No entiendo por qué los líderes árabes se empeñan en pasar en el exilio lo que les queda de vida como «presidentes depuestos» en lugar de «ex presidentes», viviendo entre la gente de su patria, reconocidos y honrados, como sucede en el resto del mundo civilizado. El presidente egipcio Hosni Mubarak está viendo como arde […]
No entiendo por qué los líderes árabes se empeñan en pasar en el exilio lo que les queda de vida como «presidentes depuestos» en lugar de «ex presidentes», viviendo entre la gente de su patria, reconocidos y honrados, como sucede en el resto del mundo civilizado.
El presidente egipcio Hosni Mubarak está viendo como arde su país, la chispa que emana de los ojos de la juventud iracunda que se rebela, y con todo y con eso se empeña en quedarse en el balneario de Sharm al Sheij, emitiendo decretos con mando a distancia para imponer el toque de queda y que el ejército baje a la calle con la esperanza de quedarse en el asiento del poder algunos meses más, él, el decrépito hombre enfermo.
Lo más extraño de todo esto es que él, o sea, el presidente Mubarak, y tal vez la mayoría de sus homólogos árabes, no sabe hacer una lectura de lo sucedido en Túnez ni sacar una lección útil, y la mayor prueba de este analfabetismo político es el cierre de Facebook y de las páginas de internet, por no hablar del corte de la telefonía fija y móvil.
La salida a la calle del ejército egipcio tal vez haya sido la señal más clara del final de la era del presidente Mubarak, porque la victoria de los ejércitos de regímenes dictatoriales represores frente a las revoluciones populares ya es herencia de un pasado lejano. En la aplastante mayoría de las revoluciones populares que tuvieron lugar en Asia Oriental (Filipinas), Oriente Próximo (el Irán del shah) y los países socialistas hubo una parcialidad sincera del ejército por el pueblo revolucionario.
El presidente egipcio ha humillado al ejército egipcio, como ha humillado al pueblo, transformándolo en empresas para cavar canales, fabricar objetos domésticos (ollas, cocinas, cuchillos, tenedores) y gestionar granjas de pollos, transformando a ese ejército grandioso que resultó vencedor en cuestiones cruciales de la nación, más concretamente en las batallas para la liberación de Sinaí en las que actuó con honor y valentía. A ese ejército el régimen gobernante lo ha convertido en un ejército de panaderos, algo que además de inaceptable, es humillante.
Las revueltas que se han generalizado en las calles árabes estos días son revueltas de jóvenes que no tienen relación ninguna con los partidos de la oposición, que son restos de la guerra fría y pertenecen ya al pasado, ellos y sus prácticas y asuntos en extinción, razón por la cual el papel de la mayor parte de los partidos políticos tunecinos y egipcios, legales o no, es un papel marginal salvo excepciones.
El régimen egipcio ha cometido graves errores, demos las gracias a Dios por ello, y el principal de ellos ha sido despreciar al pueblo y creer que había perdido la capacidad de moverse y protestar por muy azotado por los látigos de la represión que estuviera. El segundo de sus errores ha sido tomarse a la ligera a los partidos políticos y empeñarse en acabar con ellos en las últimas elecciones con las peores y más ingenuas forma de fraude. ¿Qué daño podía hacer al régimen que el partido de los Hermanos Musulmanes hubiera obtenido cien escaños en el Parlamento y el partido de Al Wafd la mitad de ese número? ¿Qué iba a perder el régimen si el partido de Aiman Nur se hubiera hecho con diez escaños y si Mustafa Bakri hubiera conservado su escaño en Al Said? Otra vez la necedad política que cegó al gobernante y a su círculo corrupto y codicioso.
La señora Hillary Clinton, ministra de Exteriores de EEUU, ha enviado un mensaje claro y sincero al presidente Mubarak, y a través de ese mensaje se ha dirigido a los demás gobernantes que esperan su turno para ser depuestos, y que celebran contactos con el gobierno saudí para unirse al club de los dictadores derrocados. En la rueda de prensa celebrada ayer la ministra dijo que «el gobierno egipcio debe entender que la violencia no acabará con las protestas» e hizo nuevamente hincapié en la necesidad de efectuar reformas políticas radicales.
Desearíamos que el presidente Mubarak hubiera entendido este mensaje, como aquel que le envió otro responsable estadounidense quien anunció que «su país revisará las cuantiosas ayudas militares y no militares que ofrece a Egipto en función de la respuesta del gobierno a las multitudinarias manifestaciones populares».
EEUU, que ha pagado un alto precio por su política de cambio de regímenes a través de la fuerza en Iraq y Afganistán, ya no puede evitar que dictaduras partidarias de Washington, que han alcanzado elevados niveles de represión bajo gobiernos de emergencia corruptos, caigan a través de una revolución popular interna.
Egipto se encuentra en el umbral de una época que puede ser coronada con la recuperación de su identidad y de su carácter pionero, de ese papel de liderazgo que se merece a nivel árabe e internacional, un papel que mató el régimen actual a favor de otras fuerzas regionales hostiles a los árabes y a los musulmanes, a cambio de cubrirse de corrupción y de facilitar la herencia del poder.
Sentimos inquietud al leer noticias que dicen que el general Sami Adnán, jefe del Estado Mayor de Egipto, ha interrumpido una visita oficial a Washington para volver a Egipto. Esperamos que el ejército egipcio se ponga del lado de la revolución de su gente y que vele por el proceso de cambio esperado, que dé como fruto la reforma y rescate al país del colapso que está viviendo.
Las experiencias de otros pueblos nos han enseñado que cuando el capital extranjero huye y las bolsas y el valor de las monedas locales se desploman, el presidente huye también a un refugio más seguro. Las bolsas egipcias han perdido cerca de 70.000 millones de libras en días contados debido a las supuestas operaciones de venta realizadas por organismos financieros occidentales para evitar pérdidas, con fe en que la revolución popular triunfe y sea depuesto el régimen en el poder.
No sabemos si el presidente Mubarak abandonará su balneario preferido de Sharm al Sheij ni dónde irá después, si a Londres, donde están las inversiones y activos de sus hijos, o a Arabia Saudí, al otro lado del Mar Rojo.
No podemos dar una respuesta firme a este respecto, pero lo que sí afirmamos tajantemente es que su avión no es lo suficiente amplio para su entorno corrupto, y que el batallón de secretarios de su régimen no tiene un asiento a bordo como los secretarios del régimen tunecino.
El pueblo egipcio nos ha sorprendido como nos sorprendió el pueblo tunecino. La pregunta cuya respuesta esperamos pronto es si nos sorprenderá también el ejército egipcio de la misma manera y dará un toque al presidente para que se vaya como preámbulo a una nueva etapa brillante en la historia moderna de Egipto.
Nos preguntamos por el señor Ahmad Abul Gueit, el experto en la diplomacia de romper huesos, y también por el señor Ahmad Nadif, primer ministro y responsable de las políticas económicas que han agravado el hambre del pueblo egipcio. También nos preguntamos por el artista del régimen, Adel Imam, y si se marchará con el presidente y su príncipe heredero para acompañarles en caso de que decidan unirse al presidente tunecino en Yedda, donde no hay ni teatros ni salas de espectáculos, ni ninguna de esas formas de entretenimiento a las que está acostumbrado.