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Desastre nuclear en Japón

Los gitanos del átomo

Fuentes: Il manifesto

Traducido para Rebelión por Susana Merino

Tepco «sabía» que en el radiador 3 de Fukushima había agua radiactiva: pero no lo dijo, admite un portavoz. La radiactividad obstaculiza las tentativas de refrigerar el combustible. Pero los verdaderos «héroes» de las centrales nucleares son obreros transitorios y precarios a quienes se les confía el trabajo sucio.

«¿Miedo? ¡No, que va! Pero sí preocupados… porque desde la semana próxima no se venderán más cigarrillos en el Japón… ¿te das cuenta? Si nos quitan el cigarrillo, ¡estamos listos!» Ríen los obreros de Onegawa, «héroes» -por ahora- de otra central nuclear construida, vaya a saber por qué, en la costa de más alto riesgo sísmico del mundo. Un día los japoneses nos explicarán por qué decidieron concentrar todas las centrales en este lugar y no junto al más tranquilo Mar del Japón. Ha sido una pésima elección. Y no ha sido la única.

Los encontramos, por casualidad, al finalizar su turno, en una de las pocas tabernas abiertas en esta ciudad famosa por sus hermosas playas blancas -una rareza en Japón- y ahora devastada por el tsunami. La mitad de la ciudad y la mitad de la población han desaparecido. Está el que encontró su casa a un par de kilómetros de distancia, sobre tierra firme. Otros merodean, a dos semanas del apocalipsis entre los escombros, buscando a alguien o al menos alguna cosa.

Los «gitanos», trabajadores «estacionales» de la central nuclear se reconocen rápidamente. Son alegres, fanfarrones, fuman continuamente y sobre todo no hablan bien el Tohoku, el dialecto local, tan incomprensible para nosotros como para la mayor parte de los japoneses del sur. No quieren hablar de trabajo, de peligros, de radiaciones. Cosas lejanas para ellos. Tienen otros problemas inmediatos que resolver.

El cheque de pago al que siempre le falta algo. Los bancos que han suspendido o demoran los trámites, haciendo cada vez más difícil el envío de remesas a la familia. Y ahora la prohibición de los cigarrillos, anunciada recientemente por el Monopolio del Estado (uno de los pocos que quedan en el mundo): las empresas que proveen los filtros están concentradas en Tohoku y no pueden suministrarlos.

Luego de haber roto el hielo con Nagatomo y con Zaccheroni que está organizando por primera vez el «partido del corazón» para ayudar a las víctimas del terremoto, tratamos de insistir. ¿Cómo va todo? ¿Se terminó la emergencia? «Bah, dicen que todo está tranquilo aquí. Tuvimos una emergencia del 13 de mayo, dos días después del tsunami, la radiactividad se había disparado hasta 21 milisiveres por hora. Pero diez minutos después todo se había normalizado. Dijeron que el aumento se debía al desperfecto de Fukushima, no a nuestra central»

Dicen. Palabra mágica de estos tiempos. Dicen. Dicen -y se sienten- de todos los colores. Con los medios locales y extranjeros, que amplifican, distorsionan y a veces inventan. No solo en Fukushima, sino también en Onagawa, doscientos kilómetros más al sur, en el norte devastado, humillado y un poco olvidado, la única fuente oficial es la premiada Tepco, una sociedad repetidamente involucrada en el pasado reciente en errores, violaciones y omisiones. Entre 1986 y 1991 como lo admitió en una sesión pública de la Comisión nacional para la Seguridad Nacional, esta sociedad cometió 16 graves violaciones de las normas de seguridad. Violaciones por las que fue repetidamente amonestada y multada. Sin contar el incidente de Tokaimura en 1999 que se mantuvo oculto y luego se manipuló fraudulentamente durante varias semanas.

