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Con la multimillonaria ayuda estatal, los bancos de EE UU tienen hoy un mayor poder

A un año del derrumbe del cuarto banco estadounidense

Fuentes: Rebelión

Lehman Brothers tenía 158 años de existencia, tras su fundación en Estados Unidos por un inmigrante judío alemán. Y en esa dilatada trayectoria había acumulado activos por 691.000 millones de dólares para ser catalogado como el cuarto mayor banco de aquel país. Lehman era un grande entre los grandes, pero al decir de los marxistas, […]

Lehman Brothers tenía 158 años de existencia, tras su fundación en Estados Unidos por un inmigrante judío alemán. Y en esa dilatada trayectoria había acumulado activos por 691.000 millones de dólares para ser catalogado como el cuarto mayor banco de aquel país. Lehman era un grande entre los grandes, pero al decir de los marxistas, «un coloso con pies de barro».

Al final la historia comprobaría esa fragilidad disimulada detrás de balances superavitarios inflados y sin los controles por parte del Estado. El mayor desarrollo y concentración de esos bancos, desde los años ´80 hasta la crisis de 2008, se había basado no sólo en los clásicos negocios del sector como la extensión de la bancarización, los préstamos y sus intereses, etc, sino también los negocios como el de las hipotecas para emitir derivativos financieros y otros curros de la globalización.

En ese crecimiento de los negocios ocupó un lugar destacado el prestar a gobiernos del Tercer Mundo, cobrar altos intereses y refinanciar esas deudas pactando nuevos intereses. Así cobraron varias veces el préstamo original.

En fin, nada nuevo sino variaciones de una misma melodía, que aquellas entidades financieras vienen ejecutando desde tiempos inmemoriales y a mayor escala desde el surgimiento del capital financiero internacional. En cuanto a los argentinos, la historia de los sufrimientos puede remontarse hasta el famoso empréstito del naciente país con la británica Baring Brothers, un manual de la usura y el coloniaje.

Henry Paulson, secretario del Tesoro, y Ben Bernanke, de la Reserva Federal, en consulta con una veintena de banqueros durante el último período de George Bush, decidieron soltarle la mano a Lehman. Paulson procedía de Goldman Sachs, otro de los bancos en aprietos, y hubiera sido interesante saber cómo habría votado en caso que estuviera decidiendo entre el salvataje y la bancarrota de Goldman.

Aunque a los argentinos el nombre de Goldman Sachs no les diga mucho, es uno de los socios de Clarín, pues en 1999 adquirió en 500 millones de dólares el 18 por ciento de todo el paquete accionario de «Clarinete de los monopolios». Una razón más para no creer que sus tapas y editoriales contra la futura ley democrática de medios sea «un toque de atención a los problemas argentinos».

Aunque a Lehman Brothers lo dejaron morir, la administración Bush salió a sostener a la mayor parte de las entidades que se veían arrastradas al precipicio por el fallido negocio de las hipotecas de riesgo y por tener sus activos con muchos papeles tóxicos, superinflados, en la llamada «economía de casino». La burbuja financiera se pinchó el 15 de setiembre de 2008, con la quiebra de Lehman, con lo que salió a la superficie un problema mucho más vasto.

Inmensas pérdidas

Del primer paquete de auxilio financiero de texano, al menos 700.000 millones de dólares fueron directamente a los bancos. Una parte del dinero sirvió para pagar escandalosos premios, bonificaciones y salarios a los banqueros que habían conducido sus entidades al abismo. Esto enojó a muchos en Estados Unidos.

El entonces presidente electo Barack Obama, en sus últimos días como senador votó favorablemente el paquete de salvataje ideado por los republicanos, por un lado, y por otro cuestionó las bonificaciones a los banqueros. De todos modos su crítica al manejo bushista del problema fue liviana, desde que cooptó a Bernanke para que siguiera al frente de la Reserva Federal. Hace poco lo propuso para que continuara allí por un nuevo período.

Después hubo otro paquete de auxilio estatal, ya con Obama en la Casa Blanca, por 787.000 millones de dólares, que fue al mundo de las finanzas pero también benefició a las automotrices y otras firmas.

El FMI y varios analistas internacionales calculan que sólo en EE UU el Estado -o sea los contribuyentes en última instancia- aportaron 3,6 billones (millones de millones) de dólares sólo en ayuda de los bancos.

