creemos en que otra educación es posible una verdadera revolución pedagógica, una educación crítica, donde se forman profesionales, pero también pensadores. Donde el conocimiento sea una herramienta para la evolución social y personal, y no por interés de una minoría directiva-empresarial. Donde las personas ganen herramientas y recursos, no dogmas, ni automatismos, ni mecanismos de actuación incuestionables. Donde entrenarse únicamente para ser efectivo laboralmente sea, sencillamente, una opción mas a escoger, de entre tantas otras.

En ultimo lugar, querría invitar, invitarnos, invitaros a no hacer una lectura fácil, una lectura puntual de los hechos ocurridos los últimos días, ya que ha llegado el momento de posicionarse y aceptar que estos incidentes no son más que el fruto de muchos años en que la expansión del pensamiento acrítico, la precarización laboral y el malestar colectivo -que han producido la creación de nuestro propio archipiélago social-, donde todo es demasiado lejano y nada lo suficientemente «importante». Os pido vuestra colaboración porque las personas responsables del estrés psicológico que aún nos impide dormir con normalidad, asuman la responsabilidad de sus actos.