Grupos de ayuda humanitaria de Estados Unidos que trabajan para impedir muertes de inmigrantes mexicanos en la frontera afrontan cada vez más dificultades, no sólo por la violencia de los carteles de drogas, sino también por las restricciones de las autoridades.Transportar a inmigrantes a un hospital podría ser suficiente para que un voluntario sea acusado […]
Grupos de ayuda humanitaria de Estados Unidos que trabajan para impedir muertes de inmigrantes mexicanos en la frontera afrontan cada vez más dificultades, no sólo por la violencia de los carteles de drogas, sino también por las restricciones de las autoridades.Transportar a inmigrantes a un hospital podría ser suficiente para que un voluntario sea acusado de tráfico humano. Un simple acto de amabilidad como dejar agua en el desierto también puede ser objeto de penas
«Estamos siendo intimidados y penalizados por ser humanitarios», dijo Walt Staton, un voluntario de 27 años de la organización No Más Muertes.
Staton conoce esto de primera mano. Un jurado lo declaró culpable el 3 de este mes por haber «ensuciado intencionalmente» el Refugio Nacional Buenos Aires de Fauna y Flora en la ciudad de Tucson, del meridional estado de Arizona. El activista dejó jarras de plástico de cuatro litros de agua para las personas que intentan cruzar la frontera a través del desierto.
Arizona, principal entrada para los inmigrantes indocumentados a territorio estadounidense, es la «zona cero» de la crisis humanitaria, según activistas de la frontera. En el verano boreal, las altas temperaturas en el mexicano desierto de Sonora causaron varias muertes.
Se estima que, en la última década, al menos 5.000 hombres, mujeres, niños y niñas perdieron su sus vidas intentando cruzar la frontera.
No Más Muertes ha provisto agua y alimentos a los inmigrantes. Este mes, por sexto año consecutivo, estableció un campamento a 24 kilómetros de la frontera con voluntarios de todo el país.
El agua puede salvar vidas en algunas de las áreas más aisladas del traicionero desierto de Sonora, explicó Steve Jonston, de 54 años, voluntario de No Más Muertes.
A diario, los activistas instalan cientos de contenedores de agua en algunas de los senderos más transitados del desierto. Una vez que estos han sido usados, los reciclan.
Para cuando los inmigrantes encuentran estos recipientes, han estado entre tres y cuatro días perdidos en el desierto, dijo Jonston.
«Multar a Walt Staton por ensuciar sería como multar a una ambulancia por velocidad», dijo a IPS.
Pero no todos coinciden con este enfoque.
«Hay otras formas en que puede hacerse», dijo Michale Hawkes, director y administrador del Refugio Buenos Aires. «Sólo dejar las jarras es como dejar basura, es como dejar una ‘cajita feliz’ de (la cadena de comida rápida) McDonald’s frente a tu patio, es basura», sostuvo.
Hawkes sostuvo que los desechos dejados por los inmigrantes durante su viaje a Estados Unidos han significado un desafío para preservar el refugio de 117.000 acres. Cree que los faros de la Patrulla Fronteriza, que permiten a los inmigrantes hacer un llamado de rescate, son más efectivos que colocar agua.
El refugio actualmente permite a otro grupo de voluntarios instalar al menos dos estaciones de agua. Pero Jonston sostiene que esto está lejos de ser suficiente.
Durante el verano, las temperaturas alcanzan los 45 grados en el desierto. Beber por lo menos tres litros de agua por hora es necesario para sobrevivir, dijo Mario Escalante, portavoz de la Patrulla Fronteriza de Tucson.
«La mayoría de las personas que intentan cruzar no tiene idea donde se encuentran, nunca han estado antes aquí», señaló.
Los traficantes le mienten a los inmigrantes. Les dan falsas esperanza de que encontrarán agua en el desierto, dijo. No es poco común que los abandonen a los inmigrantes a su propia suerte, añadió.