Fue en aquella oportunidad cuando, por primera vez, se puso de manifiesto la triste, trágica realidad del «genpatsu gypsies«, los «gitanos del átomo». De los casi 70.000 trabajadores del sector -explica Kenji Higuchi, un colega japonés que sigue con atención este fenómeno- cerca de 63.000 son trabajadores precarios, contratados estacionalmente o mensualmente para realizar tareas de mantenimiento o actuar en las emergencias. Se trata de trabajadores originalmente reclutados en los guetos de Sanya en Tokio y Kamagasaki en Osaka, sin ninguna especialidad, pero que con los años al precio de grandes contaminaciones, se han convertido, de algún modo, en expertos. Constituyen casi el 90% de la fuerza laboral, y se les paga, al fin de cuentas para contaminarlos.»

Ryu, nombre falso, es uno de ellos. Trabaja desde hace dos meses en Onagawa, donde se ocupa de tareas tan simples como «peligrosas» como limpiar uniformes, aspirar el polvo y secar eventuales pérdidas de agua. Trabajó en otras centrales en el pasado, incluida la de Fukushima, que conoce al dedillo. ¿Sigues en contacto con amigos, compañeros de trabajo? «Al principio sí, nos telefoneábamos, luego nada. No sé qué habrá pasado que no pude comunicarme más » ¿Cómo es la vida de un «gitano del átomo»? ¿Les pagan bien? ¿ Saben a qué riesgos se exponen? «El salario es lo que hay, cobramos un máximo de 10.000 yenes diarios (90 euros), en cuanto a las radiaciones… bah, nos hemos acostumbrado» (Ríe).

Según Ryu, hablar de «50 héroes» no tiene sentido Los «forzados» del átomo son en realidad centenares, entre los que hay que contar cientos de bomberos literalmente amenazados por el gobierno («no se hagan los conejos» tronó días pasados el ministro de economía Banri Kaieda frente a la vacilación de algunos de ellos, amenazándolos con despedirlos, aunque después de haber sido criticado por el primer ministro Naoto Kan se excusó en directo por TV). Trescientos, tal vez más. Cincuenta es solo la cantidad de los que entran por turno en la central maldita para literalmente tapar agujeros, porque ahora parece que existen verdaderas y auténticas grietas en la «camisa» del reactor, y enfriarlo.

Un trabajo pesado, fatigoso y estresante. Un trabajo «sucio» para hombres descartables. Tanto es esto verdad que en el pasado, a finales de los 80, la Tepco había recurrido incluso a «gitanos negros» obreros estadounidenses de color «enviados» por la General Electric, un asunto denunciado en su momento por otro colega japonés Kunio Horie, que se hizo contratar en una central (siendo él mismo víctima de las radiaciones) y es autor de un terrorífico documento sobre el universo nuclear japonés.

Un sacrificio por lo tanto solo aparentemente «voluntario» pero de hecho inducido y provocado por la desesperación, por la necesidad de llegar a fin de mes a cualquier precio. Una situación de la que es responsable el gobierno, dado que en el momento en que se precipitó la crisis (el pasado 13 de marzo) elevó imprevistamente el límite máximo de exposición diaria llevándolo de 100 a 250 milisiveres. Límite que debe ser regularmente superado, dado que en días pasados por lo menos una veintena de trabajadores debieron ser hospitalizados de urgencia, tres de ellos en estado muy grave.

Mientras saludo a los «gitanos» de Onagawa, recuerdo a Mitsuo (otro seudónimo) a quién encontré un día en Kawamata, a la entrada de la zona evacuada, en el centro de acogida. Hoy tendría que haber vuelto a trabajar a Fukushima. Recuerdo que estaba tan aterrorizado como resignado. Como lo estarán, algunos más, otros menos, los obreros de la fábrica Nissan de Iwaki, ubicada a unos 60 km de la central. A diferencia de Honda y Toyota que han postergado la reapertura de sus fábricas hasta el lunes (obligando obviamente a sus trabajadores a tomarse «vacaciones») la Nissan ha quemado a todos. Desde ayer todos a trabajar. Por otra parte ahora somos todos «gitanos». Del trabajo.

Fuente: http://www.esserecomunisti.it/index.aspx?m=77&f=2&IDArticolo=34901〈=ita

rCR