A un año de los acontecimientos, una mirada superficial al panorama financiero indica que los diez mayores bancos de ese país estarían relativamente saneados, o al menos quieren dar esa imagen, al punto que han comenzado a devolver parte del dinero prestado. El gesto puede ser interpretado como una señal de creciente prosperidad. O, en sentido contrario, para evitar que el Estado los investigue más a fondo y de a conocer al público el verdadero estado contable de los mismos.

En lo que no pueden caber dudas ni dobles interpretaciones es que, luego de la crisis y en buena medida debido al importantísimo apoyo estatal, el mercado financiero tiene una mayor concentración. Es que 92 bancos, entre federales y regionales, han colapsado; y los que eran más fuertes se han consolidado adquiriendo parte de aquellos fallidos.

El viejo Chase Manhattan de los Rockefeller había adquirido al JP Morgan, rebautizándose como JP Morgan Chase, y en medio de la crisis del año pasado se quedó con Bearn Stearns. Por su parte la conocida Merril Lynch pasó a la plantilla del Bank of America.

El poderío de JP Morgan Chase, Bank of America, Citigroup, Wells Fargo, Morgan Stanley, etc, es ahora mayor que al momento del estallido de la burbuja.

El lobby de Wall Street

A pesar de las millonadas recibidas, varios de los pesos pesados del sector, siguen clamando por una mayor ayuda estatal. Cuatro meses atrás se supo que Bank of America pedía 33.900 millones de dólares adicionales, Wells Fargo 13.700 millones, Citrigrop 5.500 millones, Gmac 11.500 millones y cinco bancos regionales otros 8.200 millones. En total estas entidades solicitaban 75.000 millones de dólares más, mientras que Goldman Sachs, JP Morgan Chase y otros aclaraban que no pedían más dinero al fisco, para mostrarse con números robustos.

Como es archisabido, de la crisis de las hipotecas se pasó a la crisis financiera y de ésta a la crisis económica mundial, con fuertes remezones políticos (ha habido huelgas, millones de despidos, crisis sociales, cayeron gobiernos, etc). Estados Unidos tenía 6,4 millones de desocupados al despuntar el drama y hoy contabiliza 14,2 millones, según artículo firmado por el contador Salvador Treber, profesor de Posgrado de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNC.

Los daños a la economía y a las poblaciones han sido muy severos. El propio FMI estima que en América Latina el producto bruto caerá este año un promedio de 2,6 por ciento. Y que la baja se profundizará en EE UU y Europa, con una tasa promedio del 3,8 por ciento. Estos no son meros números sino que detrás de los mismos hay millones de personas afectadas en mayor o menor grado.

Uno de los rubros más sensibles, la desocupación, escaló varios peldaños y seguirá en ascenso todo este año. Según la Organización Internacional del Trabajo, «se sumarán 59 millones de personas con pérdida de trabajo en 2009» (Clarín, AFP, 29/5). Con esa sumatoria, la legión mundial de desocupados llegará a 239 millones.

Cuando se piensa en las consecuencias tremendas sobre los trabajadores y sus familias que ha tenido la crisis, aún en curso, más polémica se torna la decisión de las autoridades estadounidenses de premiar de la forma como lo hizo a los bancos.

A fines de setiembre Obama reunirá a los demás presidentes del «G-20» en Pittsburgh, Pensilvania, para discutir -entre otros tópicos destadados- sobre la situación económica internacional. Si el balance se hace a fondo, será decepcionante para los mandatarios saber que desde su última reunión en Londres, el 2 de abril pasado, no hubo reforma del FMI ni del Banco Mundial, no hubo controles al sistema financiero ni eliminación de los «paraísos fiscales» o centros de la banca offshore.

Claro, los banqueros tienen poder de lobby sobre esos gobiernos. Geithner trabajó primero en la empresa de Henry Kissinger, luego en el FMI (2001-2003) y finalmente en la Reserva Federal de Nueva York (2003-2008). De alguna manera en su persona se corporiza Wall Street dirigiendo los hilos del Departamento del Tesoro, área clave del gobierno. Que después Obama no se queje de que el mundillo financiero ha decidido ignorar las lecciones de Lehman y la crisis.