Camila Chigo, de 24 años, estaba apenas conciente cuando la Patrulla Fronteriza la encontró a la vera de la carretera. Esta inmigrante del sureño estado mexicano de Chiapas estaba perdida y sola desde hacía cuatro días, y luego pasó tres días hospitalizada por sufrir un paro cardiaco.
«Casi me muero», dijo Chigo, quien habló con IPS en un refugio para inmigrantes tras haber sido deportada a Nogales, Sonora. Sus brazos tenían cicatrices y rasguños causados por atravesar la vegetación del desierto.
Activistas señalan que la creciente fortificación en la frontera a través de la construcción de una valla y el despliegue de efectivos es la causa de historias como las de Chigo.
«La frontera ha sido construida en la forma más intencional para usar el desierto como disuasivo, como un arma que ha cobrado miles de vidas», sostuvo Staton.
Y el extremo calor no es la única amenaza a sus vidas. Conforme el negocio del tráfico humano se hace más lucrativo, los inmigrantes en general son víctimas de secuestros y las mujeres en particular de violaciones en la frontera.
No obstante, la Patrulla Fronteriza en Tucson señala que hubo una disminución de los arrestos desde octubre de 2008, como señal de éxito en la estrategia fronteriza. Las detenciones bajaron de 235.800 en 2008 a 164.000 en 2009.
El número de muertos a lo largo de los 421 kilómetros de la frontera de Tucson pasó de 79 en 2008 a 83 este año.
«La tasa de muertes de inmigrantes está aumentando. No es necesariamente el número total de muertes, es la proporción de personas que cruzan y mueren», dijo el reverendo Robin Hoover, presidente de Fronteras Humanas, organización humanitaria que provee agua en el desierto en 102 estaciones.
Hoover señala que la creciente vigilancia de las autoridades está llevando a las personas a áreas más aisladas, lo que dificulta el envío de ayuda. Una de esas áreas es la tierra del pueblo indígena Tohono O’odham o Papago.
Mike Wilson, indígena estadounidense que ha dejado tanques de agua en la reserva, señaló que recientemente funcionarios policiales le exigieron que los desmontara.
«Yo me negué respetuosamente», dijo Wilson, sólo para descubrir luego que alguien se los había llevado. Ahora los reemplazó con jarras de plástico.
Voluntarios humanitarios señalan que las cosas se han hecho más difíciles en los últimos cuatro años.
En 2005, los voluntarios Shanti Sellz y Daniel Strauss fueron acusados de tráfico humano luego de intentar transportar un grupo de inmigrantes heridos al hospital. Las acusaciones en su contra finalmente fueron desechadas. Su caso fue el catalizador de una campaña de toma de conciencia llamada «La ayuda humanitaria no es un crimen».
Pero Staton no fue el primero en ir a un tribunal acusado de «ensuciar».
En 2008, Dan Millis y otro voluntario de No Más Muertes encontraron en el desierto el cadáver de una niña de El Salvador, de 14 años. Preocupado por la tragedia, Millis dejó jarras de agua dos días después cerca de los senderos que usan los inmigrantes, y fue multado por el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos. Se negó a pagar la multa de 175 dólares arguyendo que la ayuda humanitaria no era un delito.
La oficina del fiscal general estadounidense no ha comentado el caso de Staton desde que la sentencia quedó pendiente para el 4 de agosto. Podría ser condenado a un año de prisión o a multas por un total de 10.000 dólares.
Staton tiene planes de inscribirse en un seminario para convertirse en pastor de la confesión protestante Unitaria Universalista. Espera que su caso llame la atención de la crisis de derechos humanos en la frontero.
En 2008, el reportero especial de la Organización de las Naciones Unidas presentó un informe señalando que Estados Unidos no había cumplido con sus obligaciones internacionales para hacer de los derechos humanos de los inmigrantes una prioridad nacional.
«Es responsabilidad del pueblo salir y decir que no dejaremos que estas personas mueran», dijo Staton. «Quizás no podemos llevarlas a algún lado, pero al menos no estamos dejando que mueran».
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