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Octogenarios

Fuentes: Cubarte

En estos días, el ICAIC está rindiendo homenaje a Julio García Espinosa en su octogésimo quinto aniversario, mientras los artistas escénicos dedican un panel a la evocación de la carrera artística de Berta Martínez en su aniversario ochenta. La oportunidad invita a volver la mirada hacia una generación ya en franca retirada que marcó pautas […]

En estos días, el ICAIC está rindiendo homenaje a Julio García Espinosa en su octogésimo quinto aniversario, mientras los artistas escénicos dedican un panel a la evocación de la carrera artística de Berta Martínez en su aniversario ochenta. La oportunidad invita a volver la mirada hacia una generación ya en franca retirada que marcó pautas en el tránsito de la cultura cubana desde la República neocolonial hasta la Revolución. Al surgir en el enmarañado tejido de tendencias estéticas diversas, eran portadores de signos de cambio. Retomaban como sus predecesores de la vanguardia, el diálogo entre contemporaneidad y cultura popular, entre las encontradas corrientes de pensamiento que se manifestaban en el mundo y las marcas de una cubanía constantemente transformada. En circunstancias difíciles, comprendieron que soñar era un modo de dar sentido a las cosas de la realidad.

El nombre de Julio García Espinosa empezó a conocerse cuando, con Raúl Roa nombrado director de cultura, se intentó airear la atmósfera del desprestigiado Ministerio de Educación. Roa apostó siempre a favor de los jóvenes. Profesor universitario, era amigo personal de escritores y artistas, aun de aquellos de más desafiante actitud ante las convenciones sociales. Impulsó la revista Nueva Generación y las brigadas culturales destinadas a recorrer el país. La presencia de Julio García Espinosa fue decisiva en ambos proyectos. Sin embargo, como tantos otros de su generación, aspiraba a ser cineasta en un país carente de capital, de industria y de desarrollo técnico. Para tanta precariedad, el neorrealismo italiano, en pleno auge, parecía la fórmula más adecuada. Al igual que Tomás Gutiérrez Alea, hizo su aprendizaje en Cine-città. De regreso a Cuba, se comprometió en la aventura de producir El Mégano, cinta secuestrada por la dictadura de Batista por mostrar un ángulo del drama social de la isla. Con esos avales, integró el equipo fundador del ICAIC.

Entregado durante muchos años a tareas de dirección, García Espinosa no renunció a su vocación. Convencido del alto significado artístico de la música popular cubana, pensó siempre que un cine de profundo arraigo en el espíritu de la nación, debía asumir una manifestación que tendía puentes hacia un diálogo fructífero con el espectador. Cuba baila constituyó su carta de presentación en este sentido. No renunció por ello al rescate de personajes populares, como el Juan Quinquín de su muy admirado Samuel Feijóo. Despedida del cineasta Reina y Rey, siempre cercana a lo popular, es una crónica conmovedora de los duros años del período especial.

Julio García Espinosa ha sido también un pensador en el terreno del cine y la cultura. Participante activo en las polémicas de los años sesenta, contribuyó a establecer las coordenadas de un modo de reflexionar acerca de los problemas del subdesarrollo y del tercer mundo. Se adhiere así a una de las corrientes más originales del debate cubano que emerge con el triunfo de la Revolución. Es una de las voces de su generación que ha problematizado el vínculo entre cultura y subdesarrollo.

Berta Martínez, por su parte, procede de otra tradición artística. Apareció en el mundo del teatro allá por los cincuenta del pasado siglo, vinculada a las más audaces búsquedas en el campo de la realización escénica. Cuando en una zona importante del teatro tomaba cuerpo la influencia de Stanislavski, el Grupo Prometeo, dirigido por Francisco Morín, sin desdeñar las lecciones del maestro ruso, se inclinaba a reivindicar el lenguaje específico de la teatralidad. En aquella etapa, Berta Martínez fue una de las más fieles integrantes de un colectivo que, por las características de su repertorio, se empecinaba en subsistir a pesar del escaso número de espectadores que frecuentaban la salita de la calle Prado. En el cumplimiento de esa ascética misión sacerdotal, Morín pudo disponer de un conjunto de actores destacados. Algunos, como Roberto Blanco y Berta Martínez, compartirían luego la labor de intérprete con la de director. Aunque tomaran rumbos distintos, ambos conservaron de su formación original, la preocupación por la visualidad en tanto factor extraverbal del espectáculo.

A partir de 1959, Berta Martínez entra a formar parte, definitivamente, de Teatro Estudio. Un año antes, el grupo había dado a conocer un manifiesto definitorio de su concepto artístico, de su programa de formación y acerca de sus ideas sobre la función social del teatro. Sin embargo, con el andar del tiempo, sus necesidades de crecimiento favorecieron la convergencia de diversidad de enfoques. Así, Berta pudo ir labrando, poco a poco, su propio camino. Bodas de sangre, de García Lorca, una de sus puestas en escena más exitosas, sintetiza la plena maduración de su estética. El eje de la tragedia se sitúa en la firma del contrato matrimonial, verdadera alianza de intereses. Sobria e impactante, realzada por el empleo de las luces, lenguaje dominado por la directora en todos sus matices, la secuencia evoca las obras que los pintores flamencos consagraron a la naciente burguesía.

Las celebraciones cumpleañeras convocan a un análisis necesario. Llegados al tercer milenio, se abren para los estudiosos de la cultura cubana nuevos temas de debate. Se trata de producir una relectura de la república neocolonial y, consecuentemente, emprender la valoración de una hornada que aparece como bisagra entre dos etapas. Me refiero a la llamada generación del cincuenta, la teoría de las generaciones intenta sistematizar la periodización de los momentos históricos a través del encadenamiento de sucesivos grupos etarios. Los límites cronológicos son a veces gratuitos, tanto como la determinación del liderazgo aglutinador. Pero, nadie puede escapar al marco epocal en que ha nacido, sacudido por acontecimientos de toda índole. Los coetáneos comparten lecturas, formas de creación, se fragmentan en grupos caracterizados por afinidades y diferencias. Los sobrevivientes podemos ofrecer nuestro testimonio, ya distanciados de pasiones y rencores, de lo que fuimos hace tanto tiempo.

Ediciones Unión acaba de publicar un libro de ensayos del poeta Francisco de Oráa. En uno de ellos, intenta buscar el denominador común de su generación de poetas. Destaca, desde la guerra civil española, pasando por la segunda mundial, los grandes conflictos que fragmentaron un referente político, muy importantes para quienes habrían de coincidir en su crecimiento personal con la Revolución cubana. No hubo revistas madres perdurables, como Orígenes y Ciclón, que animaran, hasta los días que corren, ajustes de cuentas. Los «nuevos» del momento se juntaron alrededor de publicaciones institucionales: Lunes de Revolución, Casa de las Américas, La Gaceta de Cuba. Temas surgidos en el mundo de las ciencias sociales, matizaron el discurso cultural. La política definió posturas personales, moduló el lenguaje y las imágenes. El barco ebrio se dejaba arrastrar por el gran oleaje.

No proseguiré, sin embargo. Con estas líneas aspiro a provocar a otros, a los más jóvenes, inquietos y de mirada fresca.

Fuente: http://www.cubarte.cult.cu/periodico/letra-con-filo/octogenarios/20035.html