Santa Clara es una ciudad con una densidad de población de 461,9 habitantes por kilómetro cuadrado. En su parque, «Coronel Leoncio Vidal Caro», se concentra una buena parte de ella en diferentes tipos de eventos, ya sean culturales, políticos, recreativos o hasta relacionados con el deporte, como cuando por seguro daban la victoria del equipo […]
Santa Clara es una ciudad con una densidad de población de 461,9 habitantes por kilómetro cuadrado. En su parque, «Coronel Leoncio Vidal Caro», se concentra una buena parte de ella en diferentes tipos de eventos, ya sean culturales, políticos, recreativos o hasta relacionados con el deporte, como cuando por seguro daban la victoria del equipo de béisbol en la pasada Serie Nacional. No es inusual, por tanto, hallar concentraciones en determinadas zonas de su entorno.
Por allí pasaba la tarde en que se dieran los disturbios del cine «Camilo Cienfuegos», y lo vi más o menos como se reprodujo en la malintencionada nota del Miami Herald o del diario español ABC. Iba de camino a la UNEAC y me pregunté no obstante qué estarían ofreciendo en el cine, o incluso qué importante personalidad -acaso del deporte- habría llegado al hotel Santa Clara Libre, como para que hubiese tal acumulación de público y más policías de lo habitual. Luego, y por rumores, supe que se habían vendido entradas para el partido entre el Barça y el Real Madrid que, (¿en la mente de quién, vamos a ver!?) sería transmitido en vivo en la pantalla grande de esa institución cultural. La reacción de los jóvenes presentes, injustamente timados por su director, no fue causada por la negativa a devolver el dinero de las entradas, como se comentó vox populi, sino a que no pudiesen disfrutar del partido en vivo. ¡Futbol! ¡Futbol!, gritaban. La ira los llevó a romper nueve lunetas, seis planchas de cristal, cinco macetas con sus plantas y dos cuadros de la decoración. Ninguno de ellos, a pesar de que por allí se vio al flamante Premio Sajarov con alguno de sus acólitos, tuvo manifestaciones políticas, ninguno dijo Abajo nadie, ni siquiera Abajo el administrador del cine que con descaro los había timado. Algunos, incluso, pidieron que el dinero de la entrada fuese donado al hospital infantil, pues no sentían los tres pesos perdidos, sino la pérdida del esperado partido. A las once de la noche de ese mismo día, todo había sido reparado. [1] En la mañana siguiente, la primera revista noticiosa de la emisora CMHW, Patria, daba a conocer la nota oficial del Centro Provincial de Cine en la que informaba de la situación, consideraba lamentable el incidente y aseguraba que se tomarían las más severas medidas administrativas. Al mediodía, a propósito del comentario deportivo, la televisión villaclareña citó esta nota, recalcando que se consideraba lamentable el incidente.
Ninguna agencia de prensa tuvo a bien consultar a ninguno de los funcionarios de la Dirección de Cultura no ya para corroborar los hechos, sino al menos para emplear alguna referencia que diera cierto crédito de profesionalidad a la cuestión. Tampoco citaron la declaración oficial, que salió, como he dicho, en la mañana siguiente. Era importante, una vez más, construir la noticia acorde con los patrones que de Cuba divulgan los monopolios de la información.
De igual modo, la desafortunada agencia Cubanet fabricó otra noticia que, además de dibujar a ese caótico panorama villaclareño, describía a una ciudad de Bayamo en crisis por la protesta de los cocheros. Calles cerradas, personas imposibilitadas de viajar (algo así como los refugiados de la franja de Gaza) y, no podía faltar, manifestaciones en contra de la revolución, el comunismo y demás tópicos del manual de guerra fría. Tuve la oportunidad de pasar por Bayamo el sábado 4, de camino a Santiago de Cuba, y aún el domingo 5, de regreso. Los coches transitaban por sus calles, cobrando tarifas que arrojan dividendos muy superiores a lo que debieran pagar de acuerdo con la ley, en correspondencia con lo que realmente ganan y no con lo que confiesa su declaración jurada ante el fisco. Ante mis ojos, más de una persona ha coincidido en asombrarse e indignarse, una vez que dan por cierta la dramática noticia, de inmediato reenviada a varios paquetes de direcciones de mail en Cuba. «¡Pero si en tres días ellos hacen los 500 pesos de patente!», repiten de inmediato.
Lo cierto, sin embargo, es que la tarifa de impuesto subía, de 120 pesos mensuales a 150, con la adición de los 87.50 pesos correspondientes a su Seguridad Social, de acuerdo con la nueva ley de este ramo anteriormente aprobada en el país. Las autoridades bayamesas explicaron a los cocheros esta situación, según informa un participante en esta reunión. [2]
Detrás de ambos sucesos hay, en primer orden, avaricia. Y desinformación; y usos arbitrarios y hasta violatorios de la ley. En el cine «Camilo Cienfuegos» de Santa Clara, empleando a una institución cultural para destinos que no le corresponden; en el de los cocheros de Bayamo, a partir de que estos duplicaron el precio del pasaje justificándolo con una tergiversada subida del impuesto. La reproducción mediática, sin embargo, evade cualquier tipo de especificidad, da por firme el informe de los disidentes y, sobre todo, actúa a la insólita velocidad de los correcaminos de Disney, pues sabe que la fabricación, la arquitectura de lo divulgado, vendrá abajo muy pronto.
Son técnicas de guerra fría que siguen más vigentes que nunca. El enemigo no siente el más mínimo remilgo ético en mentir, en reproducir el descrédito de su enemigo, y se atiene únicamente a la lógica del enfrentamiento, a la justificación de que la guerra justifica los fines y los medios, o de lo contrario no justifica el presupuesto erogado.
En otro orden, la guerra se ha extendido a una zona de suma importancia para nuestro futuro: el del debate acerca de los cambios en nuestra economía para el próximo Congreso del Partido. Esta proviene, sin embargo, de la izquierda misma, sobre todo de analistas, o activistas, de tendencia trostkista. Es un bombardeo agresivo, no solo usufructuario de la nomenclatura retórica de guerra fría, sino carente de lo que con declamada ira le reclaman a Cuba: un análisis concreto del proceso histórico y de las circunstancias de cada decisión. La exigencia de reducir las plantillas infladas, por ejemplo, esto es, disminuir la carga de la Población Económicamente Activa, proviene de la consulta popular antes que de medidas de estado o de gobierno. Se le llama, sin embargo «despidos masivos». Sería bueno, incluso, preguntarse cuáles de las causas de las medidas que ahora se proponen, no están en el sentir popular de la nación cubana y no estuvieron reflejadas en esas jornadas de consulta. Si las soluciones que el documento publicado ofrece son menos aceptadas por la población, se verá, espero, en el nuevo proceso de debate. Pero esa técnica de acusación en bloque, da poco lugar al diálogo y, sobre todo, ayuda muy bien a justificar atrincheramientos que luego podríamos lamentar. No alcanza, por ello mismo, más que para lo que puede alcanzar uno de los comunes enfrentamientos partidistas de la democracia realmente existente. O bien se manifiestan como de oposición directa, o bien son lija sobre lienzo. Y es bueno destacar que, si de algo no debe quedar duda, es de que, cuando una de las partes del dilema se enmarca en la defensa de la soberanía revolucionaria y el antiimperialismo, la otra, por bien intencionada que surja, por argumentada que aparezca, se verá replegada.
La necesidad de un debate profundo, crítico, abierto, acerca de nuestro futuro, y de los nuevos retos del Partido Comunista Cubano, del estado socialista y su sistema institucional, que será puesto a prueba por el impacto de no pocos de los «pasos atrás» de recuperación económica, está siendo acosada por actitudes como esta. El camino que menos lleva a la búsqueda de la imprescindible diversidad, en todos los órdenes de la expresión social, cultural y política, es el de la sospecha malsana, el de la retórica enemiga de guerra fría y, por supuesto, el del uso limitado y parcial de la argumentación. Es más, la necesaria recuperación del pensamiento de Trostky se entorpece a sí misma en la ósmosis del culposo cortaypega de su persecución, aislamiento y desaparición física.
Para los enemigos abiertos no hay nada que pedir: su razón de existir, y su propio espectro de posibilidades, depende del manejo sucio de la información, de que se supediten a la hegemonía de los monopolios de la información al condenar a los verdaderos disidentes globales, como Cuba, o Venezuela, o el ALBA. Pero sí es lícito pedir a los amigos comprensión y, más que todo, capacidad de discernir quién lleva el rol protagónico en la historia: el hecho ineludible que es la revolución cubana, capaz de resistir, y levantarse, de la misma nada.
Si por encima de ella misma me pienso, en tanto intelectual, analista, activista social o revolucionario, el camino está roto, los obstáculos crecen y más tardarán las verdaderas soluciones.
NOTAS
[1] Obtuve esta información con el simple esfuerzo de llamar por teléfono a la Dirección Provincial de Cultura en Villa Clara, cosa que no hizo ninguna de las agencias de Prensa, acreditada o desacreditada, a las que les interesaba el hecho.
[2] David Rodríguez: «La estafa del Nuevo Herald», en http://www.kaosenlared.net/
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